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sábado, junio 26, 2010

:: "El leoncillo" ::



Junto a la casa, rumbo al río, estaba el roblar, un robledal de robles tiernos rodeando uno que otro árbol de roble adulto.


Cuando llegaba el mes de Marzo se cubría el suelo de una gruesa capa de hojarasca. Alrededor de la casa había solamente restos de yerbas secas. En tiempo de agua había crecido el pajón, el malvavisco, la malva y el acahual; pero en la temporada de seca, se había secado y triturado por el efecto del paso de los animales.


Estaba tan descampado, que en derredor de la casa, los pollos y las gallinas podían alejarse libremente y llegar cerca del río, donde el leoncillo podía hacer de las suyas; llevarse con facilidad las gallinas que quisiera…


En este tiempo, en el mes de Marzo, las gallinas estaban siendo mermadas por el hambriento y voraz leoncillo. Su mamá de Lacho ya no sabía qué hacer; nadie podía dar muerte a aquel famélico animal. Lacho quería contribuir en algo para que su mamá no hiciera tantos corajes. Encerró a casi todos los animales; ató con sendas cuerdas a tres gallinas y un gallo debajo de un árbol un poco distante de la casa; se subió a un roble encino y desde arriba apuntaba a las gallinas con la carabina treinta-treinta.


Permaneció dos o tres horas encaramado en aquél árbol.


Ya se estaba cansando de estar en aquella incómoda postura; no había señales del leoncillo, a muchos metros de distancia se oía el ruido que hacían las lagartijas al estar buscando sus alimentos; Lacho estaba seguro de que, cuando aquél animal se acercara haría un gran ruido y él (Lacho) tendría mucho tiempo para apuntar y disparar su arma al cuerpo de aquel depredador…


El gallo cantaba constantemente, el ambiente olía a hojas secas, los árboles estaban estrenando nuevos brotes, el viento soplaba tibiecito, las cigarras emitían el delicado sonsonete de sus cantos, las montañas se cubrían de tenue niebla y de vez en cuando llegaba un olorcito a quemazón, a rastrojo quemado. Lacho pensó que tendría que recrear las rondas de sus corrales, tendría que hacer las rondas a sus árboles frutales, para evitar que fueran alcanzados por el fuego, en caso de incendio. Estaba pensando bajarse del árbol para ir a trabajar al campo, cuando de repente vió… muy cerca, ya muy cerca de sus animales amarrados… Ya para lanzarse hacia ellos estaba aquel feroz, carnívoro y “carnicero” animal. Sin pensarlo más, Lacho disparó su arma, le incrustó la bala exactamente en su lomo, a la altura del corazón…


Se oyó el estampido propio de una arma de grueso calibre y alto poder… El leoncillo con el corazón y otras vísceras de fuera (por fuera), corrió una distancia como de cien metros, dio un salto queriendo pasar sobre un árbol caído que estaba atravesado en un barranco a una altura de dos metros, quedando tendido sobre el árbol, completamente muerto, con los ojos abiertos, mirando hacia delante con una mirada infinita, como queriendo alcanzar con su mirada vaga toda la distancia que pudo haber concebido son su clara inteligencia de animal felino.


Aún Lacho no se bajaba del árbol cuando notó que sus cuatro perros ya estaban rodeando al animal, estos guardianes del rancho hicieron acto de presencia en menos de cuatro segundos después de haber oído el disparo del treinta-treinta.


Ahí había quedado aquel depredador, animal que, para alimentarse, para sobrevivir tenía que hacer daño a aquel ranchito humilde donde Lacho vivía.


Al observar el cadáver de aquel animal, Lacho se dio cuenta de que no tenía corazón, ni pulmones, pues la bala la había quitado aquellos órganos y aún así, el animal había corrido aquella distancia tan considerable. El proyectil había penetrado entre los dos brazos, en la columna vertebral y le había salido en el pecho, dejándole un enorme boquete.


Al oír el disparo de aquel treinta-treinta, los perros habían acudido para ver de qué se trataba; fueron ellos los que encontraron al animal sobre aquel palo tendido a través de la barranca…


Dos días después, Lacho fue obsequiado con algunos pollos y gallinas provenientes de dos ranchos no muy cercanos a su ranchito… Don Agapito le obsequió veinte pesos para comprar más cartuchos.

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