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lunes, julio 09, 2007

:: ¡De nuevo en la red! ::

Después de una semana completa sin internet, y de muchas muchas llamadas al 050, al 01 800 123 22 22, al 01 800 123 00 00 y a otros más; llegaron los técnicos de TELMEX a sustituirme el módem y por fín pude tener mi conexión a Internet. Me impresiona realmente la enorme eficiencia de mis cerca de 25 llamadas para reportar la falla ;).

Y es que, sin exagerar, habemos quienes no podemos pensarnos sin una conexión de banda ancha para poder ver esos videos del youtube, descargar mp3 con el Ares, Películas con el Emule, Imágenes de Disco (.iso) con el Azureus, o interesante documentación con el Limewire, etc... jajajajaja y por supuesto, preguntar a San Google aquello que tánto dolor de cabeza nos dá cuando de ordenadores se trata.

No hay mucho qué decir en realidad, sólo que antier (sábado 07) festejamos el hecho de que "Natasha", "La flaca" y "La gorda" (Todas hermanas de César) festejaron sus fin de ciclo escolar: una salió de la Universidad, otra de la Secundaria y otra del Kinder (Qué sincronización ¿no?) y bueno, la pasamos bien al ritmo de música en vivo, "cochito" al "Estilo Tuxtla", la quema del "Búho" y un buen humor "para no olvidar el motivo".

Ahorita acaba esta entrada, es sólamente para "reportarme" este día que vuelvo a las andadas por la red... Espero pronto escribir algo interesante.

domingo, julio 01, 2007

:: Una tarde de Viernes ::

El viernes (29 de Junio) después de llegar del trabajo me dispuse a estar un rato en la casa y descansar. Hacía tiempo que no sentía esa sensación especial: Sentir una especie de cosquilleo que me recordó fácilmente mis días en la Universidad cuando entraba a un nuevo semestre, o cuando estaba en la Rondalla de la casa de la cultura y salíamos a alguna parte a tocar o bien, cuando ensayábamos en el parque. No sé a qué se deba, es un sentimiento como de emoción o nerviosismo, y lo he experimentado en diversas ocasiones ya.

Te sientes feliz y todo lo ves de una manera tranquila y muy positiva, como si estuvieras cargado de energía. Esa tarde cuando me di cuenta de esa emoción empecé a recordar muchas cosas de hace ya muchos años, y de alguna forma quería volver a esos tiempos; me di cuenta entonces que, aún no pudiendo hacerlo, me sentía feliz de recordar muchos detalles hasta ahora supuestamente perdidos. Recordé también algunas cosas de la preparatoria, sobre todo en la época de los últimos semestres. Era como si la tarde se hubiera puesto precisamente para eso, y es que, analizándolo bien, esa tarde se parecía a muchas que ya he contemplado, y quizás por eso empecé a recordar mucho; porque esa era una de “esas tardes especiales” que son capaces de tomar un momento de nuestra vida para hacernos reflexionar.

La sensación ha permanecido estos días, y pareciera como si me encontrara en una situación parecida a las que había recordado, en cierta forma quería volver a aquellas épocas en que me puse a pensar.

Tengo cierta afición por observar la naturaleza, me atraen mucho los paisajes y los atardeceres. A lo largo de mi vida he observado muchos atardeceres desde la parte de arriba de mi casa, y no me canso de hacerlo; creo que tiene una vista bastante cómoda ya que puedo ver el volcán Tacaná a cualquier hora del día (siempre y cuando no lo tapen las nubes claro está) en diferentes estados, desde aquellos azules de los amaneceres, hasta esos verdes grisáceos que va adquiriendo en los días de lluvia.

También cuento con una vista hermosa del cielo, puedo contemplar las estrellas y constelaciones siempre que lo deseo (nada más que sea de noche); y puedo ver la luna durante todo su trayecto por la bóveda celeste (me ha tocado ver a la luna y al sol a la misma hora, y es realmente espectacular).

Esa tarde era de color entre gris y azul, el viento estaba fresco, los árboles se movían al compás de éste y la luna tenía también un toque espectacular: estaba muy brillante, intensa y acompañada de algunas nubes que bien podrían estar dignamente plasmados en un cuadro de algún pintor famoso.

A las faldas del volcán, cada vez que aumentaba la hora y anochecía, se lograban notar aquellas luces de la civilización que año con año, según recuerdo, han aumentado y han logrado que cada vez que yo vea hacia allá, imagine que estoy viajando y deseo con toda mi alma poder volar. Eso me condujo a recordar cada Diciembre en que viajo, es exactamente la misma sensación. Sí, siempre he dicho alguna frase como “Esta tarde tiene cara de Diciembre” en algunas ocasiones en que estamos en otros meses, y es que a lo largo de la vida uno va relacionando ciertos aspectos que va observando, y esto provoca a veces que comparemos algunas situaciones.

Efectivamente, me parecía diciembre y esa sensación me hizo desear poner ya las luces navideñas en la casa, siempre le dan un toque majestuoso al hogar y hacen de éste un lugar aún más cálido. Claro que, al comentarlo con mi madre es obvio que pensó que lo decía como “un tiro al aire”, como sea, dejé el tema y seguí observando la tarde, los árboles, la luna y las rosas que están en el mirador (así le he puesto a esa parte de mi casa).

No dudé y saqué mi cámara fotográfica para tratar de inmortalizar el momento, lamento no tener una cámara que puede tomar las fotografías como yo quisiera; sin embargo, aún sabiendo que no podría tomar buenas fotos, hice el intento varias veces y pude sacar pocas que me satisficieran. Es bastante dramático ser apasionado de los atardeceres, de la fotografía, y no poder contar con un buen equipo para poder obtener una imagen como la observada, por eso siempre trato de recordar cada detalle cada vez que me encuentro con una tarde así...

Pongo las fotografías que tomé para que se den una idea de cómo estaba ese viernes...






















Adjunto también imágenes de la luna del día anterior.... excelente!









::Viaje de Fin de Semana: El Regreso ::

































































































































































































































































































































































































































































































































:: Viaje de Fin de Semana : El Museo::

En una parte de la casa puedes ver una entrada, no hay puerta, no sabrías imaginar qué es o hacia donde te lleva; te acerca y ves hacia el interior: un cuarto de dimensiones pequeñas en donde hay una señora sentada en una pequeña silla junto a un recipiente en donde va poniendo las monedas que las personas le van dando, no es una limosnera, tampoco es una cobradora, esta persona se encarga de recibir la “cooperación” de todo aquel que busca subir esa pequeña escalera de madera, en posición inclinada, escalones cortos que bien podría uno pasar de dos en dos. Este pequeño cuarto está de color ámbar oscuro, casi como la mayor parte del interior de la casona, y la escalera también lo es, solo que un tanto rojizo y ennegrecido por los zapatos de las personas a las cuales ésta ha ayudado a adentrarse en la historia de esta región.

Después de dar la modesta cooperación, subes las escaleras tranquilamente, lento, y viendo hacia la derecha e izquierda para recorrer con los ojos la arquitectura; caminas despacio y te apoyas con las manos para no hacer mucho ruido, es inevitable, tu presencia ahora es partícipe del historial de sonidos que se encierran en la casa. Llegas a la parte de arriba después de unos cuantos escalones, has terminado de subir, sin embargo no puedes seguir caminando: es obligatorio, para tu deleite, voltear hacia atrás y ver la escalera que has subido, ver paralelas unas de otras las aristas de los escalones y apreciar cómo cada vez más, a medida que se acerca la luz que entra por la ventana, van dejándose ver mejor, pudiendo hacerte pensar: “qué hermosa escalera, cuántos personajes no han de haber subido por aquí; y hasta ahora mismo, soy el último que lo ha hecho…”

Estas un rato allí y te formulas preguntas un tanto curiosas como: “¿Cómo lo habrán construido?, ¿De dónde habrán traído la madera?, ¿Serán las originales?...” Y ya después de que te dicen: “¡Avanza!” sigues el recorrido y te despides temporalmente de la escalera.

Entras y ves un cuarto de tamaño mediano con algunos objetos históricos referentes a la casa y a la historia del café. El museo se llama “Museo del café” y, aunque puede que no sea “la gran cosa” para muchos, es suficiente para remontarte a aquel tiempo. Hay fotografías y diversos artículos que se usaban en aquel tiempo, y cada uno te proyecta una sensación de majestuosidad y hacen que trates de imaginarte cómo era todo en aquella época; cada fotografía, cada herramienta, cada rincón del cuarto y cada rechinar de tu paso es un elemento vital para que tu presencia en ese lugar valga la pena.

El cuarto huele a madera vieja, pero de esa madera de cabaña, de campo, de historia; y la madera está cubierta por una especie de barniz que la mantiene protegida y con apariencia estable. Hay ventanas en algunas paredes del museo, y la luz entra de manera sublime; se ve esa luz típica, tan clara que pueden verse incluso las partículas de materia atravesando el haz de luz. Es mágico sin duda, y uno tiene la fortuna de estar ahí presente. Recorres cada elemento del cuarto, que, aunque pequeño, es suficiente para asombrarte. Ves las fotografías todavía en blanco y negro, reconoces el tipo de vestimenta, el tipo de cara de las personas; y sabes que si no fuera por esa fotografía, o esa herramienta alguna vez usada, o esa raíz alguna vez plantada y viva; no podrías estar allí, en esa casa, que fue construida sin pensar, sin contemplar, sin imaginar siquiera, tu presencia o existencia.

Las vestimentas que se pueden apreciar en algunas fotografías recuerdan mucho la época del Titanic, y no es para menos, esta gran casa se construyó en la década de los 20’s y todavía se conserva gracias a las restauraciones que le han dado. También se observan los rasgos característicos de los rostros de aquel tiempo, es decir, ese tipo de rostro pálido y con sombras en los ojos de aquellas mujeres y hombres, en fin; algo sin duda llamativo para las personas de esta época. Los objetos y herramientas probablemente daten de la misma época, aunque la verdad lo desconozco por completo; sin embargo, hoy en día, casi 100 años después, podemos disfrutar de verles y tocarles, y preguntarnos cómo habrán sido estos objetos en aquella época, cómo habrán sido usados, quiénes los habrán manejado, de dónde se habrán traído, y quién hizo posible que éstos permanecieran hasta ahora allí, como valores de la región del café, como símbolos del trabajo y esfuerzo enfocado a las fincas, como representaciones del esfuerzo humano. Allí están, todavía existen, todavía mantienen las estructuras y materiales originales; allí están, trascendiendo y manteniendo viva la pasión por la historia de aquella finca, de aquellos cafetales, de aquella gente, de aquellos tiempos, siempre por varios años y durante muchas generaciones...





































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