15 de diciembre, 2013. El permiso ya había sido tramitado una semana antes en el puerto, Nahiely y yo habíamos encontrado el lugar ideal para lanzar los globos de cantoya en un acto simbólico por mi cumpleaños número 30; esto sería el complemento al lanzamiento en paracaídas, que por sí mismo había sido ya increíblemente extraordinario, pero entonces el recientemente construido malecón en el puerto de San Benito se apuntaba como escenario para seguir con la esplendidez de ella hacia mí ¡Qué manera tan increíble de sellar un cumpleaños!
Cuando le vimos por primera vez
supimos que era el lugar, no había duda alguna. Su cercanía con el mar y su
ubicación cubriendo a la playa le daban el toque perfecto para el
desprendimiento aéreo de estos magníficos globos. De momento, era de tarde ese día, el
ocaso apenas aparecía y las olas apenas escandalizaban el panorama, lo que
supuso el momento idóneo para diseñar la aventura. Sin embargo, no consideramos
que el día programado habría ciertas modificaciones que hicieron que las cosas
cambiaran un poco y que no sería tal como ese primer momento…
Para una semana después, cuando llegó
el día, nos reunimos en un punto común en Tapachula, y de ahí partimos todos
hacia el malecón. Cuando llegamos, el ocaso rayaba sus últimos trazos sobre el
horizonte marítimo, y la noche empezó a caer; al estar todos ya ahí, nos dimos
cuenta que sería un poco difícil, pues el viento medianamente intenso de la
costa parecía impedir que la fase inicial del lanzamiento (es decir, el proceso de calentamiento) pudiera llevarse a cabo de
manera rápida debido a que el material se apagaba al instante; encendedores y
cerillos no habrían solucionado estas circunstancias. Así que, mediante una
lámpara casera a base de gasolina y un trapo dentro de una botella, lográbamos
un avance significativo; pero esto era sólo el principio porque debíamos
localizarlos en un punto en el que el viento no inclinara demasiado a los
globos (el papel corría el riesgo de
quemarse), por lo que nos movimos a escasos metros de la orilla del
malecón, cubriéndonos por la estructura de una especie de kiosco, para poder
maniobrar los globos.
Ahí, empezábamos a hacer las pruebas,
y se encendieron los primeros globos; poco a poco íbamos encontrando la forma
idónea para encenderlos y de manera progresiva se iban lanzando (pese a que uno que otro se nos quemó, lo cual en cierto modo, fue muy divertido) y aunque el plan
había sido lanzar todos al mismo tiempo, las circunstancias lo impidieron
bastante; así que se optó por lanzar poco a poco uno por uno, y aún así el
espectáculo tomó alcances no previstos. Desde los alrededores se divisaba la calidez de los globos.
Los vehículos en el puerto se detenían
a contemplar lo que un grupo de personas estábamos haciendo, admiraban junto
con nosotros el momento en que un globo despegaba luego de esperar cerca de
tres minutos desde su inicio de encendido; las personas de la localidad
gradualmente iban acercándose y en cuestión de minutos el evento dejaba de ser
exclusivo de un grupo de personas que lo habían planeado con antelación, para
conformarse como todo un suceso en el puerto: Niños, adultos, padres, madres,
hijos, amigos, se acercaban a nosotros a preguntar sobre el motivo del
lanzamientos de dichos globos y poco a poco se fueron integrando con nosotros y
también tuvieron la oportunidad de hacer sus propios lanzamientos. Llegó el
punto en el que reunidos ahí, quizás estábamos unas cien personas; todas viendo
y degustando el incandescente tono amarillo de los globos de cantoya tanto al
inicio como al despegue y en las alturas.
El estacionamiento del malecón de
repente se encontraba lleno de vehículos, las fotos por parte de nosotros y por
parte de los lugareños no cesaban en realizarse, así como también las
grabaciones con celulares y el arribo de vehículos y personas, entonces se
convirtió en algo especial a mitad del mes de diciembre, suponiendo para
algunos ser esto debido a las fiestas decembrinas o algo parecido; lo que en
cierto modo le daba un toque bastante significativo, ya que las luces
ascendiendo una tras otra en el cielo asemejaban astros que guiaban las miradas
de los presentes.
No hubo entonces limitación ni
timidez, todos los residentes locales se acercaban, todos nos preguntaban, todos reían y se emocionaban, a
todos nos tocó un trozo de esta ocasión: A la familia de
Nahiely, a nuestros amigos y a mis sobrino; y todos nos sentimos muy a gusto
porque nadie habría imaginado el alcance tan positivo y solemne de este pequeño
evento; y los globos que se lanzaron llegaron a su totalidad, que eran más de
30 debido a que Nahiely compró más de la cuenta por aquello de las “pruebas de
lanzamiento”; habrán sido entonces cerca de 45 globos de cantoya que fueron
lanzados ese día, culminando con el último lanzamiento: El corazón gigante, que
Nahiely y yo lanzamos juntos en un acto de culminación de este hermoso detalle, y que ascendió exitosamente para luego descender
sobre el mismísimo cuerpo del mar en un tono misterioso y lento, que si bien
tardó volando menos que los demás, fue lo suficiente para ser admirado en su
luminiscencia y su forma romántica mientras se mantenía en el aire y mientras el
viento, a diferencia de hacerlo con los demás, le llevaba hacia el interior del
océano para que pudiera sumergirse en una forma misteriosa y enigmática, como
significando una conjunción en un muy íntimo secreto…
A Nahiely, su familia, mis sobrinos y nuestros amigos, sin ellos no habría sido posible...
Con gusto, les comparto la galería: