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domingo, agosto 19, 2012

:: Chazumba: Domingo ::

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Domingo 05 de Agosto de 2012. Juro que nunca antes había dormido con las ventanas abiertas y sin taparme; hasta ahora. El clima no era ni caluroso o algo por el estilo, era frío, fresco, pero un fresco entrañable, un frío que tenía mucho tiempo sin sentir, y quizá por ello mi cuerpo no reaccionó de manera delicada o vulnerable. Como dije hace unos días, la única vez que usé chamarra fue bajo el aire acondicionado de ida en el auto bus, y ya. La noche y madrugada, eran arrulladoras con ese viento silbante y esa temperatura constante, por lo tanto, dormía fabulosamente; aunque menos tiempo del que en años anteriores dormía, para poder disfrutar el mayor tiempo posible de mi estancia, y despertarme a buena hora para el chocolatito y la compañía familiar.

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Después del chocolatito para regular la temperatura y saborear el comienzo del día, fui con mi tía Tere a comprar el desayuno. Era domingo, domingo de plaza, domingo de comer nieve de limón en el centro, y por si fuera poco, domingo de barbacoa de Don Sergio. Para como yo lo veo, en todos los lugares hay aspectos memorables o que trascienden como propias del lugar, bueno, esta barbacoa es una de esas cosas en Chazumba. Cuentan las palabras de quienes me han contado que Don Sergio y su barbacoa han sido por años un ícono y tópico muy especial en el pueblo (perdón, quise decir, villa); al parecer esa tradición la heredó de su mamá y él desde joven hasta ahora la ha mantenido y su barbacoa es catalogada por muchos (si no es que todos) como la mejor.

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El estilo radica en prepararse “enterrada” y con hojas de maguey para darle mucho sabor además del que ya traen los chivos al ser pastados en las faldas y laderas de los cerros que rodean a Chazuma, cuyos suelos mantienen amplios sembradíos de orégano silvestre; lo que se traduce finalmente en que mientras los chivos hacen ejercicio (y obtienen una carne sin grasa muy suave) subiendo y bajando los cerros, al mismo tiempo se condimentan alimentándose de orégano y otras especias que se encuentran creciendo en todo lugar por donde pasan. Cada domingo, me parece, Don Sergio preparaba barbacoa de varios chivos y salía a venderla a la plaza; bueno, a través del tiempo esto ha cambiado mucho; siendo su popularidad tal que desde el día sábado en la tarde ya le han encargado piezas de barbacoa, sangre o menudo; y para el domingo en la mañana ya tiene casi todo apartado; y lo que aún no ha apartado pues, no tiene necesidad de salir a venderlo porque a partir de las 8:00 de la mañana podemos llegar a su casa y comprarle después de ver cómo hace el primer destape de la mañana, cuando por fin la barbacoa ya está lista.

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Desayunamos una deliciosa barbacoa y fuimos a la plaza, apenas estaba siendo instalada, para mostrarse en su totalidad cerca del medio día, horas más horas menos. Pude ver lo que años atrás no había podido por no haber ido en agosto: Pitahayas en grandes cantidades, xoconostles y jiotillas. Estas frutas son de temporada y poseen cierta similitud además de ser del tipo cactácea, ya que la consistencia interior de la fruta y la distribución y apariencia de las semillas son muy semejantes. Vaya que me di un atascón de estas frutas, pues tenía años sin probarlas. La característica principal de esta fruta, en principio, creo yo, que no es ser dulces dulces; sí tienen sabor agradable, pero no es estrictamente dulce, es una combinación entre lo dulce, lo simple y lo agrio, pero que es balanceado perfectamente con la textura de sus carnes y con la espectacularidad de sus colores; toda una experiencia.

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Grandes: Pitahayas. Medianas: Xoconostles. Chicas: Jiotillas.

Para la una de la tarde, emprendía el recorrido en motocicleta con mi tío Jaime hacia el lado contrario de la ruta que tomamos el año pasado. Nos dirigimos buscando la ruta de Olleras de Bustamante y más allá, para explorar el camino carretero y conocer los paisajes de esa parte de Oaxaca aprovechando que ahora todo estaba de un verde muy vivo.

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A lo largo del camino pudimos observar diversidades de paisajes: Cerros verde con ríos con agua a sus faldas, sabinos solitarios entre los ríos o a sus orillas, xoconostles aún en el cactus así como otras frutas que no pude identificar, también jiotillas, y grandes y extensos sembradíos de pitaya, todo esto resaltado con una alfombra roja formada de un pasto bastante llamativo y que es inútil a la agricultura pero delicioso a la vista; hasta donde he podido entender. Entonces fue que me mencionaron la ironía del concepto lugareño: Chazumba es considerada como el reino de la pitaya, pero la mejor y más dulce pitaya le llega desde estos lugares, desde olleras de Bustamante y desde el pueblo a donde llegamos finalmente: Santo Domingo Tianguistengo, ésta última considerada curiosamente como “La Capital de la Pitaya”. El sabor de la pitaya depende mucho del clima, el suelo y la altura a la que sea sembrada; es curioso ver cómo el fruto dado en lugares relativamente cercanos pueda ser tan diferente en su sabor.

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Tardamos un poco para llegar a Tianguistengo, pero creo que fue porque nos detuvimos en varias ocasiones a ver los paisajes. No era común pensar en ver tales escenarios en alguna parte de Oaxaca, hasta ahora. Cielo, tierra y viento se mezclaban exitosamente para regalar imágenes fantásticas, poco familiares; extraordinarias. Y ocurría ahí, en el camino carretero medio silencioso que comunica a poblados con cifras pequeñas de habitantes, pero con grandes aspectos de cultura y tradición. Tianguistengo había tenido feria el día anterior (al parecer el 04 de agosto es la feria patronal, y la feria de la pitaya es en mayo, en la que concursan los pueblos vecinos para determinar, entre otros títulos, cuál es la pitaya más grande cultivada –cuenta la leyenda que en los últimos años una pitaya llegó a pesar los 3 kilos con 100 gramos–), por lo que aún pudimos ver indicios de ello y apreciar un poco el colorido de los juegos mecánicos que ya se estaban empacando. Por otra parte, la iglesia, con ese estilo tan hermoso de arquitectura antigua que puede apreciarse en los pueblo Oaxaqueños, estaba aún adornada con flores en ramos y floreros, de diversas tonalidades dando un aspecto bello y un aroma mezclado de flores y cera que sin duda hacía sentir la solemnidad del recinto; un aspecto tradicional tan hermoso y tan devoto.

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Echamos una fría, cómo no, pa’l calor. Y regresamos por el camino que hasta hace unas horas era desconocido, más recios y más seguros de él; a bordo de la poderosa azul y viendo ahora en retrospectiva los paisajes, desde otro ángulo, parecidos pero invertidos, e igual de abrumadores que como la primera vez. Paisajes de postal, de calendario, justo en frente de nuestras narices, y nosotros felices.

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Para la tarde (cuatro y media creo) ya estábamos en casa, comimos un chilate de guaje con carne de barbacoa del desayuno que preparó mi tía Beta, un deleite para el paladar más exigente de todo sibarita. Y para la noche aún no terminaba el día; luego de hacer pruebas fotográficas nocturnas en las cercanías de la casa nos fuimos al punto que se denomina “El mirador” de Chazumba, que es el punto carretero más alto en la carretera hacia Huajuapan pero desviándose hacia San Juan Joluxtla, de manera que el pueblo puede verse en su totalidad desde ese ángulo. Sin embargo, la noche estaba cubierta por nubes, en cantidades que daba la impresión de que iba a llover, pero no fue así, no obstante tampoco se fueron, permanecieron ahí, y el cielo estaba más nublado que el día anterior.

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Puede que no era conveniente para fotos hacia arriba, pero para fotografiar el pueblo con ese escenario compuesto de luces, nubes, siluetas de cerros y la luna, era majestuoso. Era una cara desvelada de Chazumba, desde un punto que era solitario, silencioso, que no tenía más iluminación que la reflejada en los agitados pastos crecientes en las laderas de la carretera debido ya a la luna que se hacía presente; y a pesar de la hora, a pesar del frio, y a pesar de la oscuridad de ahí, disfrutamos viendo cómo Chazumba dormía…

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Para mi tía Tere y mi tía Beta, por ese cariño tan hermoso que tienen con este sobrino glotón...

Con gusto, les comparto la galería:

lunes, agosto 13, 2012

:: Chazumba: Sábado ::

Chazumba, Agosto 2012 (20)

04 de Agosto de 2012. Así que digamos “Qué bruto qué planeado estaba” pues no, no lo estaba, aunque tampoco advertiré que no lo había pensado o que lo necesitara. Imagínense nomás, desde hacía un año ya que no iba a saludar a mi pueblo. Creo que era justo hacerlo; así que todo se unía, y muchas razones me empujaron a decidirme a hacer un mini viaje. Haciendo cálculos de desglose, estuvo así la travesía:

1.- Salí de Tapachula a las 07:15 p.m.
2.- Regresé a Tapachula 5 días después, a las 8:30 a.m.
3.- Esto hace un transcurso de aproximadamente de 109.5 horas.
4.- De las 109.5 horas que no pernocté en Tapachula, 41.5 horas estuve viajando para llegar a mis destinos finales: Chazumba y Tapachula, mientras que las 68 horas restantes permanecí disfrutando de mi pueblo y sus alrededores.
5.- Esto hace una proporción de más o menos 38% del tiempo viajando y 62% dedicándome a estar en familia, pasear, comer, dormir y tomar fotos. Un 62-38 me parece excelente, al final se obtiene un 100% que se reduce a vivir y sentir, eso todo.

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Llegué a Oaxaca luego de dormir plácidamente y no despertar ni para cenar algo a mitad del viaje (desperté ya que el bus arrancaba para seguir el camino ¬¬), caminé por las hermosas calles y en lo que llegaba al centro observé las grandes y bellas iglesias; incluso pude ver cómo lució el auditorio de la Guelaguetza durante este su último año así: Con el techo aún sobre sí. Porque tengo entendido que quitarán ese productor de sombra.

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Desayuné algo típico mientras por allá, aún más profundo que el sonido emitido por la guitarra del trovador, se escuchaban las porras al equipo de fútbol mexicano que se disputaba el partido contra Senegal. Proseguí mi camino, quería desconectarme un poco de toda actividad externa a mi mochila y a mi cámara, caminé otro poco y tomé el transporte hacia Huajuapan; pude ver con alegría cómo este mes y las lluvias frecuentes habían dado un toque mágico a los supuesto áridos paisajes Oaxaqueños, eran vistas espectaculares que se lucían allá mientras yo, del otro lado de la ventana de la Van, les veía medio perdido y babeante.

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Por si fuera poco, inclusive el camino desde Huajuapan a Chazumba estaba así, verde verde. ¿No me habré confundido y estaré regresando a Chiapas? No creo, no recuerdo que en Chiapas se vieran juntos los plantíos de cactáceas con matas de plátano y árboles de granada ¿A dónde jijos vine a dar pué?

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Pero no, era real, era la zona de Chazumba. Sólo que un poco más bendita por la lluvia y más húmeda que de costumbre; con un cielo particularmente nublado. Y digo particularmente nublado por que no es común, o no lo era pues ¡Vaya que no! No recuerdo que aquellos cielos casi completamente despejados y azules de antes, cedieran un poco y permitieran cubrirse de esponjas blancas preparadas ya para regar, aunque no por todas las zonas, agua fría y punzante sobre este lado Mixteco del suelo Oaxaqueño. El caso es que llegué, y en el pueblo no estaba lloviendo. Cosa rara, había llovido los días anteriores; pero bueno, que no vengo a criticar ni mucho menos. El pueblo me recibió restregándome en la cara que ahora le diga villa; sí, el reino de la pitaya, jijos míos, ya no es más pueblo; si no villa, Villa Santiago Chazumba; y resuenan los tambores que se escucha también bonito decirle así, sobre todo porque no importa cómo le diga ni qué tanto cambie con el tiempo; seguirá siendo mi pueblo amado. Ha habido modificaciones en su apariencia, lo sé, lo maquillaron un poco en las mejillas y le delinearon las pestañas a la vez que una manicura poco a poco se va concluyendo sigilosamente. Hay de opiniones a opiniones, porque siempre las hay; al final, todo sea por el bien de este pintoresco lugar y la gente que lo habita. “Hagamos de Chazumba un pueblo grande” —decía alguien hace muchas décadas—... Amén de ello.

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Me recibió mi familia, degusté un platillo nominado como “chilate” y entonces me preparé para los kilos extra que habrían de venir con los días restantes. Conversamos y conocí la nueva cara de la casa y sus alrededores con la integración carretera y el puente que ahora conecta ambos lados de la barranca del muerto. “Ahora que han puesto la carretera, será difícil quemar cohetes aquí, hacer fiestas fuera de casa o colgar las piñatas en diciembre” —me dije—, pero no en tono de lamentación quizás, si no de una aceptación relajada del progreso y lo que viene. Pude disfrutar, por ser agosto, de la presencia y crecimiento de frutos que no siempre se ven por aquí; de entrada, en el huerto, crecía el maracuyá, la pitahaya, el tejocote, la granada, el durazno y la cidra entre otras frutas más… La lluvia y la temporada habían hecho que mi llegada fuera bienvenida con espectaculares y coloridas imágenes; muchas gracias.

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“Ahorita está muy nublado, pero sí se alcanza a ver el camino de la leche. Desde pequeños nos enseñan en la escuela eso y pues de ahí la conocemos. Recuerdo que es por allá, hay meses muy despejados en los que se ve clarito el camino y cómo atraviesa todo el cielo, desde allá hasta allá. Ahorita puede que se confundan por las nubes, pero a lo mejor al rato se pueda ver un poco” —me decía mi prima Irubí cuando me encontró en la noche intentando rastrear y fotografiar la vía láctea—.

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Y no es para menos, aquí se observan cielos muy despejados y parte del viaje se resumía a regresar con una foto de la vía láctea, de hecho desde el principio me imaginé regresando con la foto; sólo que no me esperaba que estuviera medio nublado durante mi estancia, pero tampoco representó queja alguna. Luego de buscar y buscar pude hallar la parte más visible de la vía esa noche cerca de la cola de la constelación “Escorpión”, lo demás se redujo a pruebas fotográficas y a esperar que las nubes se desplazaran. Al principio, dado que no podía diferenciar entre la vía y las nubes, me resultó complicado saber cómo guiarme en el cielo, además del hecho de que era la primera vez que lo hacía con tanto interés; aunque en años anteriores seguramente y sin darme cuenta observé la vía láctea en aquellas frías noches de invierno regresando de las posadas o sentado en la terraza de la casa, pero jamás tuve idea de lo que en verdad veía.

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Ahora era diferente, sabía lo que había y valoraba las condiciones generales. Jamás deseé tanto que las nubes se movieran, jamás agradecí tanto la falta de iluminación de la ciudad en la locación de la toma, jamás tuve tanto temor del viento frío que movía al tripié y hacía temblar la cámara mientras ésta se mantenía haciendo la toma (una toma quizás movida si el viento era lo suficientemente fuerte para cambiar la posición de la cámara); jamás había tenido que enfocar hacia una zona completamente oscura y lejana con apenas unos puntos visibles por el visor de la cámara; jamás había estado a la expectativa de esperar que no pasaran fuentes luminosas (vehículos) que pudieran afectar la toma, jamás había valorado tanto el movimiento de rotación de la Tierra y el posicionamiento de ésta respecto a las estrellas. Perseguir la vía láctea es asunto de paciencia y entrega, porque es procurar que las condiciones se den, y se intenta que aquellas que están en nuestras manos sean las mejores, mientras que aquellas que no están a nuestro alcance tan sólo pueden ser afectadas por nuestra fe y expectativa.

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Sin embargo, pese a que pueda ser un debut o no, los resultados pueden ser majestuosos…

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Esa noche dormí feliz, había hecho mi primera fotografía de la vía láctea, y fue en mi pueblo…

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A mi tío Jaime e Irubí, por ayudarme a encontrar lo que sería el motivo de esta fotografía.

Con gusto, les comparto la galería:

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