Salí del Museo Regional de Chiapas luego de haberme empapado de ciertas referencias históricas que describían la posible historia de nuestro estado; no obstante, este sitio no representaba más allá que ser el penúltimo de la travesía. Tenía que volver a San Cristóbal, pero en pleno camino de regreso me topé con el Museo de Paleontología.
Las piezas esas tan llamativas que alguna vez surcaron mi vista al hojear las páginas de algún libro, se “tridimensionalizaban” y me permitían verificar su rareza a mi rutina; decenas de indicadores históricos y evolutivos sobre plantas, minerales, animales y fósiles resguardan el interior de este museo, propiciando así un paseo casi solitario que te permite observar a discreción y detalle todo cuanto puedes encontrar en su interior.
Bajo un esquema de colores y zonas temáticas, la diversidad de contenidos se organiza de forma muy cómoda y progresiva a medida que entras; y la suave penumbra de alguna sala ayuda mucho a concentrarte en lo que al parecer ya tiene su “tiempecito” de haber sido vivido (sí, a usted me refiero también, señor fósil).
Además, cuenta también con un departamento real de estudio y evaluación de las piezas que ahí se exhiben (o por lo menos eso creo), lleno de piezas morfológicas, anotaciones, instrumentos de observación, productos químicos especiales, y un mural posterior que bien inspira a invertir mucho tiempo ahí adentro si es que te gusta esta rama del saber.
¿Y qué decir de las muestras de insectos? Pues nada, que con tanto espécimen la curiosidad te mata y no tienes nadie al lado que te explique las condiciones en las cuales fueron atrapados y colocados en sendos mostradores que, si no tienes cierta fobia hacia estos animalillos, hasta te provocan ganas de hacerte de uno o de abrirlo para observar con lujo y a conciencia cada uno de los ejemplares que ahí han permanecido desde Dios sabe cuándo.
Lo fascinante es que tu criterio empieza a resolver la circunstancia de la diversidad: No es sólo el escarabajo o la mariposa; por lo poco visto, hay cientos o miles de diferentes especies y cada una de ellas estudiada, registrada e identificada en la naturaleza (igual y no, pero algo cerca de ello puedo asegurar que sí), lo que te hace pensar: ¿Qué necesidad de que estos dos pequeños tengan nombres diferentes si son tan idénticos que lo único que cambia en uno es el cuernito de la frente? Pues así es mi querido Sancho: Que entre muchas cosas se le llama selección natural, evolución de las especies, diversificación según ambientes y condiciones biológicas; mira que haber pasado millones de años en el planeta y no existir cambios en los seres vivos puede resultar al final algo aburrido, algo tenía qué suceder para mantenernos ocupados estudiando dichos cambios ¿No crees?
Y más misterios surgen, más incógnitas, que si bien no siempre obtienes una respuesta satisfactoria, por lo menos te llevas la pregunta a casa con ese sabor a boca tan placentero que si bien lo sabes mantener, hará que investigues y resuelvas tus dudas a la primera oportunidad que tengas.
Y básicamente, así fue este viaje, y como ya he comentado, me regresé a San Cristóbal y al día siguiente a casa, a escribir todo esto y continuar como por décima vez el relato de mis viajes Oaxaqueños que ya dentro de poco harán el año de haberse ocurrido, cosa que no me produce mucho orgullo, pero vamos, que sé que comprenderán que a veces hay intermedios que son necesarios contar…
Con gusto, te comparto la galería:
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