Sábado 04 de Abril, 2015. Ya no hacía
tanto calor como en las horas cercanas al mediodía, esa era la ventaja de salir
un poco después de las cinco de la tarde en motocicleta rumbo a Trujapan a
visitar una nueva olla de agua que al parecer no tiene mucho de haber sido
terminada de construir (por lo menos eso pensaba yo en ese momento). Teniendo
como referencia que el tiempo de llegada sería aproximadamente de media hora a
cuarenta y cinco minutos, aseguraba que aún se aprovecharía bastante bien la
luz de lo que quedara del día para tomar un par de fotos.
Con mi tío Jaime llegamos a bordo de la "Poderosa azul" a Trujapan luego de una travesía tranquila por carretera, camino conocido y bien sabido como bello y apacible, lo interesante sucedió al llegar al pueblo y adentrarnos en una de las calles de su interior (cosa que no habíamos hecho en años anteriores en los que sólo descansábamos cerca de la Iglesia a beber una cerveza), pues era la primera vez que pasaba: Las calles son algo angostas y no tan inclinadas, pero sí llegan a ser en un punto tramos curvos de terracería ascendentes que hacen no sentir tan de golpe cómo se va subiendo por los costados del pequeño cerro que emerge del terreno que cobija al pueblo.
Con mi tío Jaime llegamos a bordo de la "Poderosa azul" a Trujapan luego de una travesía tranquila por carretera, camino conocido y bien sabido como bello y apacible, lo interesante sucedió al llegar al pueblo y adentrarnos en una de las calles de su interior (cosa que no habíamos hecho en años anteriores en los que sólo descansábamos cerca de la Iglesia a beber una cerveza), pues era la primera vez que pasaba: Las calles son algo angostas y no tan inclinadas, pero sí llegan a ser en un punto tramos curvos de terracería ascendentes que hacen no sentir tan de golpe cómo se va subiendo por los costados del pequeño cerro que emerge del terreno que cobija al pueblo.
Cada que se sube se pierde la conexión con el centro del lugar, apenas un par de casas logran observarse estando a pocos metros de altura más que la zona principal del pueblo, y si se sigue llegamos a un punto en el que sólo está la última casa de adobe y carrizos, con cactus y nopales a su alrededor, un corral con chivos y un paisaje abrumador que susurra su presencia en medio del continuo rugir del viento -y momentos breves de silencio- de la tarde que anuncia de nueva cuenta la llegada de un cielo estrellado en algunas horas.
Y de repente, ya no hay más camino; ya
se ha llegado al fin a la cima en la que el suelo de antes se ha convertido en
grandes montones de tierra colorada alrededor de lo que parece ser una enorme
alberca. La loma ha sido cortada y nivelada para construir esta Olla de agua
(como por aquí se le dice), se ha decapitado el cerro y se le ha convertido en
un proyecto acuífero para beneficio del pueblo y de la tierra… Pero no sólo eso
se ha hecho, no. En cierta medida además de lo anterior, intrínsecamente, se ha limpiado y
mejorado el acceso a un mirador a este nivel sobre el mar; es decir, que para aquellos
amantes de los paisajes vastos y limpios de toda interrupción visual (y
auditiva), y amantes del viento fuerte, frío y sonoro; éste es un lugar
tremendo para estar.
La tranquilidad del agua, su colorido
y su contraste con los colores del suelo y de la lejanía proporcionan grandes
momentos de paz interior. Aquí, lejos del ruido de la urbe, podrías gritar y
desvanecerte en ello mientras la luz del sol va perdiéndose en el horizonte y
la sombra de su partida se extiende hacia el Este y los tonos se vuelven más
naranjas. Sí, todo es esplendoroso; las nubes y el viento juegan y se
convierten en filtros fotográficos, te brindan paisajes completamente
imponentes y amables; de repente, sin decir "¡Agua va!" grutas y cuevas en el valle logran verse porque
ha llegado el instante justo en que la luz del sol les permite vivir unos
segundos antes que desaparezcan en las sombras y deban esperar al día siguiente para
insinuarse. Las imperfecciones (curiosamente perfectas) de los cerros lucen sus
accidentadas formas y se extienden hacia nosotros en una alfombra mezclada del
verde de la vegetación, el rojo de la tierra y el amarillo de los quiotes (las
flores del maguey) y si tienes suerte, con móviles manchas blancas y moteadas que
no son más que el ganado caprino que muy probablemente la dueña de la última
casa de la comarca ha salido a pastorear y ya ha venido de regreso a casa luego de tan tradicional labor…
Uno de los elementos más llamativos es
el cerro aquel que encuentras cuando tu vista la diriges al punto de donde sale
el Sol; al parecer es el cerro Poblano donde se localiza San Pedro Atzumba,
según me dijeron. Parece una pirámide o una extensa cantera de mármol, imagino
que por su color predominantemente arenoso y no tan verde en esta época de
Semana Santa. Creo que dentro del paisaje, es lo que por más tiempo roba la
atención. Tiene un no sé qué que te deja pensativo...
El frío se acentuó, el viento se hizo
más intenso, la luminosidad se iba perdiendo, el Sol fue tapado por un cerro y
el silencio dejó de existir en sus breves momentos de hace unos minutos. Era
hora de regresar. Ya la noche venía cayendo y teníamos que retornar por el
camino curvo y descendiente (ya de regreso lo era) que apenas conocimos esa
misma tarde; bajamos lento, haciendo un par de paradas a mitad de camino
porque, en serio, que cuando ves atardeceres de esta calidad no hay duda en que
debes detenerte y admirarlo, tan así de hermosos son, no hay más explicación. El carácter de la terracería del camino al regreso tenía otra cara, no parecía tan brusco como antes, podría deberse a que veníamos de bajada o bien que el azul del cielo y el naranja de las nubes le maquillaron de forma extraordinaria que le calmaron un poco para que dejara que las siluetas de los elementos reclamaran su lugar en el paisaje.
Bajamos con la poca luz de la tarde y llegamos al pueblo, y estando ahí poco a poco se fue perdiendo la tarde hasta quedar a oscuras. Cuando logramos salir de Trujapan (ya para regresar a casa por carretera) en el espacio abierto nos topamos con que aún quedaban destellos del fuego del ocaso, que muy cortésmente nos acompañó e iluminó lo mínimo pero suficiente durante la jornada, quién sabe si por complicidad con nuestro pequeño viaje o meramente por vanidad; lo cierto es, que desde el inicio hasta que llegó la oscuridad total, nosotros seguíamos observando con deleite aquel arrebolado cielo…
Bajamos con la poca luz de la tarde y llegamos al pueblo, y estando ahí poco a poco se fue perdiendo la tarde hasta quedar a oscuras. Cuando logramos salir de Trujapan (ya para regresar a casa por carretera) en el espacio abierto nos topamos con que aún quedaban destellos del fuego del ocaso, que muy cortésmente nos acompañó e iluminó lo mínimo pero suficiente durante la jornada, quién sabe si por complicidad con nuestro pequeño viaje o meramente por vanidad; lo cierto es, que desde el inicio hasta que llegó la oscuridad total, nosotros seguíamos observando con deleite aquel arrebolado cielo…
Con gusto, te comparto la galería:
3 comentarios:
Hola Eduardo, hay alguna manera de contactarte?
Saludos
YO NACÍ EN JALISCO, PERO MI PADRE ES ORIGINARIO DE ESTE PEQUEÑISIMO PUEBLO. DE NIÑO PASÉ MUCHOS VERANOS EN ESTOS CAMINOS, LA VERDAD TIENE VARIOS AÑOS QUE YA NO HE REGRESADO, PERO ES HERMOSO VER QUE ALGUIEN MAS ADMIRA ESTOS PAISAJES, ESTOS ATARDECERES FELICIDADES POR TU CRÓNICA
Alex merino:
Gracias a ti por darte el tiempo para ver y escribir, Saludos! :)
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