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lunes, julio 01, 2013

:: En las cascadas de “Agua Caliente” ::

Agua Caliente (01)

16 de junio. Unos redondos panecitos con chispas de colores adornaban la espera, junto con el cafecito, a medida que nos amanecía en el parque. La cita ya había sido acordada con mucho tiempo de antelación, buscaríamos la forma de llegar al ejido Agua Caliente sin previo intento; y lo peor, sin guía presencial. Tan sólo algunas fotos vistas, mapas, videos y textos que se habían topado en internet eran nuestro apoyo; y nuestro transporte, era ni más ni menos que la poderosa camioneta de José.

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En total ocho partíamos al despunte de la mañana rumbo al ejido; anticipándonos a los posibles tiempos perdidos y a los desfases provocados por cualquier percance menor que pudiera suscitarse. Ya una vez finalizado todo, sentado en casa, puedo hacer mención que el camino para llegar hasta Agua Caliente se resumen de la siguiente manera:

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1.- Desde Tapachula (por “El Edén”) ó Cacahoatán (hacia Unión Juárez desviándose en “Faja de Oro”), llegar al ejido “El Águila”.
2.- Entrando al ejido “El Águila”, tomar un desvío (calle) a la izquierda rumbo al ejido “El Progreso”.
3.- En el ejido “El Progreso” seguir por la carretera rumbo a “Chespal nuevo”.
4.- Una vez en “Chespal Nuevo” dirigirse rumbo a “Chespal Viejo”.
5.- En la carretera de “Chespal Viejo” se encontrará un desvío a la derecha, que es el camino rural hacia “Agua Caliente”.
6.- Tomar dicho camino hasta llegar a “Agua Caliente”. Entrando al ejido se topará con el letrero que indica el acceso descendente hacia el lugar en donde están las cascadas y las aguas termales. Es aquí, según nos dijeron, en este ejido, en donde termina la carretera.

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Pero bueno, esto como he dicho ya, una vez pasado todo y habiéndolo aprendido; que de ida fue si no precisamente un caos, por lo menos sí una ruta medio confusa y extrema para haber tomado. Veamos pues, si el zangoloteo del viaje me permite que la memoria pueda contarlo…

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El registro de estas aventuras nombradas así cumpliría informalmente su primer aniversario, el tiempo voló y cada aventura fue sellada en pergamino de memoria, con postales de risas y lacas fotográficas; igual esta misma, que se desarrollaba mientras íbamos restregándonos en las narices la fría mañana del ombligo de año. El sol salía a medida que el avance se prolongaba, en cada punto del camino donde nos deteníamos a preguntar la ruta la cuestión regresaba al pensamiento mudo: ¿Cuánto iremos a tardar en llegar? Y en más de una ocasión nos dieron la sorprendente cifra de cuatro horas, sí, cuatro… “Pero oiga usté, que no queremos subir a la mera puntitita del Tacaná, si no nomás llegar ahí a donde están las aguas termales y la cascada de Agua Caliente señor…” —Pensaba con más frecuencia de lo que recuerdo ahora.

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Entre la ruta que ya he escrito anteriormente, los caminos se intercambiaban de apariencia, textura, olores y movimientos vehiculares (sin mencionar los golpes corporales). El precio era alto, vaya que sí. No bastaba con tardarse tanto tiempo para llegar (así lo permitía el camino en muchos de sus tramos, no era decisión de nosotros, que quede claro); había que sujetarse con fuerza para no perder el equilibrio y caerse. ¿Ir sentado? ¿En qué cabeza cabe? Si sentado es casi imposible encuadrar los “ires y venires”, los “sube y baja” de esas tan arrugadas y puntiagudas pirámides irregulares que llamamos aquí “cerros”; además, yendo de pie (y sujeto, eso sí, lo remarco porque es vital) se podía divisar en la lejanía algún punto estratégico para tomar fotografías, y era entonces cuando casi al unísono, José escuchaba (con la misma intensidad de un grupo de marinos gritando “¡Tierra a la vista!”) desde el volante, un portentoso “¡Aquí, aquí…!”.

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Cascadas, caminos, desfiladeros, cortes transversales, ríos zigzagueantes y filtraciones del sol entre la columna vertebral fronteriza, era lo que veíamos; cuán grande es la sorpresa de verle de perfil los hombros al Tacaná y descubrir los remansos de su terreno; escuchar el cuchicheo de sus cielos despejados y escudriñar hasta en la más oculta entre las sombras, las elevaciones discretas y amables a la vista con tal de robar una foto. Era, como bien podría decirlo una y otra vez, estar en otro lugar, alguno idealizado entre los sueños de viajero, alguna mezcla de las fotos que he visto que hacen referencia a lugares en otro continente o en otros países (porque en cierto momento, se me hacían tan parecidos a ellos); era ver otra cara, una diferente, literalmente, de nuestro volcán vigía.

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Pero es posible pensar que es mucho pedir que tanta belleza venga sola, que se deje ver y adentrar así nada más, sin riesgos, sin retos o sin desafíos. Por lo menos eso nos hizo ver el camino rural que va desde “Chespal Viejo” a “Agua Caliente” apenas 25 minutos después de haber tomado el desvío, cuando un trozo de pared se desgarró y cayó a escasos metros de la camioneta (menos de dos, yo creo que sí); demostrándonos que, en efecto, la atención a este lugar ha de ser muy especial, tanto por su belleza paisajista como por su descomunal sistema de rocas enormes que fabrican estos cerros cuyo único corte que les rodea tiene una extensión menor a 5 metros y por eso se les llama “camino”, un camino de tierra, de fango y de rocas de todos tamaños, cortadas probablemente con el filo de un cincel enorme, o hasta de dinamita. ¿Qué habría podido pasar de no habernos detenido varios metros atrás (un par de segundos) para preguntarles a esos señores de a caballo? Calla Robles, y deja de imaginar cosas.

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Y, luego de debatir entre seguir o no (lo admito, al principio quise abortar la operación), seguimos adelante; la velocidad era un poco menor y la exagerada atención y observación hacia el camino y las paredes era ahora nuestro pasajero silencioso; por varios minutos las cámaras fueron sustituidas por nuestros ojos, apreciando el paisaje con cautela, con sigilo, sin hacer tanto ruido como antes. Mientras el grupo se acercaba a su destino y mientras se cruzaba por completo ese camino con enormes piedras como pared, veíamos cómo después de cada curva, decenas de cerros y lomas aparecían y aparecían; hasta tenernos rodeados completamente, incluso más que antes. Eran como gigantes rostros de piedra de adornos verdes vegetales despertándose e incorporándose en cámara lenta, algunos serios, otros insinuando un bostezo; pero todos gritando sin palabras, retumbando con sus formas su presencia.

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Después de cuatro horas de camino desde Tapachula, llegamos por fin al ejido “Agua Caliente” ¡Ay de nosotros tan incrédulos que no queríamos aceptar al principio que nos dijeran esa cifra! Pero era la puritita verdad, ni un minuto más, ni un minuto menos. Cuando bajamos de la camioneta y echamos mochilas encima y cámaras en esta “ON”, seguimos camino abajo durante aproximadamente 25 minutos (se hará menos si no te detienes a tomar fotos, eso es seguro) hasta llegar al puente colgante que marca básicamente el final del trayecto, porque de ahí te topas con un claro en donde puedes estar descansando (incluso hay una pequeña tienda de estar que sirve como vestidor) y puedes ya admirar en conjunto todo lo bello de este hermoso lugar: Las 2 cascadas (sí, yo hasta ese momento supe que eran dos, soy culpable), el río de agua casi helada (que te encoje el cuerpo), y los 3 pequeños tanques (dos artificiales y uno natural -que es el que mola, tío-) de agua caliente que se encuentran casi equidistantes por todo el camino hacia arriba, a donde llegarás a topar con la cerca de seguridad de ese mirador que está bajo el manto de la cascada más alta de las dos.

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Permanecimos ahí, agasajándonos de la increíble convivencia de los recursos: Cascadas, montaña, viento, agua fría, agua caliente; el menú era basto, uno se podía servir lo que quisiera, total, estábamos en tierra de privilegiados y ahora éramos uno de ellos. ¡Ay! de aquel entonces que no pueda sorprenderse de estar ahí, porque entonces significaría que no posee la capacidad del encanto y el asombro. Todo era sublime, impresionante, encantador, de una fortaleza visual que se quedaba uno completamente mudo, sin oportunidad a murmurar; era eso o era que simplemente no se encontraban las palabras para describirle; no, no tiene caso, se fallaría en cualquier intento, pero eso sí, se disfrutaría cada vez que no se hallaran los adjetivos, así de simple se define el estar ahí.

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Tuvimos que regresar luego de una hora, se había alcanzado el objetivo y se habían acumulado vivencias para la memoria; valieron plenamente las cuatro horas de viaje, sin duda alguna. Y aunque de regreso la camioneta de José tuvo serios contratiempos con el camino, y aunque cuatro fuimos zangoloteados en el interior de la parte trasera de un camión de redilas cuando volvíamos a la camioneta (para intentar reacomodar con piedras el camino para que ésta pudiera continuar), no se consideraron jamás como problemas, más bien como una versión especial de circunstancias extremas, que al final son como esa cereza que se coloca en la cima de cada delicioso pastel, al que nosotros felizmente conocemos como mochiviajes…

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...Creo que fue un buen cumpleaños del grupo...

A todos ello, y por supuesto, a "La cuadrúpeda poderosa".

Con gusto, les comparto la galería:

6 comentarios:

Anónimo dijo...

ahora en carro es mas facil, hace 5 años solo era caminando o en caballo, caminando minimo era 7 horas de chespal viejo. o de la libelula mas de 9 horas, ni se diga por el aguila... pero eso si, vale la pena hacerlo a pie

NuevaXAguaCaliente dijo...

Tengo una duda, carros sedan pueden pasar bien por esos caminos? (Chespal viejo a agua caliente)

Unknown dijo...

Increíble experiencia!! Para cuando la agendamos...

Unknown dijo...

¡¡ Hermosa narración!! Gracias por describir nuestra bella región, me encanto..tenemos tanta bello en nuestro estado y en nuestro México,

Anónimo dijo...

Pon la fecha




Anónimo dijo...

Que padre experiencia!, me encanta este tipo de vivencias!!, inviten Facebook- Daniela Rojas Komukai

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