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viernes, marzo 28, 2014

:: Rumbo al manantial de la cantera de ónix ::



Lunes, 30 de diciembre, 2013. La gripe hizo que tardara un poco en decidirme, me desperté temprano pero dentro del malestar la indecisión gobernaba; hasta que sin analizarlo tanto me subí al auto aprovechando que irían a Tehuacán, mi itinerario armado de manera express estaba dentro de esa ruta. El pasear por la carretera me mostró muchos puntos idóneos para conocer, desde aquellos pequeños pueblos que distan a unos cuantos metros de la orilla de la carretera y no se extienden tanto hacia el lado opuesto debido a su área pequeña, hasta algunos desfiladeros lejanos que despertaban la curiosidad por verles de cerca; pero dentro de todas esas ilusiones ya había armado una especie de escalas para el día, era cosa de esperar por el punto pensado para bajar del auto, despedirme, y anticipar el regreso a casa hasta que la noche me lo sugiriera.






 
Después de varios minutos en carretera, pasamos de largo a San Antonio Texcala, y ya cerca de las últimas tiendas que se encuentran después de una inclinación ascendente, me bajé y despedí al auto; vi cómo se alejaba poco a poco y luego de dibujar una curva, desapareció detrás de un cerro. “Bien, ya es hora, tengo todo un día para ver qué conozco, no llevo agua ni tengo señal celular pero tampoco estoy en medio de la nada...”






Caminé en sentido contrario por la carretera, dirigiéndome a San Antonio Texcala, pues a pesar de conocer una minúscula parte de este hermoso lugar sabía que tenía mucho más para mostrarme. Pude alcanzar a ver al acercarme poco a poco la estructura enorme de terreno que ha nacido de poco a poco romperlo, era ni más ni menos que la cantera de ónix. El paso era lento, el sol un poco quemante, la sed gradualmente intensa, y el pavimento duro como para soportar caminar siempre encima de él; opté por caminar en las orillas, esquivando hormigueros, zacate, piedras, y minúsculos cactus llamados localmente “chinchalotes” que se pegan en el pantalón y atraviesan la mezclilla para enterrarse en tu piel y quedarse ahí a menos que los logres quitar, eso sí, con una pequeña vara (no he visto que alguien lo haya hecho con sus propias manos, madre santa).






A pie y con ritmo moderado, en la vista iba descubriendo cómo el lugar se describe a sí mismo poco a poco, te muestra sus talleres de ónix, muchas piezas rotas o inacabadas en los patios de las casas, enormes montículos de ónix que “ya no se utilizaron”, herramientas, anuncios de ventas, rastros del trabajo, etcétera, y en silencio te va contando poco a poco parte de su historia y su tradición. Cuando por fin me acerqué a la entrada del pueblo me topé con dos o tres anuncios que indicaban algún atractivo del lugar, como manantiales, pasillos o cuevas; pero el que de momento se me hizo más interesante fue el que decía “A las canteras de ónix”. Entré en el desvío, y el desolado rumbo me hizo desacelerar el ya de por sí lento paso, pues aunque la indicación hacía suponer que era de tránsito libre, nunca está de más ser precavido antes de allanar alguna morada.






El sendero poco a poco descubría ante mi paso paredes de tonos entre amarillos y rosas, en cuyos pies emergían rocas que mantenían muchos cortes toscos mostrando zonas traslúcidas blanquizcas, rosadas, cafés, y que tenían (apenas visibles) los trazos de ralladuras que parecen pequeños caminos de distintos tonos. Alcé la vista y vi cómo un hombre trabajaba de manera extrema en una de las paredes de la cantera, aproveché a saludarle y preguntarle con todas las de la ley si podía pasar a observar, y con un tono amable y procurando un volumen de voz adecuado, me dijo que sí.







Seguí entonces con más confianza observando poco a poco este recinto de suelo rojizo y piedra blanca, ese mineral  que muchos vemos pulido y con una etiqueta de precio encima, pero que pocos tienen el privilegio de verle descubrirse desde las entrañas de la tierra. Llegué a un punto en el que estaba un grupo de 3 personas acabando de desayunar, saludé, me saludaron, me ofrecieron un trago de refresco de cola y empezamos a platicar sobre el lugar. Entre detalles propios de la cantera que contaré posteriormente, me comentaron que siguiendo dicho camino había un desvío que llegaba al barranco del cerro, y que dentro de ese cerro estaba la vertiente que tiene nacimiento en un lugar que localmente es conocido como el manantial; vaya Dios a saber si dicho nacimiento de agua es el mismo manantial que minutos antes vi anunciado en un letrero de la carretera por donde llegué, pero entre que pudiera ser o no ser, me aseguraron que había partes muy interesantes para ver y fotografiar, que han llegado muchos interesados con cámaras a conocer sobre esa agua naciente del corazón del cerro que es usada como recurso para la cantera misma e inclusive como riego para las parcelas de algunas personas que tienen sus casas en ciertas partes del cerro.






¿Alguna explicación más era necesaria? Ninguna, y luego de escucharles y agradecer el aliciente a mi boca retomé el camino, pausando de momento la subida a la cantera, y desviándome un poco del itinerario para poder ver un poco más de cerca a este serpenteante riachuelo que esconde discretamente su origen. Empecé a recorrerlo y poco a poco me fui apartando de la parte central de la cantera, lo que también me permitió conocerle desde otro ángulo, siempre siguiendo el sentido contrario del agua.






Había partes que contrastaban con la generalización árida del terreno, las rocas eran de diversos diseños y texturas y el agua mezclaba su presencia entre ser turbia y transparente, con zonas con ningún renacuajo y luego con zonas con poblaciones tremendas de estos pequeños anfibios, sobre todo en esas partes encerradas por enormes piedras que parecían haber sido talladas por el hombre, pero que hacían pensar que lo más seguro era que así fuese su diseño natural.






Bajo la precaución por el previo consejo de evitar ciertas partes que pudieran ser hogar de alguna serpiente, y procurar encontrarme con algún conejo o libre, fui moviéndome lento y afortunadamente no topé con ninguna animal peligroso, a lo mucho me encontré algunos zancudos que fácilmente dispersé con un leve aleteo en mi frente, pero nada más. Pasé por la construcción de una presa y efectivamente pude ver que esta agua es de bastante utilidad para el riego, varias partes de este río han sido ya conectadas con tubos y mangueras para poder trasladar el agua con mayor facilidad.






En la parte más plana del barranco, las paredes tomaban formas grotescas que invitaban a la observación, y el agua, aún siendo transparente en la mayoría de los casos, viajaba y viajaba y no mostraba señales de caer de un lado específico del cerro, entonces caí en la cuenta que cuando los lugareños te dicen “ahí está nomás a unos diez minutos de camino”, la expresión es exclusivamente relativa, porque caminas y caminas y simplemente no encuentras el origen, y cada vez más se hace más difícil continuar la travesía por efecto de irregularidades que contienen rocas, plantas espinosas, o la intensidad de la energía solar.






Pero se agradece la caminata, y uno de los mejores alicientes para motivarla es precisamente el encontrarse con paisajes contrastantes entre la aridez y el color verde de la vegetación que hacen de tu andar algo variable, pues de repente estas en medio de piedras y naturaleza muerta, y luego en medio de un paso fresco de río; a grandes rasgos, te topas con diversos pequeños oasis que fortalecen tu búsqueda y deleitan tus ojos apenas has avanzado unos cuantos metros. 







Cuando por fin entendí que concluir representaría la inversión de mucho más tiempo que el diseñado, opté por regresar sobre mis pasos, y entonces conocí el mismo paisaje pero visto desde otra perspectiva, y era tan diferente que causó el mismo efecto de asombro que cuando empecé a andar sobre el riachuelo, con la única diferencia que ahora sabía que al llegar al final del camino me esperaba encontrarme con la tan ansiada cantera...


Pero de eso, ya les contaré a detalle...

Con gusto, les comparto la galería:

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