Miércoles, 03 de Enero de 2018. Habían
pasado ocho años desde la primera vez que subí al Tacaná, así que a pesar de
tener una idea ya de lo que me esperaba, estaba consciente que hacer la misma
travesía ocho años después sería más pesado; sobre todo cuando la condición
física es regular y sin previa preparación más que la adquisición de víveres,
accesorios y ropa para el ascenso. En esta ocasión éramos seis en total: El
guía, un amigo del guía, Manuel, Hugo, Steve y yo.
Llegamos hasta la comunidad de
Talquián (que es el lugar más alto al que se puede llegar con vehículo) antes
de las cinco de la tarde, el plan era iniciar la caminada con algo de luz de
día -pero sin calor- para poder ver bien el camino inicial, y durante la noche
seguir a base de un paso lento, apoyados de linternas y bajo el manto celeste
nocturno; de esa forma si bien no disfrutaríamos de un paisaje de día, lo
haríamos durante la noche: en medio de un escenario oscuro con sonidos de la
naturaleza a todas las distancias. Con este plan, emprendimos la salida los
seis desde Talquián a las cinco de la tarde, con luz de día y una neblina
refrescante que auguraba un andar precavido y atento.
05:00
p.m.:
Empezamos a caminar luego de vestirnos para las condiciones climatológicas y
luego de montar las mochilas a las espaldas y verificar que las linternas
sirvieran. El suelo empedrado que va desde las cabañas de Talquián (que son como
una especie de punto clave de reunión) hasta el camino de tierra que conduce a
"La línea" (inicio del sendero que conduce a la ruta para el cráter) hizo
que el comienzo fuera pesado; no habrían pasado ni cien metros cuando empecé a
sentir cansancio por haberme desplazado ese tramo. Afortunadamente, fue como
una especie de impulso previo al acondicionamiento físico, para acostumbrarme a
la altura, inclinación, peso, y temperatura de la situación.
Una vez dejado atrás el empedrado el
camino se sintió un poco menos duro, pero la niebla empezaba a intensificarse,
y era notorio tanto a la lejanía como a unos pasos a la redonda; llegó un
momento en el que estábamos caminando en medio de una gran, densa y fría nube;
pero poco a poco el camino se fue esclareciendo y de nuevo teníamos un sendero
despejado frente a nosotros después de algunos minutos. El ocaso estaba
próximo, y la progresión de los colores rojos en el cielo aunado con pausas
para ver hacia atrás y a lo lejos las luces de aquellos lugares que horas antes
habíamos dejado, otorgaban una sensación muy natural, de alejamiento, de separación,
de un respiro de todo aquello, de una búsqueda por un espacio en donde no
hubiera más sonido que el de la naturaleza.
8:13
p.m.:
Tres horas después de haber iniciado la caminata, con pausas breves para
descansar de pie y algunos de nosotros beber agua o ver el paisaje, nos
detuvimos a cenar y descansar; cenamos ligeramente sólo para satisfacer el
hambre y retomamos el camino a los pocos minutos, sabíamos que si seguíamos
avanzando faltaría cada vez menos para hacer una parada un poco más prolongada y
sustanciosa en la cual pudiésemos descansar más cómodamente que al momento de
cenar.
10:09
p.m.:
Luego de caminar bajo la luz de la luna y a la par de las luces de las
linternas y de un camino que no dejaba ver más que siluetas alrededor de las
partes a las que iluminábamos, por fin vimos las luces de una vivienda. Se le
conoce como "Casa Yolanda", ahí aprovechamos a quitarnos de encima
las mochilas, a sentarnos, estirar los músculos, observar el paisaje lejano de
luces, a apreciar la belleza de esa tan apartada casa y a beber un humeante y
delicioso café de maíz (nunca lo había probado).
11:28 p.m.: La última parada del día (o de la noche) fue una casa en la zona conocida como "Trigales", dicha casa pertenece a Doña Idalia, una señora muy amable que nos explicó los puntos que nos faltaban para llegar al día siguiente: "Pedregal", "Pajunal", "Las trancas", "La cueva del oso", "Plan de las ardillas" y finalmente "El cráter". Nos dio asilo a los cinco que para entonces ya éramos, pues uno se quedó atrás al no poder seguir camino arriba; por lo que pasamos la noche ahí en casa de ella en una habitación en la que muy amablemente nos hizo espacio a los viejos, mientras que en otra pudieron descansar los dos jóvenes restantes.
11:28 p.m.: La última parada del día (o de la noche) fue una casa en la zona conocida como "Trigales", dicha casa pertenece a Doña Idalia, una señora muy amable que nos explicó los puntos que nos faltaban para llegar al día siguiente: "Pedregal", "Pajunal", "Las trancas", "La cueva del oso", "Plan de las ardillas" y finalmente "El cráter". Nos dio asilo a los cinco que para entonces ya éramos, pues uno se quedó atrás al no poder seguir camino arriba; por lo que pasamos la noche ahí en casa de ella en una habitación en la que muy amablemente nos hizo espacio a los viejos, mientras que en otra pudieron descansar los dos jóvenes restantes.
Al día siguiente, luego de un descanso
profundo nos incorporamos para apreciar la belleza del paisaje y de la casa, medir
mentalmente el recorrido que ya se había trazado y calcular lo que faltaba
todavía; viendo con satisfacción que habíamos avanzado un tramo aceptable y que
solamente para continuar nos faltaba desayunar para proseguir con la travesía,
empezamos a preparar el desayuno a base de café, sopa, manzanas y atún; y una
vez terminado el desayuno, podíamos continuar con toda la pila recargada por todo
ese camino que aún no veía su final. Y ahora sí, de día y bajo la iluminación
total del Sol, porque el día siguiente ya había llegado.
(Jueves)
09:00 a.m.:
Retomamos el ascenso con calma, a paso tranquilo sin la intención de
esforzarnos demasiado; pero el mismo terreno te lleva por partes que hacen que
tengas que tambalearte, escalar, acurrucarte y brincar; y subir significa que
cada vez más resentirás la altura y la falta de oxígeno; y tu cabeza podría
doler, tu pulmones podrían arder, tu respiración agitarse, tu corazón latir más
rápido, tus piernas doler más aún de lo que todo el cuerpo ya lo hace, y tu
humor ceder ante la constante conquista de pequeños tramos que invariablemente
muestran a otros tramos más adelante que hay que conquistar.
Pero vas decidido y aunque duele
avanzar, lo haces; encuentras la fuerza para hacerlo, el motivo, la inspiración
para seguir alzando los pies y caminar aunque sea unos cuantos metros para
detenerte a respirar y luego retomar la caminata; y esto por casi todo el
camino, pues debes hallar un equilibrio entre el tiempo que te detienes a
descansar y el tiempo en que tu cuerpo podría "enfriarse" y sufrir
algún desgarre muscular por algún movimiento brusco al querer continuar el
paso. Ves hacia los lados, hacia atrás y hacia el frente, respiras, sostienes
bien la mochila y la cámara, y sigues apretando el paso a ritmo moderado para
subir de manera constante y aprovechar los descansos para tomar fotografías o
enviar mensajes por WhatsApp que te hagan sentir seguro, tranquilo, fuerte y
capaz de lograr esta meta.
11:05
a.m.:
Al llegar a una cabañita improvisada ubicada en medio del paso principal ya sea
para ir hacia o venir desde el cráter, y cuya ubicación exacta no sé (es decir,
que no sé cómo se llama esta parte del camino, pero se ubica entre "Pajunal" y "Las trancas"
muy probablemente) aprovechamos a descansar un poco más de lo habitual que en
las pausas anteriores. Dicha cabañita tenía una estructura principal de
horcones, palos y tablas cubiertos por muchos manojos de zacate tanto en las
paredes como en el techo, y por dentro disponía de zacate en el suelo de tierra
para brindar un poco de comodidad a quienes se resguardaran ahí; por ahora no
era necesario resguardarnos dentro de la cabañita; tan sólo nos sentamos en
unas bancas afuera y esperamos a recuperar algo de energía mientras ingeríamos
agua y alguna golosina que nos pudiera ayudar.
Cuando retomamos el camino, al ir
subiendo poco a poco por ese costado del volcán, se descubrían jardines
coloridos compuestos por flores y una gran diversidad de plantas y árboles, y
éstos a su vez resguardaban a algunas epífitas que brindaban siluetas como de
coronas colocadas en las ramas. La neblina aparecía gradualmente cada vez más
cerca de nuestro paso, envolviendo en una blancura suave a nuestro alrededor;
sobre todo aquellos lejanos paisajes, abrazando árboles y cubriendo los suelos.
Pasaron pocos minutos antes que pudiésemos notar que a escasos metros a la
redonda todo estaba ya en medio de esa neblina, y que aún nuestro camino podía
distinguirse muy bien pese a nos dirigíamos hacia ella. Los árboles se
adornaban con musgo, manchas blancas, floras dispersas y formas irregulares; se
mantenían a los lados de nuestro paso y vigilaban el trayecto, delimitando con
sus complicadas formas y suelo sinuoso nuestro andar.
01:36
p.m.:
Llegamos a "La cueva del Oso" y descansamos un poco, había que
reponer fuerzas porque a partir de aquí el camino se pone un poco más inclinado
y no sólo hay que caminar, si no escalar un poco. También el paisaje cambia,
ahora se pueden ver menos árboles en medio de los pastos y las piedras que
cubren el terreno inclinado; y algunos de ellos están casi secos, sin hojas; y
otros más vueltos troncos yacientes en el suelo quizá útiles como futura leña.
Y la neblina es más intensa, y así mismo los pasos que hay que dar para seguir
avanzando: cada vez el tramo recorrido sin parar es menor y la pausa para
respirar se prolonga; pero no hay que perder la calma y mantener la cordura,
que aún falta tramo por recorrer.
02:15
p.m.:
Luego se subir el terreno inclinado y pedregoso, llegamos al "Plan de las
ardillas", que es una planicie extensa que es parada de todos los
visitantes; pues ahí hay resguardo y comida, es el lugar en donde los visitantes
pueden aprovechar a descansar en alguna de las galeras, comer algo que vendan
ahí, o bien, instalar sus casas de campaña y aprovechar a comer lo que se lleve;
en lo que se descansa para seguir hacia el cráter. Muchos aprovechan a dejar
algunas cosas aquí para poder subir ligeros y regresar después a descansar,
pues aquí aunque hace frío, hace menos que en el cráter. Nosotros llegamos y
aprovechamos a comer y a descansar, para retomar el ascenso al cráter cerca de
las tres de la tarde.
04:40
p.m.:
Luego de caminar por más de hora y media, entre altos pinos semi desnudos con
alfombras coloridas a sus pies compuestas de flores y hojas de varios colores,
y entre troncos caídos que más que estorbar embellecen el paisaje, logramos
divisar un claro que señalaba cada vez más directamente la ruta hacia el
cráter. Y le seguimos, compensando el cansancio y la respiración difícil con
tiempos de descanso y admiración del paisaje. Respirábamos para llenar los
pulmones y contemplábamos para llenar el espíritu; allá arriba, en los dominios
del volcán y su vegetación que nos veía hacia abajo mientras avanzábamos a paso
moderado, la neblina no cesaba. Si bien no estaba ahora a nuestro alrededor,
permanecía en la parte de arriba esperando por nosotros, mientras a nuestro
paso una claridad nos ayudaba a no perdernos en el camino, y mientras más nos
acercábamos al cráter, más nos acercábamos a la zona de niebla.
Los árboles se perdían en medio de esa
nube flotando a pocos metros del suelo, el panorama se vestía de un poco de
misterio y de oscuridad por ratos; al cabo de algunos minutos, la claridad
empezó a regresar, y el camino andado nos proveía de la oportunidad de ver
hacia atrás el tramo recorrido, y hacia abajo aquella niebla que ya no se atrevió
a subir con nosotros y prefirió quedarse a envolver aquellos altos pinos en
medio de su cobija; la conjunción de árboles y neblina fue un factor de ensueño
para motivarnos a no decaer en el recorrido, al mismo tiempo que nos motivaba a
continuar, nos avisaba que pronto las condiciones serían más intensas que
ahora. Cuando llegamos al cráter sentimos que la meta había sido alcanzada, al
menos para dos de nosotros, que consideró que hasta ese punto sería suficiente
llegar.
06:00 p.m.: Hugo y yo descansamos en el cráter; mientras Steve y los otros dos siguieron hasta llegar a la cima del volcán; si la travesía hubiera sido tan extrema al grado de desear acampar en el cráter (tal como lo estaban haciendo un grupo de jóvenes que subió con la guía de un local y la compañía de un australiano) quizá habríamos aprovechado a subir y al regresar al cráter poder descansar bajo el manto frío de la noche, en medio de la intensa niebla y cobijados por el calor de una enorme fogata a base de troncos que se pueden encontrar ahí mismo; y dormir cerca de ella, en alguna casa de campaña o dentro de alguna cueva improvisada bajo algunas de las grandes rocas que están ahí, quizás producto de un derrumbe.
Pero el plan era regresar al cabo del
descanso, por lo que preferimos recargar energía pues el descenso requiere
también esfuerzo físico, sobre todo para ir frenando con los pies en las partes
inclinadas del terreno; cosa que al final muchas veces provoca un intenso dolor
en la punta de los dedos, o incluso si no se tiene cuidado, el desprendimiento
de alguna uña, generalmente la del dedo gordo.
En lo que Steve y los otros dos subían
y bajaban, Hugo y yo aprovechamos a acercarnos a la fogata: ya estaba bajando
la niebla cada vez más y el frío se hacía gradualmente más intenso, así como la
fuerza del viento que en tiempos ortos rugía su presencia. Al regresar los
tres, platicamos un rato con el grupo que allí se quedaría, y luego de reponer
un poco de energías y ver que ya la niebla estaba prácticamente encima de
nosotros, emprendimos el regreso.
07:00
p.m.:
Una hora después habíamos llegado al "Plan de las ardillas", el
descenso fue mucho más rápido que la subida; pero también fue un poco más
agitado y adolorido, puesto que la inercia te arrastra hacia abajo y el
esfuerzo mayor se hace al frenar; afortunadamente no se resintió mucho esto
porque había increíbles paisajes por admirar, paisajes que se formaban mientras
nos dirigimos al Plan, cambiantes a cada minuto, por la niebla y la oscuridad;
las lámparas fueron necesarias de utilizar, así de densa estaba la neblina. Y
luego de llegar al Plan y continuar el descenso, la llovizna se hizo presente y
ahora las condiciones eran un poco más delicadas, a fin de que decidimos hacer
una pausa en medio del camino para descansar y esperar a que la llovizna
cesara.
08:53
p.m.:
Nos resguardamos un momento en la choza en la que el día anterior hicimos
parada para descansar, era de noche y la paja y el zacate servían muy bien para
protegernos del agua; habremos descansado unos diez minutos antes de decidir
continuar, pues, a pesar que la llovizna seguía ya no era tan intensa; y
teníamos prioridad en retomar el camino para llegar a descansar a un lugar más
abajo, allá en "Pedregal".
10:00
p.m.:
Llegamos a casa de Doña Idolina, quien amablemente nos brindó espacio para
poder dormir dentro de un cuarto acondicionado con paja y zacate para brindar
calor y cama a muchos viajeros que invariablemente toman este lugar como punto
para hacer una parada para descansar. Ahí acomodamos las cosas, cenamos,
organizamos los cobertores y nos acomodamos encima de ellos para dormir, el
recorrido había durado todo el día, estábamos algo cansados, y el frío, ayudó a
que cayéramos rápidamente dormidos.
(Viernes)
06:30 a.m.:
Me desperté antes que los demás, sabía que aún seguía oscuro pero pronto
amanecería, así que era un espectáculo que no podía dejar pasar ahora, pues no
tendría oportunidad en mucho tiempo de volver a hacer esas tomas. Me incorporé
con cámara y tripié a observar el amanecer: fue un espectáculo frío al inicio,
pero poco a poco a medida que el Sol se levantaba, el calor empezó a sentirse;
no de inmediato tampoco, pues el Sol iba apareciendo detrás un volcán de
Guatemala (Creo que podría ser "El Tajumulco") y al principio sólo se
notaba la silueta de la cordillera; hasta que finalmente sobrepasó la altura de
la cima de dicho volcán y dirigió los sus rayos directamente a mi rostro,
proveyendo de calor y del aviso de un nuevo día. Aproveché cuanto pude para
hacer las fotos hasta tener el Sol completamente despejado ante mí, pues a este
punto, ya no me dejaría hacer las tomas que yo habría deseado.
07:15
a.m.:
Doña Idolina habrá escuchado el ladrar de sus perros cuando salió de la casa a
ver qué sucedía; y al verme recostado sobre unas piedras a unos veinte
metros hacia arriba de la casa, me saludó con la mano y en un ademán cortés y
amable me indicó que el café ya estaría listo. Apenas pasaron unos minutos
cuando empaqué todo y bajé a su casa, entré a su cocina y la saludé mientras
ella soplaba la leña del fogón al tiempo en que estaba hirviendo el agua dentro
de una olla chamuscada por fuera: una escena cálida, con aroma a café de maíz que
se esparcía por toda la cocina gracias a la ventisca fresca que se colaba por
la ventana, en cuya abertura se admiraba un bello paisaje.
08:50
a.m.:
Poco a poco los demás se incorporaron y fueron desayunando; para ese momento ya
estaba claro, ya me había bebido un termo de café y comido un par de checas (pan
de trigo y panela, muy común en Guatemala). Una vez todos descansados y comidos,
retomamos la travesía ahora con luz de día, con más ánimos, con la premisa que
faltaba cada vez menos para llegar a Talquián y dar por concluida esta aventura;
bajamos entonces, extasiados de todo eso.
La bajada en general fue ligera, con
menos esfuerzo, apenas un poco en los pies para detenernos y no caer; la
calidez del Sol nos alumbraba y nos calentaba el cuerpo, nos atrevimos a
despojarnos de algo de ropa gruesa luego de un par de horas de descenso, ya no
era tan necesario portarla. Los paisajes cada vez se alejaban, les dejábamos a
nuestras espaldas y conforme bajábamos iban siendo diferentes: otros árboles,
otras flores, otros cerros, otro aspecto. Hasta que se convirtieron en paisajes
muy comunes entre sí, sin aquellos acantilados o aquellos árboles altos llenos
de epífitas en sus ramas, sin aquella presencia exuberante de pinos, sin
aquella neblina pícara y variante.
12:00
p.m.:
Por fin llegamos a Talquián, sin novedad alguna, con cansancio moderado por el
ajetreo de estos tres días, pero con los ánimos al cien. Abordamos la camioneta
luego de un descanso para estirar el cuerpo y colocar las cosas en la góndola,
y con calma, nos regresamos a Tapachula; por ahora, esta pequeña aventura
llegaba a su fin.
Con gusto, te comparto la galería: