Miércoles, 16
de abril de 2014. La tarde se mantenía naranja y el viento soplaba
moderadamente, las nubes mantenían mucho más tiempo su posición aérea porque al
parecer no era tan intenso el movimiento allá arriba, no para notarse en un
abrir y cerrar de ojos desde abajo, donde practicaba caminata por la parte
trasera de la iglesia del pueblo.
Me topé con mi
tío y en cuestión de segundos estaba ya trepado en la motocicleta, me platicó
de una olla de agua en las afueras del pueblo, y luego de escucharle y asentir
con una gran interrogante en mi mente –pues no me imaginaba exactamente a qué
se refería- salíamos por carretera a buscar ese rumbo en medio de una incertidumbre
que si bien no garantizaba mínimamente encontrar el lugar, aseguraba un paseo
espectacular bajo el atardecer de Semana Santa.
“¿Por aquí o
por allá es la entrada?” Decía para sí mi tío, y yo solo enmudecía y de vez en
cuando le externaba uno que otro “Saaaabeeeer…” porque en realidad, ni idea
tenía de a dónde o cómo llegaríamos a tal lugar. Tomamos un desvío al interior
de una barranca y caminamos hacia adentro, buscando un desvío que nos condujera
hasta la “Olla de agua”; mientras tanto, la tarde iba alejándose. Llegamos a un
punto en el que no se podía avanzar más, subimos unas laderas y de repente nos
encontramos en medio de un lugar aparentemente abandonado, con vegetación por
doquier: Un camino estrecho se mostraba a algunas decenas de metros adelante,
pero aquí de inmediato a tres o cuatro metros a la redonda, no había indicios
de cómo poder entrar a tal camino porque nos rodeábamos de pastos, cactus,
árboles de mezquite, y muchas piedras.
Era como estar
en medio de la nada, si es que eso existe. El único sonido que percibí fue el
de mi respiración cansada, no más. La vista era espectacular: Los árboles, la
tierra, los cerros y las nubes me brindaron lo que considero unas de las
mejores escenas para fotografiar; ojalá les haya rendido el tributo merecido
con la cámara.
Como vimos que
no había ya más cómo avanzar hacia adelante, regresamos sobre nuestros pasos,
volvimos a caminar dentro del barranco en medio de un río seco que sólo mantenía
(además de mucha arena) líneas de erosión en las piedras y suelos que lo
componen, quizá como un último recurso para mostrar que hace mucho tiempo el
agua llegó a alcanzar un nivel provechoso para la zona.
Son escenas
muy comunes en estos lugares, las que parecen de un tiempo prehistórico. Lo he
dicho y creo que siempre lo repetiré, porque así mismo se repiten estas
imágenes; son parte icónica de lo que uno puede encontrar en medio de Oaxaca y
Puebla.
La tarde caía
con más prisa. El sol se despedía poéticamente desbaratando el cielo de nubes
en fragmentos de colores intensos y cálidos y aquí abajo la vegetación
cooperaba con siluetas definidas mágicamente. Espectacular, tanto que si en ese
momento hubiera sabido que no lograríamos el cometido de llegar a la “Olla de
agua” no me hubiera importado tanto, porque el estar en el momento justo presenciando
un atardecer de esa belleza bien podría ser el único motivo por el cual
habríamos salido para aguardar la tarde y haber caminado en medio del barranco;
es invaluable, y tan breve que debe disfrutarse con la menor cantidad de
parpadeos posible.
Un caminante
nos aclaró la ruta para la “Olla de agua”, así que ya con menos luz que antes,
retomamos el camino sólo para ver si podíamos llegar, aunque fuese en medio de
una penumbra con apenas destellos luminosos en el horizonte. Luego de unos
minutos de camino por carretera, volvimos a adentrarnos en los caminos de
tierra y arcilla, y caminamos hacia abajo y luego hacia arriba una parte antes
de llegar a la Olla de agua (que está en la cima de un cerro); y luego de andar
por un camino un poco accidentado, pudimos con las últimas luces del día (aún
suficientes para distinguirse bajo una mancha de arrebol, los lejanos cerros de
quién sabe dónde) ponernos frente a dicha Olla de agua y ver de qué se trata.
Es un proyecto
que busca recaudar agua directamente de la lluvia (ya decía yo el porqué de
estar prácticamente en la cima de un cerro), que permitirá a unos 50 habitantes
directos captarla y destinarla para su posterior uso humano y riego de la
tierra. Yo no sabía que se llamaba “Olla de agua” a estas albercotas, pero fue
bueno aprenderlo. Afortunadamente nos tocó verla casi llena, y eso demuestra lo
útil que son este tipo de implementaciones, sobre todo en lugares como estos
cuya característica principal es ser semiáridos y contar con poca precipitación
pluvial.
Una vez conocida la Olla de agua, y habiendo caído la noche, regresamos a casa, mientras, pensaba yo: “Esto será genial contarlo…” Y no me equivoqué.
Con gusto, te comparto la galería:
2 comentarios:
Es un excelente blog....felicidades....ojala pudieras hacer algunas tomas fotográficas del Paya y su gruta de brujos y leyendas..... o la barranca de los dátiles....o del río y su antiguo caño de lavado de ropa... cuando es la época de lluvias..o de los viejos lavaderos tras del kinder....o la historia de los templos...etc.
betobaez:
Muchas gracias, y gracias por comentarme sobre los lugares y aspectos interesantes; hasta este momento no había escuchado de alguno de ellos; procuraré adentrarme en estos temas preguntando con la gente para poder conocerles, fotografiarles y por supuesto compartirlo con todos :)
Muchas gracias por tu comentario :D
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