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sábado, junio 28, 2014

:: En el Paleoparque ::


Lunes, 30 de Diciembre del 2013… Sí, el día aún tenía sorpresas. Justo acababa de dejar atrás el paseo a las cuevas cuando emprendí el regreso a la entrada principal del Paleoparque. Era momento de hacer un recorrido mental por aquellas épocas prehistóricas en que estas tierras blanquizcas sirvieron como libro para documentar la existencia de aquellos seres. El primer punto de todo el recorrido es la parada a la exposición de fósiles que se han encontrado en la zona; no era del todo extraño pensar que hubiera tal museo de sitio, crecí con el conocimiento que todo por ahí, entre Oaxaca y Puebla, era normal hace algunos años y en algunos pueblos hallar fósiles de estrellas de mar y de caracoles. Ahora dicha actividad es bastante difícil, pues casi no queda mucho, el saqueo por la cotidianidad de toparse con dichas piezas ha hecho que a lo largo de los años mermara tal atractivo.







No obstante, la labor de estas personas en su mayoría por mero amor a la conservación de dichas piezas y la intención de mostrarnos un poco de la historia natural de estos suelos (porque hasta donde tengo entendido es una labor de un equipo conformado por amigos que trabajan en sus tiempos disponibles sin recibir apoyo significativo por parte de las instituciones gubernamentales pertinentes) se ha convertido en un gran atractivo del lugar, pero eso sí, aún con difusión en menor medida.






La “habitación prehistórica” –como le nombré ya que no encuentro otro adjetivo- posee fósiles de diversos tipos y de diversos animales; a primera vista identifiqué “cosas conocidas” como conchas, caracoles y hojas; pero ya con la explicación correcta por parte del(a) guía me di cuenta que poseen nombres diferentes entre sí por muy similares que puedan parecer algunos elementos. Vaya trabajo que ha de ser el clasificar a estos fósiles cuando para mi ojo común apenas se perciben sus rasgos y muchos son a simple vista del mismo tipo y época. Entre nombres que ya se me olvidaron y periodos en que vivieron (que ya no puedo relacionar por mi poca familiarizada cultura en el asunto) resulta que todo confirma la sospecha de muchos de nosotros: Aquí hace millones de años fue mar, y posteriormente otros ecosistemas, y los fósiles están aquí para orientarnos.






Caracoles y caracolas de varios tipos, conchas, trozos de madera, hojas de alguna planta marina, huesos incrustados en piedra, huellas de mamíferos, esqueletos, minerales antiquísimos, y muchos rastros más son apenas un ejemplo de lo que se ha recolectado y se tiene aquí en esta habitación, grabados en fósiles que desde apenas a unos cuantos metros de distancia no parecerían más que rocas. También hay ejemplos homólogos un poco más actuales que sirven para hacer el comparativo y apreciar la diferencia a través del tiempo.






Luego de estar en la habitación, recorrimos el Paleoparque. La caminata pertenece al estilo propio que se hace por Chazumba, admirando paisajes similares y vegetación bastante en común; la diferencia radica en que ya está tu mente acondicionada para verlo todo desde una perspectiva paleontológica, y aunque sigues careciendo del conocimiento de periodos y especies, sientes un extraño anhelo por imaginar cómo habrían sido en aquella época todos estos lugares que alguna vez fueron mar o pantano, y que ahora visten de una aridez entrañable.






Lo magnífico es que te van explicando, y señalando, y contando historias de lo que pudo haber ocurrido en el mismo suelo que ahora pisas pero hace millones de años. Y se han dado el tiempo para colocar en cada punto de interés, un elemento visual que alimente el recorrido para que te des una idea de cómo han cambiado las cosas, sobre todo cuando te topas con esa placa -si mal no recuerdo- de ónix y que tiene sellada una gran cantidad de fósiles de los ancestros de lo que ahora conoceríamos como una especie de “caracoles de río”.






La ayuda visual es gratificante, bien lograda, descriptiva en un grado que es bastante entendible, inclusive te marcan algunos puntos reales donde se han encontrado tales o cuales piezas; lo que amerita admitir la sorpresa porque terminas imaginando cómo pasó. Y entonces vienes a darte cuenta que la cantidad potencial de fósiles aún ocultos no ha sido hallada por completo, y que, como bien dicen, falta mucho por explorar aún. Pero camina, que el ocaso ya viene y es hermoso contemplar insectos gigantes en escala real de hace millones de años en medio del paisaje cuyo relieve toma formas extrañas que se iluminan suavemente con el Sol…






Independientemente de saber que muchas de la vegetación actual es considerada como fósiles vivientes, es sorprendente saber que algunas variedades de dinosaurios y mamíferos gigantes en realidad caminaron por aquí, uno no se lo esperaría de buenas a primeras… Pero es verdad; y eso lo hace todavía más increíble.






El recorrido terminó con el tiempo suficiente de ver el ocaso, ese ocaso que seguramente alguna vez ellos vieron; y me quedé pensando, porque si algo logra hacer este Paleoparque es hacerte pensar, a menos que no aprecies mucho la gran magia prehistórica en la que te ha envuelto este lugar y no te des cuenta del significado del suelo que estás pisando…






Me despedí y regresé caminando a la carretera, la iluminación cada vez era menos, seguramente era ya tiempo de regresar a casa pues la noche ya se dejaba sentir y el frío gradualmente se hacía más notorio; el día había sido aprovechado satisfactoriamente, sin embargo, ignoraba que aún faltaba un último lugar por visitar…


Con gusto, te comparto la galería:

lunes, junio 09, 2014

:: Las cuevas de ónix del Paleoparque ::



Lunes, 30 de Diciembre del 2013… Pedí parada en Las Ventas (entre San Antonio Texcala y Zapotitlán) porque minutos antes de bajarme del autobús había recordado las menciones sobre “El Paleoparque” que se encuentra en este lugar, inclusive había visto ya con días de anticipación el letrero a orilla de carretera (cuando fuimos a Tehuacán) por lo que sabía que debía bajarme aquí y encontrarme con el Paleoparque.





Vi cómo se alejaba el autobús y quedé en frente al pueblo y bajo la sombra de una ermita; era raro no tener a mi alrededor a alguien a quién preguntarle qué rumbo tomar pero no podía hacer más que optar por cruzar la carretera y seguir el señalamiento que indica ir hacia la derecha para llegar al Paleoparque. Luego de caminar un poco llegué a la parte más alta del pequeño cerro local, y cuando me percaté de que no era el camino correcto el que había tomado regresé a las cercanías del letreo y tomé el otro camino que también conducía a la derecha; una señora y un niño me indicaron con señalamientos el camino correcto hacia el parque, no caminé ni diez minutos cuando ya tenía en mi vista la entrada.






Pensaba yo que en el lugar se concentraba sólo el Paleoparque, pero me explicaron que también realizan recorridos a las cuevas de ónix del lugar (ya mucho después me entero que también hacen recorridos a la zona de las cactáceas y a las salinas, imagino que no me lo comentaron porque ya era un poco tarde como para hacer tales caminatas) así que opté por tomar ambos recorridos y aventurarme hacia estos atractivos. El primero de ellos: Las cuevas de ónix…






Caminé con el guía hasta adentrarnos menos de medio kilómetro a una zona apartada de toda mancha urbana, en donde todo se resumía al verde de las cactáceas y al rojizo de la tierra en donde crecían o donde nuestros pies andaban; no había más sonido que el aventurado viento de la tarde y de vez en cuando un pajarillo cantando en algún punto fuera de mi vista mientras nos acercábamos a una parte donde el color arcilla cubría la mayor parte de la escenografía, era ahí donde hallaríamos la primera cueva.






Se me vino a la mente las imágenes de haber estado hace unas horas en San Antonio Texcala, las proximidades a la cueva tenían similar aspecto; pero aquí, ya carentes de trabajadores, de máquinas de minería y bajo el manto amarillo del cercano ocaso, se tomaba un contexto prehistórico que ayudaba mucho a trasladarse mentalmente a aquellos ayeres. Las cuevas de ónix no son más que antiguas y encantadoras canteras que ya han caído en el desuso debido a que ya se les ha extraído lo que se podía obtener, dejando finalmente estériles pero magníficas grutas, cuevas, pasadizos y rastros de aquellas actividades en donde seguramente estas zonas estaban llenas de sonidos y de pintorescas escenas de antaño. Dentro de todo lo negativo que las actividades de obtención de materia prima pudieran ocasionar, se agradece el que hayan pulido estas “cuevas” dejando intacto parte de la formación natural que dieron origen a estas canteras.






En la entrada de la primera cueva se aprecia la emanación de agua mineralizada que hasta el día de hoy forma vetas coloridas en la superficie del suelo por donde se va escurriendo; esta agua bien puede ser la fuente de las formaciones minerales de ónix y mármol en esta vieja cantera algún día fueron extraídas. Aún quedan rastros de pequeños yacimientos en donde se distinguen zonas petrificadas de aspecto espumoso y cremoso que por impensadas circunstancias ya no fueron desprendidas de las entrañas del cerro para convertirse en alguna pieza ornamental.






Atada a las texturas, al silencio, a los colores arcillosos y al fango creciente a orillas de los cuerpos interiores de agua, está la perpetua oscuridad de la cueva, una oscuridad que jamás ha conocido la invasión completa de la luz del día y que probablemente lo más cercano que ha conocido a la luz ha sido el conjunto de artefactos que se emplean para poder recorrer el interior de esa parte del cerro; tal como el guía me comentó: Siendo una propiedad privada, no se le ha visto como un potencial en el que se le deba invertir infraestructura para llevar la iluminación permanente por los caminos interiores y adecuar senderos por los cuales recorrer y admirar en su mayoría la belleza de las cuevas. Sin embargo, quizá el que carezca de tal inversión alimenta a que se conserven tal como se dejó hace años: Con ese encanto peculiar dentro de las penumbras y su aún intacta estructura desde que dejaron de funcionar como canteras.






Ayudados por las luces de unas lámparas de mano, dimos marcha hacia el interior para enfrentarnos al manto oscuro y para apenas distinguir lo que hay ahí dentro en un empeño aventurero por conocer qué se encierra más allá. Enfrentándonos a la ausencia de luz, pudimos ver parte de la apariencia de las paredes internas, descubriendo vetas blanquizcas brillosas y ranuras de aspecto congelado, como si fueran trozos de hielo que proveen de esa temperatura fresca que se disfruta bajo los techos de diversas alturas y que guardan diversas formas y colores en cada parte que se les alumbra. Todo ello, sumado a las caprichosas y petrificadas caídas del agua que han grabado su paso a lo largo del tiempo en esos fuertes muros rasgados, hace que la primera cueva te deje sorprendido.







La segunda cueva no dista mucho de la primera, apenas se convierte en una caminata de algunos minutos después de dejarla para adentrarse a un paisaje virgen y, antes de toparse con su entrada, darse cuenta que en efecto es mucho más atractiva que la primera y que en esta se invertirá más tiempo en recorrerla, porque a simple vista se nota que es más grande y con muchas más columnas en su interior.






Es un escenario de ensueño aquel que abriga a un manto de agua que surge del interior de la cueva y que es vigilado por una boca irregular de aspecto de terracota, con esas raspaduras que dejan entre vistas la piel de tiempo, rojiza, albina en pequeñas áreas, y pedregosa casi en su totalidad. Poco a poco nuevamente la sombra invade el andar, y el eco, mucho más notorio que antes, repite nuestras pisadas y nuestros murmullos de admiración. Adéntrate, no temas, que en medio de esa oscuridad y ese sonido curioso que viene quién sabe de dónde hay una luz oscura, calmada, que acompaña a tus pies, te previene de las partes resbaladizas y te estimula a detenerte para que los ojos se acostumbren y puedas contemplar tanto el interior inconmensurable como el exterior que hace poco te ha dado la bienvenida…








Las pisadas eran cautelosas, sea por evitar caída, o por respeto al recinto que también algún día fue cantera. Quedamos en la total oscuridad, la luz del exterior simplemente ya no llegaba, y encendimos las lámparas para procurar prudencia en nuestro recorrido. Al levantar la dirección de las lámparas y activar el flash de la cámara, nos encontramos dentro de un gran depredador de piedra, y nos sentimos como Jonás en medio de un ser mucho más inmenso que nosotros mismos. Era una tétrica imagen de algo delicado, de un trabajo sublime que fue moldeado durante décadas, y cada que avanzábamos las paredes parecían cerrarse a nuestro frente… Y de repente, al virar cerca de una protuberancia, el camino se abría nuevamente pero ahora sostenido por columnas roídas por máquinas del hombre; columnas heridas, rasgadas, productos del deterioro a conciencia y curiosamente buscándoles un propósito de brindar seguridad. Lo hacían aunque de manera tenebrosa, pero al mismo tiempo te demostraban ser fuertes e indispensables, que de no ser por ellas, esto habría sido sepultado ya tiempo atrás.








Y el silencio rugía a nuestro alrededor, y el eco tímido apenas si pronunciaba sonido, estaba temeroso como yo pero aturdido de la suntuosidad estructural de los pilares (altos fuertes y junto con el techo, hogares de una variedad de murciélago que habita en esta región y en estos aposentos) que con mucho trabajo podían ser admirados completamente a pesar de resaltar sobremanera dentro del vacío que la oscuridad dibujaba a lo lejos, o a lo cerca, quién sabe; pues por momentos se pierde la conexión con el sentido del espacio, y no queda más que andar para encontrar alguna estela de luz que pudiera filtrarse por algún conducto dentro de esta enorme cueva.








Un sonido llamó la atención de repente, el característico e inconfundible brote de agua ¿Dónde? ¿Cómo? Y en el rincón apareció el yacimiento que mediante una manguera transportaba agua al exterior… quién sabe a dónde y para qué. Y el paso se cerró, no había más hacia el frente que el propio manantial, por lo que tuvimos que girar la caminata y seguir por donde habíamos venido, pero desviándonos en algunos puntos para conocer también algunas arterias que componen este gigantesco hormiguero. Seguía siendo un paisaje lúgubre, respetable pero entrañable, lleno de columnas, piedras salientes horizontales que no habíamos visto antes pero que siempre estuvieron ahí sosteniendo nuestra aventura, además de pequeños brazos de agua y goteras por doquier así como centenas de vetas brillosas y coloridas en las paredes por toda la extensión de la cueva.








Afortunadamente, a manera de recompensa, apareció una luz filtrada en un boquete que probablemente fue abierto como salida de emergencia; y eso calmó la situación, y luego de calmarla, la embelecó con esa bella y sutil manera que tiene la luz de entrar suavemente y al mismo tiempo fuerte. Había varios boquetes, y de repente todo se convirtió en un escenario de texturas, penumbras y luces entrantes de arriba y de los lados. 









Y las columnas no fueron más inspiración mínima de miedo, si no de magia convertida en cueva, y el retorno se hizo más ameno pese a los rocosos obstáculos a vencer y pese a la pequeña sensación de claustrofobia en algunos pasadizos estrechos; y así, saliendo de la cueva, paso a paso, se aprendía un nuevo concepto de belleza: una variedad oculta y cuidada por la oscuridad y el silencio y maquillada en menor proporción por la luz de día que se abría paso con dificultades.








Cuando dejamos el recorrido de las dos cuevas, me quedé atónito por haber realizado tal recorrido… Regresamos a la entrada principal del Paleoparque para emprender lo que sería otra gran aventura…



Con gusto, te comparto la galería:
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