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domingo, julio 01, 2007

:: Viaje de Fin de Semana : El Museo::

En una parte de la casa puedes ver una entrada, no hay puerta, no sabrías imaginar qué es o hacia donde te lleva; te acerca y ves hacia el interior: un cuarto de dimensiones pequeñas en donde hay una señora sentada en una pequeña silla junto a un recipiente en donde va poniendo las monedas que las personas le van dando, no es una limosnera, tampoco es una cobradora, esta persona se encarga de recibir la “cooperación” de todo aquel que busca subir esa pequeña escalera de madera, en posición inclinada, escalones cortos que bien podría uno pasar de dos en dos. Este pequeño cuarto está de color ámbar oscuro, casi como la mayor parte del interior de la casona, y la escalera también lo es, solo que un tanto rojizo y ennegrecido por los zapatos de las personas a las cuales ésta ha ayudado a adentrarse en la historia de esta región.

Después de dar la modesta cooperación, subes las escaleras tranquilamente, lento, y viendo hacia la derecha e izquierda para recorrer con los ojos la arquitectura; caminas despacio y te apoyas con las manos para no hacer mucho ruido, es inevitable, tu presencia ahora es partícipe del historial de sonidos que se encierran en la casa. Llegas a la parte de arriba después de unos cuantos escalones, has terminado de subir, sin embargo no puedes seguir caminando: es obligatorio, para tu deleite, voltear hacia atrás y ver la escalera que has subido, ver paralelas unas de otras las aristas de los escalones y apreciar cómo cada vez más, a medida que se acerca la luz que entra por la ventana, van dejándose ver mejor, pudiendo hacerte pensar: “qué hermosa escalera, cuántos personajes no han de haber subido por aquí; y hasta ahora mismo, soy el último que lo ha hecho…”

Estas un rato allí y te formulas preguntas un tanto curiosas como: “¿Cómo lo habrán construido?, ¿De dónde habrán traído la madera?, ¿Serán las originales?...” Y ya después de que te dicen: “¡Avanza!” sigues el recorrido y te despides temporalmente de la escalera.

Entras y ves un cuarto de tamaño mediano con algunos objetos históricos referentes a la casa y a la historia del café. El museo se llama “Museo del café” y, aunque puede que no sea “la gran cosa” para muchos, es suficiente para remontarte a aquel tiempo. Hay fotografías y diversos artículos que se usaban en aquel tiempo, y cada uno te proyecta una sensación de majestuosidad y hacen que trates de imaginarte cómo era todo en aquella época; cada fotografía, cada herramienta, cada rincón del cuarto y cada rechinar de tu paso es un elemento vital para que tu presencia en ese lugar valga la pena.

El cuarto huele a madera vieja, pero de esa madera de cabaña, de campo, de historia; y la madera está cubierta por una especie de barniz que la mantiene protegida y con apariencia estable. Hay ventanas en algunas paredes del museo, y la luz entra de manera sublime; se ve esa luz típica, tan clara que pueden verse incluso las partículas de materia atravesando el haz de luz. Es mágico sin duda, y uno tiene la fortuna de estar ahí presente. Recorres cada elemento del cuarto, que, aunque pequeño, es suficiente para asombrarte. Ves las fotografías todavía en blanco y negro, reconoces el tipo de vestimenta, el tipo de cara de las personas; y sabes que si no fuera por esa fotografía, o esa herramienta alguna vez usada, o esa raíz alguna vez plantada y viva; no podrías estar allí, en esa casa, que fue construida sin pensar, sin contemplar, sin imaginar siquiera, tu presencia o existencia.

Las vestimentas que se pueden apreciar en algunas fotografías recuerdan mucho la época del Titanic, y no es para menos, esta gran casa se construyó en la década de los 20’s y todavía se conserva gracias a las restauraciones que le han dado. También se observan los rasgos característicos de los rostros de aquel tiempo, es decir, ese tipo de rostro pálido y con sombras en los ojos de aquellas mujeres y hombres, en fin; algo sin duda llamativo para las personas de esta época. Los objetos y herramientas probablemente daten de la misma época, aunque la verdad lo desconozco por completo; sin embargo, hoy en día, casi 100 años después, podemos disfrutar de verles y tocarles, y preguntarnos cómo habrán sido estos objetos en aquella época, cómo habrán sido usados, quiénes los habrán manejado, de dónde se habrán traído, y quién hizo posible que éstos permanecieran hasta ahora allí, como valores de la región del café, como símbolos del trabajo y esfuerzo enfocado a las fincas, como representaciones del esfuerzo humano. Allí están, todavía existen, todavía mantienen las estructuras y materiales originales; allí están, trascendiendo y manteniendo viva la pasión por la historia de aquella finca, de aquellos cafetales, de aquella gente, de aquellos tiempos, siempre por varios años y durante muchas generaciones...





































1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola Eduardo, soy Cindy del Harmon...
Pues entre a ver que tal, me gusto mucho tu viaje aunke no kreo ke lo kreas....
pues espero que este muy bien... nos estamos viendo kuidate mucho!!!
bye

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