El anafre resguardaba la cocción de la carne de borrego, que poco a poco conseguía su punto para luego ser servido como parte de la ofrenda para el altar, mismo que mamá empezó a colocar desde la madrugada, cerca de la tercera hora del día. Los preparativos habían llegado a casi su punto final, pues todo estaba listo ya: Las bebidas, las flores, el copal, el canasto con parte de la ofrenda, las veladoras... Sin embargo, salió a relucir un elemento propio de las fechas y que generalmente no podía faltar dentro del colorido aromático de las flores.
Decidí entonces ir con mi tía al rancho, a buscar a “las monjitas”. Y en el camino de llegada y el transcurso de las veredas semidesérticas de este lado del país, la flora y la fauna se mostraban en un allegro melódico en medio del calor seco y apartado de las lluvias que pude saber de julio; aunque eso no quitaba el dedo del renglón como para que días después cayera una llovizna en la noche.
Los chapulines estaban en tiempo de regocijo, se apareaban sin pena ni miramientos encima de las flores de “tucahua”; se podían observar decenas de parejas en cada una de las plantas que cubrían las orillas del camino; mientras que a otros ángulos del paisaje, tímidas y discretas, algunas flores se dejaban destellar de entre sus entrañas cactáceas como algunas tunas, varias biznagas o incluso algunos pequeños verdes frutos de la pitaya que curiosamente uno pensaría: “No tendrían por qué estar en esta época del año”, pero ¿Quién detiene a la naturaleza?
Y,
en contraste con la delicadeza (anda, que
aunque sean cactáceas y tengan un montón de espinas, eso no les quita ni pizca
de delicada apariencia a sus flores), se encontraban mallas intocables de
telarañas que eran bordadas al tiempo que eran cuidadas por sus creadoras,
las mismas a las que, después de unos segundos, era casi imposible aguantarles la mirada
porque se te entraba un poco el pánico luego de comprobar que no eran pocas las
que te tenían rodeado, pues estaban ya desde hace tiempo sin que te dieras
cuenta, cubriéndote en todos los flancos y dispuestas Dios sabe cuánto a
proteger sus dominios.
Pero,
guardando la calma y buscando nuevas formas de llegar al santuario de “las
monjitas”, al fin pudimos llegar al árbol que les brinda cobijo y hogar. Dichas
flores son, ahora lo digo después de dejarles un poco en la incógnita, una de
las tantas especies de orquídeas que crecen por estos lugares. Es una orquídea
que, para bien de las celebraciones, florece a finales de octubre y principios
de noviembre, y si a esto le agregas que huelen casi casi a néctar fresco
entonces puedes darte una idea del por qué es tan preciada para formar parte
del ornamento de los altares. Es algo así como “La flor de Candelaria”, que
también es una orquídea pero de color violeta que florece siempre para el 02 de
febrero, y que en Chiapas se usa mucho para ornamentar las festividades a la
virgen de la Candelaria (de ahí el nombre
común para esta flor).
Tomamos
las suficientes para el altar, evadiendo la molestia hacia las arañas y
procurando no extinguir las que apenas crecían o estaban en sus botones, al
final de cuentas se intenta no acabar con la especie, si no tan sólo tomar
prestado un poco para embellecer la tradición.
Y,
teniéndolas en mano, regresamos a tiempo para saber que el mole estaba ya a punto
de ser servido; colocamos las flores en agua para el altar, y degustamos uno de
los platillos tradicionales de esta celebración (recuerden que se ha dicho que el mole debe ser de borrego, que si no, no es lo
mimo). Ya para la tarde, antes que cayera la noche, proseguimos con la
solemnidad tradicional, tomamos casi todas las flores que estaban en el altar,
y por montones las llevamos al panteón, a colocarlas en las correspondientes
tumbas en donde yacen aquellos que en vida trascendieron en la nuestra, y a
quienes debemos guardar el mayor de los respetos porque aún les tenemos con
nosotros dentro de nuestros pensamientos.
Se
llevan las flores, se colocan en agua, se limpian las tumbas y se procede a
encender veladoras al tiempo que se les ofrece una oración para indicarles que
se ha llegado a verles y a recordarles; algunos incluso limpian el área cercana
a sus familiares para que se vea aseado y libre, para que puedan colocarse posteriormente más
flores y partes de la ofrenda, todo guardando siempre la mayor compostura de la
tradición, vistiendo al camposanto de un amarillo sobresaliente del color
morado (también de las flores), dispersándose entre éstas la luces de veladoras y
siluetas de personas que, pese a haber caído la noche, aún siguen llegando a
visitar a los suyos. Se pierde la concepción entonces de ser un lugar
silencioso y deprimente, de lamento; para convertirse ahora en un recinto de conexión entre
los que aún permanecemos un tiempo prestado aquí, y lo que han regresado a casa…
2 comentarios:
Tus fotografías siempre me dejan con una sonrisa, eso creo que no lo había dicho pero de que soy fan, creo que sabes que lo soy.
Y por lo mismo no dudé ni un segundo en compartirte este enlace que me topé y ya corroboré que no es virus:
https://www.box.com/s/sdqw91h1gb0ooghdti70
Es una convocatoria de fotografía que quizá te interese. La vi en una web que visite hace unas horas y aprovecho ahora que vine a comentar para dejártela.
Muy padres todas las fotos de la galería que nos compartes, los colores de las flores de esta temporada hacen un contraste natural hermoso. Y bueno, llegué demasiado tarde para probar ese mole :(
ѕocιaѕ:
Jejeje muchas gracias, el que lo digas significa mucho para mí, y para mi afición fotográfica.
Muchas gracias por el enlace, ya lo revisé y se ve realmente interesante :)
Sí, la naturaleza da las mejores escenografías para captar imágenes, y lo curioso es que no tiene necesidad de posar. No te preocupes, algún día sé que podrás probar el mole y cuanta cosa gastronónica suele haber por estos bellos lugares.
Gracias por tu comentario XD!
Publicar un comentario