Martes, 15 de Abril, 2014. Preparé el
equipo en el segundo piso, el cielo estaba en su mayoría despejado (Mientras
que en Tapachula nublado estuvo según me informaron) y me dispuse a aguantar lo
más posible para poder retratar todas las fases del eclipse lunar. Fue un poco
complicado la verdad: Calibrar la cámara a cada momento pues la iluminación
variaba un poco a cada rato, procurar hacer la toma mientras el viento no
soplara mucho (cosa difícil a medida que se iba acercando la madrugada), soportar
el frío gradual desde las 11:30 p.m. a 05:00 a.m., re-enfocar y procurar que la
luna saliera bien pese a que se iba disminuyendo su iluminación “blanca”, mover
el tripié y girar de poco en poco la cámara persiguiendo la luna, evitar la
trepidación con un objetivo 200mm sin estabilizador óptico y con disparos
manuales (que no llevé el disparador remoto y me arrepiento harto); pero por lo
menos pude ver el acontecimiento con un cielo despejado casi sin nubes, solitario
y con un poco de miedo, pero eso sí, sellándolo en unas cuantas imágenes que a como yo lo veo ¡Es la pura vida!
13 al 22 de Abril, 2014. Dejamos atrás Tehuantepec luego de ver a la familia, y seguimos hacia Chazumba. Creo que era la primera vez que viajábamos con ese horario, es decir, que siempre acostumbrados a llegar a Oaxaca a las ocho de la mañana, teníamos que reprogramar nuestros hábitos de viaje y reacomodar la mentalidad para que se aceptara que llegaríamos por allá por la capital del estado a eso de las tres de la tarde. Sí, un reacomodo mental curioso, y una rareza de vernos llegar a Huajuapan justo cuando el ocaso se daba.
Total, que el trayecto desde Huajuapan a Chazumba dio frutos interesantes: Cogimos una Van que ya iba de salida apenas llegamos a Huajuapan, nos tocaron asientos junto a las ventanas y a partir de ahí sentimos iniciar el trayecto con una velocidad constante, una estabilidad confortante, un interior espacioso, y lo mejor: Un paisaje nocturno que atravesábamos y del que era obligatorio deleitarse a través del cristal.
El
pasar esa carretera no era como llegar de noche en diciembre, que se ve cada
casa o comercio adornados de escarchas coloridas y muchas series luminosas navideñas,
nacimientos afuera junto a los árboles de navidad o dentro en la sala que
divisan fácilmente su silueta a través de las ventanas, y cientos de adornos
colgando por doquier al ritmo de alguna melodía propia de la temporada. No, no
era así, y la manera más directa de notarlo es que simplemente las iglesias a
orilla de carretera (que son muchas en ese tramo) no estaban adornadas
navideñamente y ni se escuchaban cohetes o se percibía el olor de pólvora
quemada en las inmediaciones.
Y
aunque era raro ver otra cara de estos lugares debido a la época, tenían por
supuesto encanto de igual forma. La luna de Semana Santa alumbraba con luz
blanca el cielo y la carretera, y arriba apenas había nubes presentes; el
viento, mesurado a esa hora, movía sin prisa las copas de los sabinos y los
pirules al tiempo que con la velocidad se filtraba el aroma de zacate seco por
las aberturas de las ventanas del vehículo. Tener como guía una lámpara astral
de ese calibre es tranquilizador, te permite ver el paisaje entre una penumbra
cómoda y discreta al tiempo en que se refleja su imperfecta forma circular en
los ríos que paralelamente viajan algunos tramos carreteros, para luego
simplemente quedarse atrás.
Al
llegar a casa se percibía la diferencia del clima, era fresco pero con un toque
ausente de frío, relativamente estaba caluroso; era de las pocas ocasiones en
que el dormir no requería taparse; es más, un par de noches apenas pude conciliar
el sueño con éxito, pues se sentía calor; tal vez no como el calor de
Tapachula, pero calor al fin y al cabo. Los paseos nocturnos en motocicleta
fueron casi sin chamarra, porque así lo permitía la temporada, y durante el
día, ese calor quemante era más intenso que en otras épocas del año, aunque se
compensaba fielmente con el florecimiento de varias especies de plantas y la
aparición de los primeros frutos en crecimiento. Y los cielos seguían en su
mayoría despejados durante casi todo el tiempo, y eso, lo agradecí especialmente
un día que me quedé despierto toda la noche.
En
general no fue tan extremo, lo que permitió poder disfrutar mucho más tiempo el
día y la noche, porque créanme, es de las pocas épocas del año (quizá la única)
en que puede uno andar libremente disfrutando de su estadía en el pueblo sin
sucumbir a las condiciones del clima…
Y
al final, ya cuando la partida tuvo que realizarse, quedaban rastros de ese
sabor de Semana Santa; aún se percibía esa sensación intensa de santificación pese
a que las fechas principales ya habían pasado; poco a poco entonces, Chazumba
retomaría su camino que le conduciría día con día a la época fresca y verde que
se puede ver por allá por Julio…