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viernes, marzo 28, 2014

:: Rumbo al manantial de la cantera de ónix ::



Lunes, 30 de diciembre, 2013. La gripe hizo que tardara un poco en decidirme, me desperté temprano pero dentro del malestar la indecisión gobernaba; hasta que sin analizarlo tanto me subí al auto aprovechando que irían a Tehuacán, mi itinerario armado de manera express estaba dentro de esa ruta. El pasear por la carretera me mostró muchos puntos idóneos para conocer, desde aquellos pequeños pueblos que distan a unos cuantos metros de la orilla de la carretera y no se extienden tanto hacia el lado opuesto debido a su área pequeña, hasta algunos desfiladeros lejanos que despertaban la curiosidad por verles de cerca; pero dentro de todas esas ilusiones ya había armado una especie de escalas para el día, era cosa de esperar por el punto pensado para bajar del auto, despedirme, y anticipar el regreso a casa hasta que la noche me lo sugiriera.






 
Después de varios minutos en carretera, pasamos de largo a San Antonio Texcala, y ya cerca de las últimas tiendas que se encuentran después de una inclinación ascendente, me bajé y despedí al auto; vi cómo se alejaba poco a poco y luego de dibujar una curva, desapareció detrás de un cerro. “Bien, ya es hora, tengo todo un día para ver qué conozco, no llevo agua ni tengo señal celular pero tampoco estoy en medio de la nada...”






Caminé en sentido contrario por la carretera, dirigiéndome a San Antonio Texcala, pues a pesar de conocer una minúscula parte de este hermoso lugar sabía que tenía mucho más para mostrarme. Pude alcanzar a ver al acercarme poco a poco la estructura enorme de terreno que ha nacido de poco a poco romperlo, era ni más ni menos que la cantera de ónix. El paso era lento, el sol un poco quemante, la sed gradualmente intensa, y el pavimento duro como para soportar caminar siempre encima de él; opté por caminar en las orillas, esquivando hormigueros, zacate, piedras, y minúsculos cactus llamados localmente “chinchalotes” que se pegan en el pantalón y atraviesan la mezclilla para enterrarse en tu piel y quedarse ahí a menos que los logres quitar, eso sí, con una pequeña vara (no he visto que alguien lo haya hecho con sus propias manos, madre santa).






A pie y con ritmo moderado, en la vista iba descubriendo cómo el lugar se describe a sí mismo poco a poco, te muestra sus talleres de ónix, muchas piezas rotas o inacabadas en los patios de las casas, enormes montículos de ónix que “ya no se utilizaron”, herramientas, anuncios de ventas, rastros del trabajo, etcétera, y en silencio te va contando poco a poco parte de su historia y su tradición. Cuando por fin me acerqué a la entrada del pueblo me topé con dos o tres anuncios que indicaban algún atractivo del lugar, como manantiales, pasillos o cuevas; pero el que de momento se me hizo más interesante fue el que decía “A las canteras de ónix”. Entré en el desvío, y el desolado rumbo me hizo desacelerar el ya de por sí lento paso, pues aunque la indicación hacía suponer que era de tránsito libre, nunca está de más ser precavido antes de allanar alguna morada.






El sendero poco a poco descubría ante mi paso paredes de tonos entre amarillos y rosas, en cuyos pies emergían rocas que mantenían muchos cortes toscos mostrando zonas traslúcidas blanquizcas, rosadas, cafés, y que tenían (apenas visibles) los trazos de ralladuras que parecen pequeños caminos de distintos tonos. Alcé la vista y vi cómo un hombre trabajaba de manera extrema en una de las paredes de la cantera, aproveché a saludarle y preguntarle con todas las de la ley si podía pasar a observar, y con un tono amable y procurando un volumen de voz adecuado, me dijo que sí.







Seguí entonces con más confianza observando poco a poco este recinto de suelo rojizo y piedra blanca, ese mineral  que muchos vemos pulido y con una etiqueta de precio encima, pero que pocos tienen el privilegio de verle descubrirse desde las entrañas de la tierra. Llegué a un punto en el que estaba un grupo de 3 personas acabando de desayunar, saludé, me saludaron, me ofrecieron un trago de refresco de cola y empezamos a platicar sobre el lugar. Entre detalles propios de la cantera que contaré posteriormente, me comentaron que siguiendo dicho camino había un desvío que llegaba al barranco del cerro, y que dentro de ese cerro estaba la vertiente que tiene nacimiento en un lugar que localmente es conocido como el manantial; vaya Dios a saber si dicho nacimiento de agua es el mismo manantial que minutos antes vi anunciado en un letrero de la carretera por donde llegué, pero entre que pudiera ser o no ser, me aseguraron que había partes muy interesantes para ver y fotografiar, que han llegado muchos interesados con cámaras a conocer sobre esa agua naciente del corazón del cerro que es usada como recurso para la cantera misma e inclusive como riego para las parcelas de algunas personas que tienen sus casas en ciertas partes del cerro.






¿Alguna explicación más era necesaria? Ninguna, y luego de escucharles y agradecer el aliciente a mi boca retomé el camino, pausando de momento la subida a la cantera, y desviándome un poco del itinerario para poder ver un poco más de cerca a este serpenteante riachuelo que esconde discretamente su origen. Empecé a recorrerlo y poco a poco me fui apartando de la parte central de la cantera, lo que también me permitió conocerle desde otro ángulo, siempre siguiendo el sentido contrario del agua.






Había partes que contrastaban con la generalización árida del terreno, las rocas eran de diversos diseños y texturas y el agua mezclaba su presencia entre ser turbia y transparente, con zonas con ningún renacuajo y luego con zonas con poblaciones tremendas de estos pequeños anfibios, sobre todo en esas partes encerradas por enormes piedras que parecían haber sido talladas por el hombre, pero que hacían pensar que lo más seguro era que así fuese su diseño natural.






Bajo la precaución por el previo consejo de evitar ciertas partes que pudieran ser hogar de alguna serpiente, y procurar encontrarme con algún conejo o libre, fui moviéndome lento y afortunadamente no topé con ninguna animal peligroso, a lo mucho me encontré algunos zancudos que fácilmente dispersé con un leve aleteo en mi frente, pero nada más. Pasé por la construcción de una presa y efectivamente pude ver que esta agua es de bastante utilidad para el riego, varias partes de este río han sido ya conectadas con tubos y mangueras para poder trasladar el agua con mayor facilidad.






En la parte más plana del barranco, las paredes tomaban formas grotescas que invitaban a la observación, y el agua, aún siendo transparente en la mayoría de los casos, viajaba y viajaba y no mostraba señales de caer de un lado específico del cerro, entonces caí en la cuenta que cuando los lugareños te dicen “ahí está nomás a unos diez minutos de camino”, la expresión es exclusivamente relativa, porque caminas y caminas y simplemente no encuentras el origen, y cada vez más se hace más difícil continuar la travesía por efecto de irregularidades que contienen rocas, plantas espinosas, o la intensidad de la energía solar.






Pero se agradece la caminata, y uno de los mejores alicientes para motivarla es precisamente el encontrarse con paisajes contrastantes entre la aridez y el color verde de la vegetación que hacen de tu andar algo variable, pues de repente estas en medio de piedras y naturaleza muerta, y luego en medio de un paso fresco de río; a grandes rasgos, te topas con diversos pequeños oasis que fortalecen tu búsqueda y deleitan tus ojos apenas has avanzado unos cuantos metros. 







Cuando por fin entendí que concluir representaría la inversión de mucho más tiempo que el diseñado, opté por regresar sobre mis pasos, y entonces conocí el mismo paisaje pero visto desde otra perspectiva, y era tan diferente que causó el mismo efecto de asombro que cuando empecé a andar sobre el riachuelo, con la única diferencia que ahora sabía que al llegar al final del camino me esperaba encontrarme con la tan ansiada cantera...


Pero de eso, ya les contaré a detalle...

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domingo, marzo 23, 2014

:: Rumbo a Tehuacán ::



Sábado 28 de diciembre, 2014. El asiento vacío y disponible en el auto me hizo abordarlo con la misma seguridad de quien piensa que no hay que desaprovechar la oportunidad (siempre que no haya inconveniente). El destino sería llegar la ciudad de Tehuacán para hacerse de algunas cosas y brevemente pasear en son de hermanos y sobrinos. “Bueno, si no es impertinente, puedo apelar entonces a que me dejen ir del lado de la ventanilla para capturar alguna escena”—Pensé yo—. A lo que con gusto me permitieron hacerlo.







No se trataba precisamente de hacer paradas intermedias, pero logré una que fue de común acuerdo, y sólo eso. Es en ese punto en la carretera ya en el lado de Puebla, antes de llegar a San Antonio Texcala. Ahí en donde se pronuncia una recta de varias decenas de metros y donde a cada lado se mantienen rastros (a la fecha del post, claro) de campos de cultivo de trigo; sí, trigo, tan seguro estoy como que arranqué una espiga de entre el matorral para identificar esa simetría en su diseño, y no conforme con ello, le despojé un grano para degustar ese campirano sabor del cereal.







Y no es que me haya detenido por el trigo, porque en realidad supe que era trigo hasta que me adentré en el matorral. Me detuve porque ese punto en concreto deja ver con mucha claridad al volcán Citlaltépetl (Pico de Orizaba) en la lejanía, haciendo que su posición central en el horizonte de esta parte de Puebla le favorezca para hacer magníficas postales, más si se cuenta con un cielo semi despejado con nubes que no tapen su forma sobresaliente.






Pero no toda la atención la lleva la majestuosidad indudable del Pico de Orizaba, que está a varios kilómetros de distancia; también en las inmediaciones del rumbo carretero que traza este camino se pueden observar algunos cerros, barrancos, llanos y declives que resaltan por su vegetación extrema de órganos cactáceos y el color de sus suelos, sobre todo en este tramo de Zapotitlán y San Antonio Texcala; que no es por hacer menos a las demás zonas que también tienen lo mismo pero por alguna razón pareciera notarse menos (quizá efecto mismo de la orografía).








Todo es cosa de apuntar bien con la mirada para descubrir que, en efecto, los paisajes son variopintos y cada uno en su composición llega a extremar belleza y armonía; Eso, considerando que vayas en automóvil y rápidamente deban saltar tus ojos de uno a otro; que de no ser así e ir a pie seguramente te detendrías en cualquiera de ellos para respirarlo con la vista y esperar el momento oportuno (de un amanecer, un ocaso, un cielo estrellado, el avistamiento de la vía láctea, o una tarde con cientos de nubes o decenas de aves) para dejar que muestre el punto supremo de su estética con una de sus caras, siempre con la sapiencia de que... Si bien seguirá siendo el mismo paisaje, no te parecerá igual al verlo por segunda ocasión...


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domingo, marzo 16, 2014

:: En la acostada de los choferes ::


Viernes, 27 de diciembre, 2014. Venus ya se iba a ir a dormir, o cuando menos se perdería en el horizonte y haría quién sabe qué cosas pues ya no le veríamos más durante la noche; con los últimos rayos del sol, y en un tono azulado, se fue sin decir Adiós. ¿Qué hacer en su ausencia? Principalmente, dada la fecha, esperar a que los sonidos de las campanas llamasen a la acostada de los choferes, que viene siendo de las más grandes y espléndidas que se realizan (ojo, que estas fiestas siempre han sido realizadas pensando en todo el pueblo, nada de "nomás unos cuántos invitados y ya", es por eso que guardan especial importancia en la historia de la villa. Bien, continuemos...)


 

A todo esto, por si hubiera alguien que no supiere, apenas comento sin profundizar mucho, que una acostada es una celebración que se realiza posterior a la navidad; es decir, que aquí en el pueblo, se llevan a cabo primeramente y cada noche, las “posadas”, desde antes del 24 de diciembre (creo que por ahí del 18 o 19); y que una vez pasada la navidad, llegan las acostadas (que es cuando el niño ya ha nacido), siendo la ceremonia algo diferente en cuanto a que en las primeras se pasea a José y María en la peregrinación del pueblo, mientras que en las segundas se va a colocar y a contemplar al niño en el nacimiento.




Hasta donde entiendo, al día de hoy perduran cuatro acostadas grandes: La de la iglesia, la de la juventud, la del mercado y la de los choferes; cada una encargada a cierto mayordomo que verá por que la tradicional fiesta se lleve a cabo y se mantenga viva la flama de la celebración. En esta ocasión presenciamos la de los choferes, que es, hasta donde he llegado a enterarme, la más grande de todas.




Los cuetones, con sus explosiones características y el rastro de luces que dejaban a su paso, me indicaban que ya se estaba llevando a cabo la misa; el interior de la iglesia estaba lleno, no conseguí entrar para atestiguar la ceremonia, así que me quedé afuera esperando la procesión. Una vez salida la gente, se empezaron a repartir silbatos, cuetes, luces de bengala, velitas y quién sabe cuánta cosa más para acompañar los cánticos pertinentes. Toda la gente íbamos caminando por las calles principales, rodeando un poco la cuadra en donde estaba la casa con el nacimiento dispuesto a que se dejara ahí el niño. 




Por su parte, la casa que alojaría al niño también nos indicaba, mediante cuetones, que estaba ya lista para recibir a la procesión; el paso era lento, la gente se unía en cada punto y unos pocos más -generalmente niños- se quedaban rezagados para lanzar su cuetitos, y luego se unirían nuevamente a la procesión. Esta marcha se detenía cada cierto tiempo para llevar a cabo el correteo del famoso “torito”, que es de los elementos que pueden llegar a diferenciar lo colorido de una acostada a otra, así como también el lanzamiento de fuegos pirotécnicos que sean de muchos colores y lleguen a expandirse en el cielo en grandes formas de flores o ramilletes.





Después de cerca de tres paradas para el correteo del “torito”, llegamos por fin a la casa del mayordomo; para entonces ya había más gente esperándonos (aquellos que no se unen a la procesión y prefieren tomar atajos hacia la casa, y que por supuesto también son bienvenidos) y otros más se iban uniendo poco apoco al escuchar el bullicio de la gente conforme los cantos y bailes de los pastorcitos iban presentándose afuera de la casa. Cuando terminan los pastores de danzar y cantar, pasan a recitar rimas al niño que ya ha sido acostado; para esto, el conjunto musical apoya con el sonido mientras que los anfitriones empiezan a repartir a toda la gente: Café, ponche, traguito, tamales, o bien, algún platillo especial dada la ocasión que lo amerita (por ejemplo: Pollo enchilado con frijolitos y pan, sopa de coditos y salsa verde). 




A los niños, simultáneamente se les forma en filas para darles aguinaldo, y después se les avisa que a cierta distancia de la casa se llevará a cabo la partición de la piñata, por lo que inmediatamente toman su aguinaldo y se amontonan para aventarse cada que una piñata se quiebra, y así procurar juntar la mayor cantidad posible de dulces, aunque uno que otro a veces prefiere tomar un fragmento de la piñata y salir corriendo delante de los que lo corretean para quitársela. Y mientas esto sucede, siguen quemando cuetes, silbando con los silbatos, cantando, adorando al niño, sirviendo a los presentes, y dando paso al interior de la casa a los invitados especiales, que será servidos en una mesa de honor con la misma esplendidez que a los de afuera; en fin, todo un mundo de actividad del que rara vez puedes caminar en su interior porque apenas todos pueden moverse.





Un par de horas después, cuando la parte central del festejo se ha calmado, cuando los aguinaldos se han dado, cuando las piñatas se han desintegrado y cuando el frío ha hecho que muchos regresen a casa llenos de bebidas y platillos, se quedan los que esperan a que empiece el sonido para dar rienda suelta al bailongo; y así seguir hasta la madrugada bailando en medio de la temperatura que cada vez va bajando más y va importando menos, al cabo, se trata de una acostada de niño y hay que disfrutarla lo más que se pueda.




Por eso, las acostadas son de las celebraciones que más se esperan en la época decembrina, sobre todo en la semana de navidad; ya que aún representa lo vivo de la tradición del pueblo y la presencia del fervor religioso; no es que sean mejores que las posadas, simplemente las complementan. Y esa noche, así, como cada año en cada acostada, el niño reposa en dos nacimientos: En el nacimiento de la casa del mayordomo y el de la iglesia...

  
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jueves, marzo 13, 2014

:: El sabino del manantial de Atzumba ::



Miércoles, 25 de diciembre, 2014. El día hacía buena ocasión para aprovechar a salir un rato; con un ligero desayuno tardío y con un viento agradable, ese mediodía de navidad la carretera nos guiñaba el ojo para transitarla más allá de lo que la vista podía alcanzar hacia el Este. Entonces salimos, en pequeña caravana compuesta por una motocicleta y un auto, rumbo a las tierras poblanas donde se encuentra San Pedro Atzumba y también hacia más allá, por Atecoxco. Son caminos conocidos ya con anterioridad, pero que no por eso se les subestima, no señor, comprobemos que pese a ser los mismos caminos y mismos lugares, pueden ofrecernos cosas diferentes en cada ocasión.






Llegamos a San Pedro Atzumba para admirar su grandeza silenciosa desde el atrio de la iglesia, mantuvimos presencia por no más de una hora cuando retomamos camino en carretera; apenas avanzadas un par de curvas desde la salida del pueblo nos detuvimos en un establecimiento de mantenimiento automotriz a recargar el tanque de gasolina; y mientras esperábamos a que la maniobra se llevara a cabo, bajamos a caminar por un camino próximo de terracería que nos conducía tal como nos habían mencionado los señores del negocio, hacia ese lugar al que conocen localmente como “El manantial”. Según entiendo, se le nombra así a una parte específica del cerro del que brota el agua que alimenta al río de esta zona, y que goza de unas vistas panorámicas increíbles; aunque también entiendo que se le llama de la misma forma a esta parte del pueblo. Para llegar hasta el principal punto de interés, que es el nacimiento acuífero, se invierten varios minutos de caminata, por lo que sólo paseamos un poco en las cercanías del camino en lo que la gasolina era cargada.






De repente, rompimos el rumbo y doblamos a la izquierda, allá en donde una pequeña zona de enormes follajes robó nuestra atención; se trata ni más ni menos que de un conjunto arbóreo que no llega ni a la decena de grandes ejemplares de sabinos, pero que no por ser un área pequeña debe suponerse como ajena de encerrar un encanto de esos que simplemente no se pueden dejar pasar.






Es un secreto a voces, escondido y muy arraigado, tan normal y apegado a la comunidad que hasta cae en lo común y cotidiano para ellos, pero que a nosotros nos dejó boquiabiertos. Para empezar, son pocos árboles y muy grades, longevos, con más de (creo yo, dadas sus proporciones) uno, dos o tres siglos edad (sí, que no son unos criaturitas) que hacen recordar en la primera visita a aquellos inmensos ahuehuetes de Santa María del Tule (quizá porque parecen ser de la misma especie o por la tan familiar textura que los envuelve); y por menores que parezcan ante sus homólogos Oaxaqueños, éstos, los Poblanos, siguen siendo también enormes; tan enormes que estando cerca de ellos se debe alzar la vista para contemplarlos en su totalidad.







Me di cuenta que, una vez agudizada la vista, se comprueba que aquel ubicado en medio de los demás árboles tiene ciertas características que lo hacen destacar sobremanera; para empezar, a primera vista el suelo se había desprendido ya de sus faldas dejando las raíces expuestas pero firmes, y haciendo volar la imaginación al verlas desde diversos ángulos: Parecían sujetarse a la tierra como decenas de manos con dedos violentos pero al mismo tiempo parecían ejercer fuerza para rasgarla en un intento fallido de liberación. Y en sus formas abstractas, decenas de animales y seres amorfos luchaban entre sí por alcanzar la mayor cantidad de viento posible.







Su altura es mayor que la de los demás sabinos, y las formas de sus ramas son mucho más irregulares también, inclusive hasta en las puntas, donde se puede oler un aroma muy similar al pino, aunque mucho más suave. La imaginación jugaba con formas de cabezas de venado, serpientes, peces, hombres atrapados y rostros gritando. Al rodearlo se daba uno cuenta que había mucho más; por ejemplo, esa cueva bastante amplia debajo del mismo árbol y cuyas paredes eran los mismos pies del árbol convertidos en raíces entrelazadas que han soportado a lo largo de los años el peso del sabino, guardando adentro varias estructuras: Desde las propias de una raíz, tanto lisas como rugosas, hasta aquellas raras y opacas “estalactitas” formadas por el arduo trabajo de las termitas que han visto alimento y alojo ahí por quién sabe cuántos años.






¿Cómo se formó esto? ¿Qué sucedió para que las raíces y la tierra se separaran y se formara este soporte de múltiples pies y esta particular cueva? ¿Y no solo eso, si no la entrada con forma de campana a un costado del árbol? ¿Cuánto tiempo le llevo a la naturaleza formar este fuerte? ¿Por qué no se ha caído el árbol? ¿Tan fuerte han sido las raíces? Todas estas y más preguntas sin aparente respuesta inmediata vienen a tu retórica, más cuando observas que hay otro árbol cerca de éste, casi igual de enorme, pero tirado y aún vivo, formando una especie de puente sobre el riachuelo; y comparas a los dos intentando encontrar las circunstancias que los expliquen, pero te frustras con no conseguir respuestas.






Bajas para apreciar mejor el puente natural y también para ver desde otro ángulo al anterior árbol y te topas con mucho más raíces que las que ya has visto, y este conjunto está al descubierto como una enorme fogata con formas de zorros, felinos y dragones que se ha convertido en la piedra angular del sabino. Y de nuevo las formas grotescas te atacan la vista, y te intimidan el aliento, y nuevamente no dejas de ver todo eso. Es imposible calcular la cantidad de hilos que forman este sistema natural de agarre, de protección. Es como si la parte inferior del árbol hubiera surgido del caos de la cabellera pétrea de la mitológica Medusa.







Pese a su estado estacionario, el árbol expresa movimiento, delata la intención eterna de correr o de volar, y se acentúa con el paso intenso del viento a través de sus ramas y sus hojas, moviéndolas con demencia y levantando polvo a los pies del árbol y provocando un sonido tétrico en el interior de la cueva que el árbol se ha formado a lo largo de su vida. 







Es enigmático, esotérico y grotescamente imponente; pero no por eso deja de ser bello y sutil; al final de cuentas, es una obra de la naturaleza que ha perdurado por varias de nuestras generaciones para demostrar que al final ha superado incontables calamidades, y que aún le queda mucho tiempo más para estar presente, o al menos eso espero.







Cuando ya era momento, seguimos en la marcha, despedimos a los sabinos y nos sumergimos en los paisajes carreteros  que nos regalaba la tarde; y al llegar a Atecoxco habíamos trazado ya la línea del viaje; estuvimos poco tiempo, el suficiente para descansar un rato y sentir el frío de la altura de este poblado. Un goteo en el auto y la picardía traviesa de una pequeña manguera hizo que el regreso fuera algo lento y pausado, pero afortunadamente pudimos regresar a casa sin mayores contratiempos. 







Las nubes viajantes a varios kilómetros por hora nos indicaban que el ocaso ya estaba próximo, por lo que cuando llegamos, aún tuvimos la oportunidad de gozar los últimos momentos de luz del día... Y así, sellar este pequeño viaje en las páginas de la memoria...



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sábado, marzo 01, 2014

:: Hacia el terruño ::



Sábado, 21 de Diciembre de 2013. Las horas no habían sido del todo invertidas en dormir, no pude; el trabajo que representa intentar dormirse pese a las luces, las escalas, las curvas y las terminales, cansa; pero no da sueño (por lo menos para mí que soy muy difícil de dormir en asientos de bus). Y llegó el momento en que caí en un sueño profundo (sólo porque no podía hacer otra cosa ahí sentado) antes de despertar con ese amanecer que poco a poco iba mostrando las texturas y los colores de gran parte del paisaje encontrado en las afueras inmediatas de la ciudad de Oaxaca.






 
El sudor de las ventanas hacía pensar que no solamente estaba frío adentro; era evidente que la neblina, que a escasos centímetros del suelo se levantaba, tenía un porqué; además, afuera los pobladores vestían prendas abrigadoras y los sombreros eran sujetados en algunos momentos con ambas manos mientras los dueños caminaban en los senderos del vecindario; y los rayos del Sol, pese a ser aún de tenue luminosidad, daban para mostrar tales evidencias. 






En pocos minutos llegaría a descender del autobús para sentir el suelo y el clima Oaxaqueño, y de ahí, tomar camino hacia la villa. Me di cuenta entonces que no hacía tanto frío realmente, que fue sólo en el momento del amanecer en que la temperatura era bastante baja, pero vino el Sol y puso las cosas en su lugar. Y ahora todo estaba mejor, no hacía tanto frío, hacía lo suficiente para disfrutarlo.






Una llegada espontánea, una parada obligada para ir al baño, una tomada de taxi y una llegada al centro histórico; todo eso antecedió antes de estar desayunando un menudo calientito con tortillas a mano y un café en un jarrito de barro dentro del mercado; sí, es inevitable regresar una vez que has caído en sus deliciosas redes. Y ya con barriga llena y el cuerpo energizado, salimos hacia Chazumba, que ya nos esperan. 






Pero claro, que yendo desde la capital, debes pasar primero por Huajuapan y de ahí proseguir hacia el norte; y uno se siente más tranquilo porque ya falta a lo mucho una hora en taxi (hora y media en bus) para vislumbrar la glorieta y su desvío hacia la derecha; porque una vez haciendo esto, se sabe que ya se llegó de una vez por todas a casa.






Los días prosiguieron tranquilos, la mayoría frescos; apenas un par de noches fueron extremadamente frías y con mucho viento, pero nada que sea para no disfrutarse con lo correspondiente: Un ponche, café, tamalitos, y un sinfín de atractivos gastronómicos para aquellos cuyo termómetro vital reside en el estómago. La época navideña se acoplaba de manera estupenda con el clima y la tranquilidad del pueblo, todo desprendía un aroma que se respiraba solemnemente y se disfrutaba a cualquier hora, incluso ese bochorno del calor seco que de vez en cuando se dejaba caer.







Chazumba se siente un poco diferente (o será que he cambiado yo), pero no es como que se haya transformado mucho, permanece su naturaleza íntima y tradicional pero ahora como que lo veo con más detenimiento: Lo contemplo de pies a cabeza y recaigo en que me sigue encantando tanto como siempre, no disminuye su capacidad de asombrarme y darme toques de complacencia; es un lugar travieso, de repente te azota con frío, calor, o viento; y de un momento a otro puede que te arrebate decenas de sonrisas pese a que los dientes puedan estarte temblando.







Admiré desde los escenarios más pequeños y escondidos, pasando por la calma del día a día del lugar, hasta los espectáculos grotescos (pero sublimes) que envolvían el horizonte mientras los cielos se tornaban nostálgicos; presencié la vastedad de lo simple convertido en maravilla, y de lo inmenso dentro de una gota de tiempo. A manera general, eso sucedió, tan simple como se escucha y tan extenso como se pueda imaginar...







Y hablando de cosas en específico, de ocasiones concretas, diré que conocí nuevas caras del paisaje y de la zona, encontré historias sumergidas en las manos de los hombres y en el tono de sus palabras (por mencionar apenas un par de ejemplos). Pero, tranquilo hombre, que contaré todo según mi memoria me lo proporcione, procurando mantener ese toque de aventura que tan ciertamente experimenté en cada ocasión y en cada lugar... Ya desmenuzaré las idas y los regresos, los días y las noches, los pasos y los descansos, para intentar sellarlo en esta bitácora personal que me ha acompañadoa hasta ahora…



Porque ¿Qué somos sin nuestras historias?…

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