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domingo, mayo 16, 2010

:: El libro de las cartas ::



Hace poco Nahiely me dijo:

Antes de irte a dormir, es buena idea tener una libretita y un lapicero a la mano; a veces grandes ideas surgen de nuestros sueños. Luego, una vez despierto, no le mates en el olvido y mantenlo escrito porque nunca sabes qué tan importante puede ser…

Si me lo permites, te sugiero reproducir el video, y a continuación, leer...


Hoy desperté, recordando lo que soñé:

"...Un escritorio y una vela en el extremo izquierdo, un tintero y su pluma, tizas de colores y un carboncillo, y aquel libro casi completamente en blanco -pero con las primeras 15 páginas ya llenas-, acompañaban a esta doncella en esa madrugada de sábado. Ella aparecía con vestimenta similar a Sor Juana Inés de la Cruz, casi podía asegurar que se trataba de ella -los sueños son raros, a veces sólo hay que dejar que fluyan para ver cómo se desarrollan- y si no se trataba de ella, por lo menos era una mujer de Dios…

Trazos iban y venían sobre la nueva página a llenar, era la página derecha. En la izquierda habían algunas frases que no se entendían claramente, pero que eran referencias a libros, pinturas, obras de teatro, textos varios o evangelios discretos; ésta página era la clave para buscar. Tanto la página derecha como izquierda eran llenadas simultáneamente, y la mano femenina debía cambiar de tinta a carbón o a color cada que un suspiro le daba fuerzas para no conciliar el sueño…

¿Buscar qué? Perdón, he aquí lo interesante… Mientras que en la página izquierda el texto era el protagonista; en la derecha había dibujos de colores y de formas tan variadas que uno pensaría rápidamente que había de ser una mezcla entre pinturas religiosas con cubismo, surrealismo y algo de jeroglíficos. La página derecha consistía en pura simbología, dibujos de elementos variados acomodados en cierto orden para indicar una idea o sentimiento; y el significado de cada elemento se interpretaba mejor si se buscaba en las referencias citadas en la página izquierda. Así entonces, en algunas ocasiones un corazón de trazo suave y en posición inclinada hacia la derecha significaba devoción hacia el amor prohibido; sin embargo, en otras, cuando aún estaba inclinado a la derecha pero en un tamaño mayor y con el sombreado resaltado, podría significar la debilidad por encontrarse en medio de la oscuridad y casi a punto de sentirse caer.

No era fácil ni la hechura ni la interpretación de las cartas de dicho libro; pues la fabricación de ideas que reflejaran los sentimientos de ambos era una tarea sumamente difícil, y se corría el riesgo de, aún sin perder la fe, malinterpretar los mensajes enviados entre ellos.

Una vez terminada las dos páginas -tarea de casi cinco días- ella esperaba al santo día de la misa para entregar dicho libro al acólito de la catedral; y éste, siendo aprendiz y protegido sirviente del destinatario, con cautela y celo se lo entregaba en sus manos.

El caballero llegaba a sus habitaciones y se encerraba en su estudio, y sin siquiera apartarse de su bastón postraba el libro en su escritorio y le abría con cuidado mientras alzaba la vista para reconocer aquel amplio librero del que se apoyaba para pasarse algunas noches descifrando los dibujos de su amada.

Alcancé a verle de espaldas mientras el veía el libro; su traje, larga cabellera y su propiedad para sentarse y leer me recordaron a Mr. Darcy; además pude ver un poco de la página ya terminada por ella y que él estaba leyendo; tan sólo pude entender (porque él mismo lo pronunció en voz alta) el significado de aquel querubín que tocaba el laúd al mismo tiempo que soltaba diversas hojas de papel para que cayeran a un caldero:

“Me incita, señor mío, a componer las melodías más dulces que el amor podría incentivar; pero cada melodía que escribo, le toco una vez y la rompo y envío a la eternidad de los recuerdos; so pena de ser descubierta y considerarme como impropia al tocar la Romanza”

Él seguía leyendo, y en el sueño las imágenes cada vez iban y venían más rápido. Escenas de ella, y él, por aparte; y el libro creciendo en su grosor; las manos cada vez más diestras y las expresiones faciales intactas de cada uno de ellos. De vez en cuando un leve encuentro en las colectas o en la calle, o incluso en algún santo día de misa en donde él de lejos le saludaba. Y el libro siguió creciendo y conservaba mucho los dibujos y los textos.

Mucho después me tocó aún caminar en aquellos pasillos de la iglesia; donde invisible atestiguaba el amor secreto de ambos. Pero ahora el tiempo había volado, y era un viejecillo, que un día fue monaguillo, quien contaba a los más jóvenes la historia del libro que sostenía en sus manos. El libro sólo tenía dibujos y rastros de rupturas en algunas páginas, pero aún así el número correspondía al correcto.

Según el viejo, el libro fue llenado; y no se hizo otro más; todo cuanto podía decirse estaba dicho ya en él, no era un libro del amor, era el libro del amor. Y, mucho después de haberse terminado el contenido, fue encontrado en las habitaciones de quien en vida hubiera sido la doncella; y habiéndolo leído el propio Cardenal, y habiéndole considerado como una imprecación por contener dibujos sin orden ni sentido, y frases tan absurdas y faltas a la lógica; le mandó a destruir con la orden de no dejar rastro alguno del mismo, porque era un libro maldito. Pero el sirviente de aquel caballero, en el intento de arrebatarlo de las manos de un soldado; rompióle y apartó la mitad derecha con él, y huyó antes que pudieran alcanzarle para quitarle esa parte del libro y darle muerte.

Al final, después de escuchar la historia, tuve la dicha de hojear rápidamente el libro; pasé cada hoja de esa mitad viendo los dibujos sin entender la mayoría de ellos, hasta que llegué a ver aquel querubín y recité lo que mi memoria había guardado; extrañados ellos, y más el viejo, me veían finalizar la oración con sorpresa y con rareza al notarme desaparecer; estaba despertándome…"

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