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miércoles, enero 11, 2012

:: 10 minutos ::

3:33 a.m...

Me acabo de despertar de un sueño muy raro, el más extraordinario que he tenido en toda la vida, lo juro. Antes de despertar, lo había hecho ya dentro de mi sueño, y lo hice sollozando porque viajé a rincones que aún no recordaba, que había olvidado; me vi de niño, vi a mi familia, vi recuerdos reprimidos, vi lo rápido que pasa el tiempo; presentí que era un sueño pero el sueño no me dejaba despertar, fue maravilloso porque aún así el sueño corría su curso y me mostraba más sobre mí y sobre lo que desconocía de mi pasado. Vi tantas cosas, recordé tantos momentos que se habían mantenido ocultos; mis orígenes, mi familia, mis amigos, mis miedos, mis dolores, mis ilusiones, mis deseos, tanto de mí… Y cuando desperté en realidad, a la segunda vez, vi lo que soy ahora y cómo el tiempo ha pasado, y un par de lágrimas cálidas pendían en mi rostro. Fue como un viaje astral hacia el interior, fue magia, fue amor; después de la vida, es uno de los regalos más grandes que un padre puede darle a su hijo…


No puedo contar más, talvez algún día detalle sobre esto, aunque dudo recordar tanto como en este momento. Si lo he escrito de manerda vaga es para mantener la esencia de este instante. Por ahora, permítanme guardármelo y llevarlo en el silencio de ese baúl que todos llamamos “secretos”…

Para Lacho, que aún encuentra la forma de enseñarme tantas cosas… Gracias.

Eduardo Robles Pacheco. Miércoles, 11 de enero de 2012. 3:43 a.m.


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