Miércoles 21 de Diciembre de 2011. Con sigiloso paso aviso en casa que saldré y que no tengo hora para regresar, dentro del silencio que aún la oscuridad de la mañana tenía. Tenía suficiente tiempo para llegar a las 06:00 a.m. al estadio olímpico, pero aún así no mermé el paso porque, atado a débiles suposiciones, pensé que estaría a reventar y que el inicio sería puntual.
Pero, nuevamente mi crédula inocencia respecto a la formalidad nacional se vio lucida y grabada en un yunque imaginario sostenido sobre mi cabeza. Pese a ello, eran las 07:00 y tantos de la mañana cuando apenas entrábamos al estadio porque minutos antes abrieron. Aquí entonces reflexioné lo que leí en cierto libro referente al “diezcubrimiento” de México: “Se cita a tal hora para que empiece una hora después”. Como sea, era sólo un evento cómico al final de cuentas; estaba ahí por voluntad propia.
Entré y busqué a mi parecer la mejor ubicación; Sam no aparecía aún (habíamos acordado encontrarnos en el evento), así que pensé que no le molestaría si elegía una locación según mi criterio. Todos los asistentes nos sentamos y esperamos un poco más hasta que empezaron a llegar 5 globos aerostáticos aún sin alzar, desinflados vaya, cada uno llevado por una camioneta. Acto después de tomar sus lugares, los encargados empiezan a bajarlos, a extenderlos, a inflarlos y a lucirlos, al cabo de quizá una media hora ya estaban completamente gordos listos para salir del estadio ¿A dónde? Ni la menor idea.
Para esto ya me había encontrado con Sam, así que intercambiábamos conversación en medio de movimientos de acercamiento a la malla del estadio, pase apresurado entre personas que también buscaban la fotografía, y algunas apariencias de no prestarnos atención; sobre todo cuando enfocábamos y procurábamos esperar el momento preciso para presionar el disparador y teníamos que mirar en el visor so pena de parecer presuntuosos e irreverentes.
En una de esas, mientras esperábamos por ver si daban acceso al interior del campo para poder ver de cerca los globos; nos encontramos a Edgar. Así que ya los tres juntos en el evento intercambiamos algunos aspectos para estar mejor enterados sobre este rollo de los globos y sus confines temáticos. No tardó mucho en empezar a despejarse la aglomeración, los globos ya estaban partiendo (a quién sabe donde) así que todos empezábamos a buscar la forma de salir. En medio de un tumulto poco organizado, salió a colación mencionar un evento paralelo y casi con la misma hora que estaba dando lugar en alguna zona de las ruinas arqueológicas de Izapa; así que el día fotográfico continuaba, por lo que ya teníamos un nuevo destino programado.
Salimos como pudimos del estadio y camino a tomar el transporte un señor nos pide ayuda para empujar su “bochito” a cambio de darnos un aventón hacia el centro. Sin titubearlo mucho en realidad, pusimos marcha adelante nuestra fuerza física y una vez que el móvil daba señales de vida, nos subimos y cortésmente fuimos llevados por este señor y su señora esposa (ambos ya mayores, con la sobriedad y propiedad que caracteriza a algunos sexagenarios) hasta la zona comercial de la ciudad, allá por donde incluso se incrusta en la geografía local una que otra universidad y en donde el puente se ha convertido en un símbolo iconográfico para nosotros los peatones.
Llegamos al centro, desayunamos ligeros unos “jochos” y fuimos hacia los transportes que se dirigen rumbo a Cacahoatán, ya que de camino quedan las ruinas de Izapa. Para mi grata sapiencia Yami andaba por aquellos rumbos, por lo que gracias a ella pude saber en cuál de las dos zonas arqueológicas (Una es de pirámides y la otra de estelas) se estaba llevando a cabo la ceremonia de “Fuego nuevo”, así que no habría pierde porque incluso estábamos a buen tiempo para llegar y presenciar parte de este tan especial evento (Para saber un poco más, puedes consultar esta fuente).
Lo cierto es, que era un acto quizás más allá de mi entender; era el conmemorar una cuenta regresiva hacia el 21 de diciembre del 2012, cuyo significado según las profecías Mayas es bastante especial, pues es la fecha en que el calendario finaliza, y según, se da pauta para una nueva era; o algo así...
A todo esto, eran sacerdotes traídos de algún lugar de Guatemala talvez no tan cercano y que hacían el protagónico en la oratoria dirigida a los Dioses con el fin de solicitar indulgencia, venerarles y esperar prosperidad en el futuro; ofrecían semilla y granos, prendían inciensos en el improvisado altar que alzaron en el nuevo lugar asignado luego de enfrentar la enemistad de los locales (quienes se aglomeraron en protesta en las entradas de las zonas al sentir que se usurpaban sus tierras santas para dar lugar a una ceremonia insípida llena de paganos ajenos, ignorantes a toda consideración del significado inerme de las condiciones naturales).
Dictaban nombres de Dioses, hacían peticiones, compartían la protección del sahumerio sumergiéndonos en su espeso y transparente cuerpo a la vez que cerrábamos los ojos y uno de los sacerdotes nos lo dirigía al soplarlo; y en un tiempo después se anotaban las demandas y se arrojaban escritas en trozos de papel hacia el fuego, y se hacía de acuerdo a tu signo zodiacal, de acuerdo a la simbología que los astros te asignaron al nacer; todo por cumplir con la solemne armonía, seguir la ceremonia, mantener las raíces culturales vivas.
No tardamos mucho observando los pormenores de la ceremonia, a lo mucho un par de horas quizá; nos fuimos los tres con Carlos (que le encontramos ahí mismo) caminando hacia en donde se encuentran las estelas denominadas “Zonao A” y “Zona B”. Por cierto, personalmente no pude hacer tomas de las estelas (si acaso un par de tomas de toda esta zona pero de manera muy rápida). Ocurre que, según las normas de la zona arqueológica, no está permitido tomar fotografías con cámaras de gama “alta”, sólo está permitido hacerlo con celulares, cámaras compactas y con cámaras de video.
Aunque las intenciones de las normas están fundamentadas en el echo de “evitar que se lucre con imágenes de alta resolución tomadas por equipos profesionales” -cosa que entiendo-, y “permitir solamente dichas tomas con un permiso que habrá que solicitarse a con diez días de anticipación”; pareciera que se ha vuelto algo restrictivo y nos coloca como mercenarios a aquellos que gozamos de la fotografía a un nivel un poco más dedicado; pues es que hay de todo, desde aquellos que buscarían lucrar con imágenes de la zona (en realidad no me lo imagino, aunque sé que es posible), hasta nosotros que buscamos difundir lo que hay en nuestros alrededores con tal de compartir y procurar que se conozcan nuestras riquezas culturales y propiciar a que la gente se interese. Y, sin ánimo de ofender; la zona de Izapa no es más impresionante en tamaño ni mucho menos más bella en estética que Monte Albán, Palenque, Mitla o Chichen Itzá (todas ellas con accesibilidad de fotografía y difusión envidiable); si no que es más modesta, y su esencia histórica radica más en las estelas (piedras) cinceladas, de las que (según he visto) es muy difícil lograr tomas fieles, ya que el grabado en ellas apenas si se nota. No sé a qué se deba, sin embargo, hay que atenerse a las normas...
Como sea, optamos por evitar toda incomodidad a los cuidadores y seguimos el recorrido por la zona. Nos despedimos de Carlos que tenía que regresar a trabajar y de Yami que se fue a echar unas piñas coladas; y tomamos rumbo hacia el norte, hacia Cacahoatán y luego hacia Unión Juárez, buscando un clima fresco y un ambiente tranquilo para pasar la tarde en lo que esperábamos el evento de los globos en el parque Bicentenario, ya que ahí concluiría horas después.
Nos bajamos en Monte Perla a contemplar la cascada y el río desde varias perspectivas, esto nos propiciaría una frescura corporal ya pedida a gritos y nos despertaría el apetito que poco a poco iba creciendo ya desde algunas horas antes. Tardamos lo suficiente, quizá una hora y media; aunque tuvimos que esperar un poco para volver porque los transportes que iban de regreso en el camino hacia Santo Domingo iban prácticamente “a reventar”.
Sam entonces retomó la idea del mochiviajero: El tan polémico “dedazo”. Surgió luego de ver que simplemente no había transporte disponible; Sam nos volteó a ver e insinuó la estrategia, a lo que Edgar y yo respondíamos accediendo pero quizá con un poco de incredulidad al inicio, opacada luego por el pensamiento de: “Bueno, si algún día habremos de viajar así por todo el mundo, sería bueno empezar a practicar la técnica y perder el prejuicio de la vergüenza…”
Cerca de la tercera oportunidad, un señor se apiada y nos brinda apoyo; ¡Y allá vamos! En la góndola rumbo a Santo Domingo. Admito que viajar de dedazo le da un toque diferente a la emocionante sensación por sí sola de viajar con tu cámara. Es como si fueras sin rumbo, hacia donde sea, hacia donde el viento te lleve, con el tiempo como cobija y el aroma carretero como brújula…
Minutos más tarde llegamos a Santo Domingo; agradecimos tan significante acto para nosotros al señor que nos tendió un aventón y con nuevos aires de aventura caminamos pueblo adentro… Nos detuvimos frente a la Casa Grande, pero por algún motivo la curiosidad nos llamó a entrar a otro restaurante, uno de enfrente, llamado “Kahwahmi”; cuya apariencia rústica alemana esconde en su interior un cálido recibidor y una terraza tan preciosa que no dudamos en quedarnos ahí apenas subimos y le dimos el primer vistazo; pues goza de una vista natural muy limpia, además de estar cómodamente adecuada hasta para el más exigente gentilhombre.
Y al calor de una frías y una parrillada, degustamos el momento, hasta quedar sumergidos en la relajación de una buena plática de sillón. El tiempo corría, quedaba aún algo para seguir ahí, junto al silencio de los pliegues iniciales de la montaña, y recibiendo los primeros rayos horizontales del Sol frente a frente.
Cuando reaccionamos, nos incorporamos con cierto trabajo y dispusimos la marcha de regreso a Tapachula, pensábamos que a lo mejor no llegaríamos a tiempo, pero la verdad es que llegamos en el momento justo porque se iniciaba el proceso nuevamente para inflar los globos. Ahí esperamos a que el evento siguiera la marcha; encontramos a otros colegas del grupo, como Elmer y Luis Daniel, con los que intercambiamos pequeñas impresiones sobre el evento en sí y sobre lo que había acontecido a lo largo del día para nosotros.
Fue un día completo de fotografía, la verdad. Un receso de la rutina y una extrema inmersión tremenda a los deleites del viaje, del conocimiento y la aventura, que al final se traducen en imágenes fotográficas…
¿Fascinante, no?
Con gusto, te comparto la galería:
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