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sábado, agosto 21, 2010

:: Eureka: Definición de belleza ::

Viaje a Eureka (125)

La cita era a las 08:00 horas en la fuente del parque de mi ciudad, allá frente al edificio que siempre conoceré como la casa de la cultura. Poca gente a esa hora y la frescura de la mañana, talvez por ser viernes, nos agraciaba y auguraba un viaje placentero planeado apenas unos días antes.

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Nuestro destino: Eureka, a visitar la cascada “El manto de la llorona”. La vez pasada fui en motocicleta con mi hermano, lo que se resumió en una pronta llegada directa y sin transbordes. En esta ocasión era diferente, a pesar de haber hecho planes y discutido detalles con Nahiely, había algo de lo que no tenía plena seguridad. ¿Cómo llegar esta vez? Afortunadamente al llegar a Cacahoatán nos pudieron dirigir hacia la parada del transporte que va hacia Eureka. Tal vez se ubica a unas 4 cuadras hacia abajo y 3 a la izquierda de las principales terminales de transportes de Cacahoatán; se sitúa en una esquina en donde cada media hora sale un vehículo directo hacia allá: Desde las 08:00 a.m. hasta las 06:00 p.m. las salidas, los retornos inician a la misma hora pero finalizan a las 04:00 p.m.

Así que, una vez tranquilos al saber que sí hay manera de llegar directamente a dicha comunidad nos sentamos a esperar la salida próxima. Eran cerca de las 9:30 a.m. cuando salíamos carretera arriba rumbo a este prodigio de lugar.

Prácticamente íbamos camino hacia Santo Domingo ó Unión Juárez hasta llegar a un desvío hacia la derecha que sube el costado del volcán, que te conduce a Eureka. Una vez llegando, nos bajamos a explorar el lugar un poco antes de dirigirnos a la cascada.

Apenas teniendo los pies sobre el suelo el clima te envuelve con una frescura ideal, no hace calor y tampoco frío; es un equilibro perfecto. Luego de haber dado un giro de 360° para mirar rápidamente el lugar logramos distinguir frente a nosotros un camino en forma de escalera que dirigía a una de las partes más altas de la zona; subimos y nos sorprendió saber que la vista desde ahí es una de las mejores que uno puede conseguir: Allá a lo lejos las ciudades que apenas hace unos momentos recorrías, y a tu espalda la cima del Tacaná cubierta de nubes casi todo el tiempo. Invertimos buen tiempo estando ahí, fue como haber sido atrapados por el éxtasis de haber llegado ya a nuestro destino, y eso que nos dirigíamos principalmente, según nosotros, a la cascada.

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Pasaron muchos minutos antes de decidir continuar nuestro camino y seguir explorando el lugar en lo que retomábamos la ruta para ir a la vereda que nos conduce a la cascada, y justo en el momento en que íbamos bajando nos saluda una señora que minutos antes salió de una de las casas que teníamos a nuestros pies en el instante en que veíamos el paisaje que se dibuja desde la loma.

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No recuerdo con exactitud el hilo que fue tomando la conversación, pero después de cruzar unas cuantas palabras nos invitó muy cordialmente a pasar a su casa para conocer y platicar sobre dicho lugar y las bondades con las que se cuenta al vivir allí. Doña Alma y su esposo (me parece que se llama Carlos) son una de las tantas personas que viven en la comunidad de Eureka. Nos invitaron un café e incluso a desayunar a pesar de que ellos no lo habían hecho aún…

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“Nosotros siempre atendemos a todo el que viene a conocer por aquí; así somos, esa es nuestra costumbre de todos los de aquí. Viene gente de varias partes a conocer y les decimos que cuando gusten vengan, aquí está la casa para cuando quieran. Ustedes nos pueden avisar con anticipación para que sepamos y puedan venirse un fin de semana, aquí bien agarra el celular…”

Nos miramos en varias ocasiones con esa grata sorpresa de alguien que ha recibido algo que no cree merecer, o que lo ha recibido con la mayor atención que uno pudiera esperar. Intercambiamos sorpresas cuando nos ofrecieron el café, cuando nos invitaron a entrar a sus casa, cuando nos detuvieron al desear marcharnos y ofrecieron servirnos un desayuno a base de unos huevos con tomate, tortillas hechas a mano, queso, y una exquisita agua de naranja de las que crecen allá -son famosas porque son “requetedulces”-

“Anden, pueden conocer la casa, aquí es bien bonito. Tenemos siempre agua limpia, la luz no se va, el clima está bien fresco y no hay mosquitos; y la gente es muy tranquila. Hace poco una persona de Tapachula vino y le gustó tanto que compró allá arriba un terreno para construir una casita; y cada fin de semana viene a estar. Lo bueno es que aquí no falta nada, se tiene lo necesario, la combi está nomás a una cuadra…”

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Después de desayunar y agradecer enormemente por tan extraordinaria atención (se los juro, no exagero) correspondimos en la forma que pudimos; incluso quedando formales de pronto regresar y avisar con anticipación para que ambas partes nos preparáramos y pasáramos un rato agradable en tan bello lugar.

De esa forma, intercambiando números telefónicos y despidiéndonos como si de la familia se tratase, Don Carlos nos dirigió camino abajo por la vereda que nace en la parte trasera de la casa y nos señaló que siguiendo dicha vereda cortábamos camino para llegar a la cascada. Así lo hicimos, y mientras andábamos por la vereda caminando intercambiábamos impresiones sobre la maravillosa experiencia de haber conocido a estas dos personas. El día había comenzado muy bien, y se iba poniendo cada vez mejor.

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Ya en la marcha, los paisajes verdes y la fauna de pequeño tamaño se dejaban ver cada vez con más frecuencia y en todo su esplendor. Caminábamos sobre el crujir constante del pasto verde y las ramas, y en ciertos puntos de la vereda dejábamos atrás algunas cascadas de esas que intrépidamente se atraviesan el camino, tan sólo para escuchar nuevamente el murmullo típico de una próxima cascada. Cada una de ellas de forma, extensión y escena diferente, no pudimos evitar el detenernos en ellas para apreciarlas y disfrutar de su vertiente, es admirable encontrar tantas caídas de agua que resbalan en la vereda y viajan terreno abajo para llegar a los pueblos situados a alguno kilómetros a lo lejos, allá en donde los altos árboles de follaje imponente parecen unos arbustos de edad temprana que han caído al pie del volcán. A lo lejos, a lo lejos nos vigilaban los mantos celestes, verdes y azules del pie montañoso que se aleja y entre las nubes se pierde; el día estaba claro, y no hacía calor. El viento soplaba coherente y nuestro paso era aligerado por la emoción de llegar a la cascada principal.

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De entre los pequeños animales que tuvimos la fortuna de ver destaca un escarabajo de aspecto metálico, un arácnido y un par de saltamontes; pero los aplausos se los llevó por completo una mariposa transparente. Después de unos minutos de iniciarnos en internarnos a la vereda la pudimos observar brevemente, y se movía y volaba de tal manera que no me permitía enfocarla para siquiera hacerle una toma clara. De repente se dejaba ver, y nada más; algunos minutos mas tarde se postró en una hoja a desayunar y pude acercarme poco a poco a fotografiarla; di que soy incoherente, pero cada vez estoy más convencido que las mariposas son vanidosas y les gusta que las fotografíen.

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Perdí la cuenta de los disparos, el obturador sonada una y otra vez en el esfuerzo de perpetuar dicho momento y hacer la mayor cantidad de tomas de ese bello insecto; y cada vez movía mis piernas hacia delante para obtener una buena macro hasta que recaí en la cuenta que ya era suficiente por el momento, más cosas bellas nos aguardaban. Y volvimos a dirigirnos maravillados al camino, comentando en esta ocasión el curioso comportamiento de la pequeña mariposa transparente que pareció perseguirnos durante un rato mientras andábamos en nuestro camino.

Llegamos por fin a distinguir entre la vegetación el punto clave que nos insinúa la llegada a la parte esperada de la falda volcánica: Ni más ni menos que el puente característico de la cascada “El manto de la llorona”. Es un puente a base de una loza con varios postes pequeños de cemento situados a sus laterales que son atravesados por dos barras metálicas, simulando un diseño de vía de ferrocarril sólo que colocada sobre uno de sus lados. Desde el puente se logra ver una cascada fenomenal, y se nota que más hacia arriba se encuentran más caídas de agua.

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Nuevamente en la prisa de querer atravesar el puente nos dimos cuenta que habían unas mariposas muy llamativas aleteando por doquier. No eran transparentes en realidad, ahora, lo que llamaba la atención de ellas era el cambio radical de color en la parte de arriba de sus alas, pues engañaba a tu vista al no poder identificar si se trataba de un color amarillo, verde, azul, o todos al mismo tiempo intercalándose en su dermis negra que nada tenía que ver con la parte de abajo de sus alas: Blancas con rojo y líneas negras que con algo de imaginación te demostraban el número 88 escrito en ellas.

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Así pues, fuimos a deleitarnos un poco más con estos insectos debajo del puente, puente que guarda discretamente una colonia de mariposas, en especial las de este tipo (aunque se ve una que otra bonita colada por ahí) que salen volando en direcciones aleatorias y en conjunto cuando te acercas. Sí, puedes pensar que son algo montoneras y les gusta llamar la atención, y mira que lo logran sin mucho esfuerzo, pues su curioso diseño desafía todo intento de entender el concepto de supervivencia usando el mimetismo como sistema de apoyo; pues considero que jamás de los jamases pasarían desapercibidas al ojo de cualquier ser viviente.

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Pese a nuestra presencia, permanecían en sus lugares y tan sólo alzaban el vuelo para regresar a un lugar anterior visitado, pero siempre sobre la pared en que ya habían estado. Son bastante curiosas estas mariposas, pensamos que no las volveríamos a ver después de haber visto la primera en casa de doña Alma, momentos antes de emprender la marcha para adentrarnos en la vereda…

Ya después de haber estado un buen rato conviviendo con ellas bajo el puente seguimos por el camino del río. De entrada, desde el puente se ve una hermosa cascada, que es la principal porque es la representativa del lugar ya que abarca casi todo el panorama que está en dirección norte. Esta apacible zona consta de una cascada tranquila y de tamaño regular compuesta por una escalera de piedras que con mucha elegancia te muestra su cuerpo y su torrente; la caída termina en un cúmulo de agua de extensión grande, poca profundidad y fondo arenoso pero firme, lo suficiente para caminar y entrar a estar en contacto directo con el río y el islote que se prolonga hasta debajo del puente; es propicia para tenerla como fondo en un día de campo o para apreciarla si lo que buscas es una escena para meditar y procurar la reflexión.

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Pero no acaba ahí, basta subir por el lado izquierdo sobre las piedras y el pasto para encontrarte con la mayor cascada de las 3 que pudimos ver ese día; dicha cascada es bastante peculiar, porque esa zona del río no es precisamente para entrar a bañarte, la caída de agua es más grande y la potencia es mucho mayor que la anterior; y aunque hay zonas sin piedras en las cuales podrían entrar, está de pensarse porque trabajan ahí en conjunto el frío del agua y la corriente originada por la cascada. Afortunadamente a escasos 2 metros de la cascada está una piedra lo suficientemente grande como para postrarte y ver de frente la majestuosa cascada que sin ninguna vergüenza se presente ante ti. Esta parte del río es ideal para reconocer la maravillosa fuerza de los elementos naturales, es para quedarte quieto y admirar las bondades de nuestro ecosistema, es para mantenerte con cautela sobre esa piedra que durante mucho tiempo ha soportado la inagotable caída de agua sobre ella…

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Cascada en Eureka 4

Cascada en Eureka 1

Frente a la cascada

Y después, al seguir subiendo, el río te va anticipando a una parte más asequible para nadar. Mediante un ligero correr de agua sobre unas enormes piedras unidas unas a otras (casi casi haciendo una sola), puedes imaginarte que algo delicioso te espera un poco más allá. La anterior cascada y la que tendrás en un momento más a tu vista se separan por un listón blanco de agua que corre sin detenerse a brindarte un saludo…

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Y al fin llegas a la más prodigiosa de las tres (sí, deben haber más cascadas hacia arriba, pero al llegar a este punto sabes que debes detenerte, y si el cuerpo aguanta, bañarte), una que lo tiene todo: Verde vegetación alrededor, virginidad en su ambiente no contaminado por la mancha humana, una cascada de tamaño mediano y de fuerza soportable como para acercarte a ella, una poza con profundidades suficientes para nadar tanto si sabes como si no, pues entrando te llega a la cintura, y más allá -cerca de la cascada mayor- puedes tener el agua hasta el cuello; además, cuenta con una cascada menor en caso que no desees acercarte a la mayor; y esa cascadita a su vez te brinda frescura y un masaje extraordinario en la espalda (algo que no puedes conseguir con la otra ya que apenas acercándote debes luchar contra la corriente si es que quieres llegar a ella, y cuando llegas sientes como si decenas de trozos de hielo golpearan tu cuerpo; es enfrentarte al frío y a la fuerza, es de pensarse un poquito…). Y tienes piedras en donde sentarte ya sea dentro o fuera del agua; y el aislamiento necesario para poder disfrutar de un baño frío y temblar cuanto gustes sin la pena de saber que alguien puede ver tu “temblorina”. Esta parte es encantadora, el lugar perfecto para estar, para descansar, para nadar, para ver y para sentir. “Es aquí” -dije con gusto-, y estuvimos un rato disfrutando del agua casi helada que no te permite estar dentro por mucho tiempo…

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Estar dentro del agua es cosa pasajera, y no porque uno no quiera estar más tiempo dentro, si no porque está tan fría que necesitas salir un rato a la orilla para que se calme tu temperatura, por eso es necesario tomar tu tiempo.

Ya de regreso, volvimos por la misma vereda y visitamos los puntos anteriormente vistos; hasta llegar nuevamente a la parte en donde conocimos a doña Alma. El cielo estaba nublado y el clima presentaba un viento más intenso que en nuestra llegada; estaba por caer la lluvia de la tarde, y a lo lejos el paisaje nos mostraba una extensión clara y despejada, apartada de la frescura que en Eureka reinaba. Y mucho más allá, casi invisible, el mar se prolongaba.

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Caminamos despacio pensando el volver ya, pues las lluvia se aproximaba, y en nuestro afán de esperar por el transporte que nos llevara de vuelta a Cacahoatán, nos saludó un Sargento Tercero llamado Elpidio Escobar, jubilado, residente de ahí desde hace poco, quien nos invitó a entrar a su casa y nos presentó a su señora esposa y a su madre. Recaímos entonces que allá no usan el horario de verano, por lo que sin saberlo nos adelantamos una hora al tiempo programado para tomar al transporte. Esto nos permitió estar platicando con él y hablar sobre el privilegio que tienen todos ellos de vivir en ese lugar. Nos ofrecieron un atolito de plátano verde (es decir, aún sin madurar), que me recordó mucho el sabor del atole de elote. Me bebí dos tazas, vaya que es delicioso. La lluvia caía afuera, y dentro de la casa el trato hacia nosotros mostraba una calidez muy sincera, nuevamente nos hizo sentir muy bien y confirmamos una vez más la belleza de las personas que habitan este, también hermoso, lugar.

Y llegó el momento de despedirnos, de regresar hacia abajo, al calor y al ruido, de separarnos un momento de la tranquilidad arrullada por el canto de los grillos. La despedida fue tan amena y tan amable que pareció que fuéramos familia. Una atención extraordinaria por parte de todos ellos, me dejaron boquiabierto; y abordamos el transporte, no sin antes recibir una invitación para regresar y por su puesto haber intercambiado números celulares para avisar con anticipación.

Conocer personas tan amables hacen de tu día un mágico suceso, un acontecimiento que te alimenta el alma y te inspira ya no tanto a buscar la belleza, si no a ser parte de ella… Qué maravillosa oportunidad de vivirlo...


Con gusto te comparto la galería completa:



¿No es acaso paradisíaco este bello lugar?
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