:: Inti Wayra en el parque ::

El día de ayer auguraba tener grandes cosas ¿Cómo lo sé? Era de esos días en que apenas saliendo a recibir el “buenos días” del sereno mañanero, éste se anticipa y te regala una ventisca suave y fresca, contrastante con aquel sol madrugador. Así que mientras hacía mis deberes en mi habitación y organizaba mis cosas para viajar, ambienté los sonidos de fondo con música andina. ¿Quién diría que así como inicié el día con esta música, así terminaría?

Para el medio día, me encontraba en el centro de la ciudad con Yamileth, reciente amiga mía con gustos prehispánicos muy arraigados e inclinación por la onda hippie, como dice ella; probé por primera vez los smoothies, luego fuimos al Museo del Soconusco a ver la exposición de documentos históricos y luego invertimos más tiempo del normal dentro del museo apreciando las arqueologías. Para horas después, el hambre se dejaba venir con todo así que fuimos cerca de ahí, a “La Parrilla”. Salimos del restaurante alrededor de las 07:00 p.m. creo yo, pues aún logramos advertirnos sobre la lluvia que afuera había caído horas antes. Luego de una breve caminata, al cruzar al parque, pudimos ver algo hacia el otro extremo…



Después de observar un poco al grupo de jóvenes que se preparaba con sus instrumentos para tocar, caímos en la cuenta de que era Inti Wayra, y lo mejor aún, que ambos conocíamos el trabajo de este grupo de música andina (yo, desde aquella vez que los grabé en el parque y ella desde una presentación que tuvieron en el Teatro de la ciudad). Nos acercamos pues, y permanecimos durante toda la ejecución escuchando atentos y sorprendiéndonos con las grandes interpretaciones de estos tres jóvenes.









Llevan ocho años tocando juntos, van en su proyecto del tercer disco (Yamileth tenía ya el primero, ahora tiene el segundo, y en cuanto salga el tercero no dudo que también lo tendrá -Quedamos en intercambiar música andina, así que en cuanto tenga la música de ellos se las compartiré en algún video musical o algo por el estilo-). Hacía cinco meses que no se veían, según sé, ya que mientras uno permanece aquí en Tapachula, otro vive en Tuxtla Gutiérrez y el tercero en San Cristóbal de las Casas; esa es la razón principal de que no se vean tan a menudo. Ahora, por ser vacaciones, han tenido la fortuna de juntarse y nos han compartido algo de esa fortuna.











¿Cómo lo describo? Es sentir un cosquilleo por la espina cuando tu oído percibe el lamento milenario de la quena, y cuando el eco del bombo hace un estruendo en tu pecho, y el rasgueo de la guitarra te estremece y atrapa a tus manos que siguen el ritmo de toda la composición. Los tres instrumentos, los tres ejecutantes, en una armonía sincronizada con ritmos acelerados y también con melodías lentas y nostálgicas en algunas partes, simplemente apartan tu mente en ese instante, y no hay nada más que el sonido polifónico de la agrupación envolviendo tus pensamientos.



Si a lo anterior aumentas la complicidad del cielo por regalarnos un arco iris ¿Qué mejor escenario que éste y que el aire libre, y la gente, y los sonidos de la ciudad que en ningún momento opacaron el canto del ave encerrada en la quena, el ritmo agitado del charango, los susurros roncos y tímidos de la zampoña, el llamado ritual del bombo y la melodía alegre de la guitarra? Ha sido un regalo encontrarlos cuando apenas iniciaban, porque pudimos estar todo el tiempo ahí, frente a ellos, escuchándolos en vivo y sintiendo una limpieza fenomenal en las melodías que iban desde “Se busca”, “El Carnavalito”, “Moliéndo Café”, “Tempestad”, Y algunas partes de la sinfonía No. 40 de Mozart. Sí, de Mozart.





Nos acercamos en medio de una melodía para comprar un par de discos, y cuando hicieron un intermedio, les pedimos nos los autografiaran, y tuvo a lugar una plática sobre ellos y la impresionante sincronía de sus piezas. Ahí supimos algunos detalles, como los que he descrito tres párrafos atrás. Les felicitamos y les conocimos un poco, son tres jóvenes sencillos en su trato y de afectuosa conversación, de presencia agradable y sin aires de soberbia; vaya, son artistas en la extensión total de la palabra.











Estuvieron tocando hasta cerca de las 10:00 de la noche, agradeciendo al final de cada interpretación y complaciendo al público siempre y cuando la melodía estuviera en su repertorio; tocaron varias piezas más de tres veces porque el público así lo pedía, y no dudaron jamás en complacerles; y cada una de las treces veces era como oírla por primera vez; eso es algo que la música en vivo hace que descartes tener la intención de ignorarla. Tuvieron también la osadía de hacer “el paso de la muerte” esto es, en medio de una melodía, intercambiarse de lugar y de instrumentos para seguir con la magistral ejecución.


Ejecutando el "paso de la muerte".


Ejecutando el "paso de la muerte".


Ejecutando el "paso de la muerte".

Algo que lamento, es que la cámara casi no tenía batería ya para siquiera grabar un video y mostrarles su interpretación. Nota mental: Debo hacerme pronto de una cámara de video para no dejar pasar oportunidades como ésta.




Gracias muchachos por brindarnos una tarde-noche andina, estuvo espectacular.



Con gusto les comparto la galería: