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sábado, enero 11, 2014

:: El reposo de las garzas en Suchiate ::



16 de noviembre, 2013. Llegué rayando en el tiempo a Suchiate, justo para apenas recibir descripción del lugar al que Nahiely había prometido llevarme, pero del cual apenas me había dado referencias generales. Rondaban cerca de las cuatro de la tarde. Tomamos el transporte y nos bajamos en un punto en las afueras del pueblo, ahí en donde la carretera se encuentra con un camino de terracería que conduce a la dirección del río, pero que se desvía a menos de cien metros desde la carretera, a la izquierda, para alojar un descanso de grandes cajas y vehículos de carga.



 

¿De qué va esto? ¿Tráilers? No entiendo; y por más que entramos al sitio y caminamos cerca de cincuenta metros hacia adentro, las explicaciones no habían llegado. En realidad, minutos después ya no eran tan necesarias, porque empezaban a arribar principalmente desde el lado oeste, las parvadas blancas y silenciosas de garzas, y el día se explicaba visualmente poco a poco. La tarde iba cayendo y con ella se acercaban poco a poco cantidades vastas de aves que planeaban alrededor y de manera directa a las ramas de los árboles; esos árboles contados que habían crecido a las orillas de una pequeñísima laguna que estaba a escasos metros del espacio vehicular, y que por ende, estaba intacta debido al cuerpo de agua que parece estar constante durante todo el año.



 
Los pastos crecían verdes y espesos alrededor, algunos más sobresalían de la inundación en la parte central del espejo de agua; y entre charcos y piedras, los zancudos se notaban en el vuelo como pequeños puntos negros en medio de una estela grisácea cálida de luz. De repente, las aves postradas, con su blancura, se distinguían de las siluetas de las ramas de los árboles al son del ocaso; parecían frutos sedosos crecidos en las puntas de las ramas y en las partes intermedias. No obstante, seguían llegando más y más y entonces ya el sonido de los graznidos aparecían cada vez más intensos, una especie de conversación que bien podría ser una pelea por el espacio para pernoctar, o algún rito onírico natural. Y la luz, siempre en descenso, permitía que la tonalidad de los blancos se cundiera de un brillo entre dorado y rosado del plumaje; el Sol se iba a dormir y dentro de poco las garzas también.




Y no dejaban de llegar, aún con el Sol prácticamente oculto y con los últimos destellos del día aún vigentes; y entre tonos rosas, morados y anaranjados, nos retiramos de ahí poco a poco. Había que dejar descansar tranquilamente a este pequeño ecosistema, así, en medio de graznidos de las garzas, el arrullo del viento, el ruido de la carretera, y el mágico chirrido de los grillos…


A Nahiely, que dio en el clavo al mostrarme este lugar…

Con gusto, te comparto la galería:
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