:: Marzo en Chazumba ::

Nunca había estado antes en la época de semana santa en el pueblo, eso equivalía prácticamente a no conocerlo desde ese santo punto de vista. Aunque he podido ya estar en diversas épocas del año aquí, cada una marca cierta diferencia respecto a las demás. Es como si tuviera maquillaje nuevo, como si el sabor del aire cambiara, como si el aroma del monte tomara otra intensidad, un poco más glorificada, quizás.

Es posible que mis suposiciones no estén del todo fuera de lugar; la vegetación no es tan verde como en el mes de julio, pero ni en julio he visto sendos y hermosos quiotes (ese tallo que le crece al maguey cada ciertos años, sí, años; y que sostiene su flor intensa amarilla que se usa para muchos aspectos ceremoniales dada su escandalosa presencia aromática); tampoco había apreciado el inicio del florecimiento de los pitayos (que en mayo ya deberían estar en el punto exacto para ser cortados y disfrutados) o visto luna más llena y grande, sin mencionar brillante y colorida que en otras épocas (a mi parecer).

 

Incluso, puede deberse al clima de ésta época, tan variable desde mi punto de vista (porque, señores, he convivido con calor, vendaval, frío y fresca tranquilidad; y todo en la misma semana), que los paisajes tomen un aspecto un poco más intenso de color y con formas curiosas en las nubes, o que éstas a veces ni siquiera puedan ser encontradas porque el viento se las lleva y apenas dejan una que otra olvidada cuando el sol va para el ocaso.

Es como si todo se acomodara para marcar especialmente la época, para decir: “¡Hey! Acomódense todos y en armonía que ya es semana santa, y hay que hacer notar la diferencia ¡Apúrense, que una vez pasando esto hay que prepararse para la feria grande!…” Y entonces todo sucede en una noche mientras el pueblo duerme, para amanecer al otro día, el domingo de ramos, ya con ese aire nuevo y santificado; y cuando sucede, entonces la gente se une a la celebración de manera tan respetuosa y formal que guardan solemnidad cada día de esta tradición y siguen al pie de la letra las ceremonias, eventos y eucaristías programadas. No, no, no ¡Que si habré visto yo cómo guardan la ocasión en que nada de carne habrá de consumirse el viernes santo (o algunos, toda la semana)! Y cómo es esperado y aplaudido el platillo tradicional de la villa: Tortitas de camarón con su mole negro, acompañado de nopales y tempesquistles, y también (en algunos hogares) la sopa de habas. Y para predicar con el ejemplo del respeto hacia las tradiciones, la iglesia guarda campanas (es decir, no se tocan para anunciar las misas y en lugar de ello se usa una matraca) desde el jueves santo después del encarcelamiento, hasta la media noche del sábado de gloria; porque eso sí amigos míos, aquí como en muchos lugares, también se hace la representación del camino de la cruz.





 

Y los paisajes nocturnos no se escapan de lucir diferentes; ciertamente no son como en julio en que la vía láctea aparece a la vista apenas se oscurece el cielo, pero tampoco carecen de encanto, por supuesto que no; lo que tienen es esa admirable limpieza para dejar ver a las estrellas, donde, cuando mucho, pasarán algunas nubes tapando, pero la fuerza del viento hará que no tarden mucho interrumpiendo tu contemplación.





 

No importa la época en que se esté en Chazumba, siempre goza de una belleza única, a cualquier hora del día… O de la noche...

Con gusto, te comparto la galería: