02 de noviembre. La tradición dicta que al día siguiente de haber llevado las flores y puesto el altar con la ofrenda, se prosigue con la ceremonia religiosa en la que se hacen misas, principalmente una desde muy temprano y la otra al medio día; generalmente la misa que recibe al día se lleva a cabo en la iglesia mientras existe la posibilidad que la segunda sea en el panteón. Después de la primera misa (a la que se acostumbra también llevar flores, veladoras, y partes de la ofrenda) se continua con la visita al panteón, a donde se llevará lo que momentos antes ha recibido la bendición de la santa misa, para ser colocado en los recintos de los difuntos y también para compartir con las demás personas en un acto de buena voluntad y concordia, mientras se está con los familiares, mientras se realiza nuevamente el acomodamiento de adornos y mientras se recuerdan, entre risas y suspiros, las anécdotas familiares en las que tuvieron lugar los difuntos.
Como hemos comentado antes, el color floral predominante en la tradición es el amarillo; pues fungen como guirnaldas y adorno a los aposentos del camposanto, lo que le da bastante vista al lugar. Otro aspecto singular de este día, del 02 de noviembre, es comer “el recalentado” del mole de borrego que el día anterior se ha preparado, y aunque se ha consumido, no se ha consumado del todo. Para los paladares sibaritas de la zona, es afirmación innegable que el sabor cambia y que es aún más delicioso siendo recalentado. Mis dones de degustación poco tuvieron qué hacer, pues casi no sentí diferencia, a lo que se resume que se me hizo igual de delicioso.
Para unas horas más tarde, al momento de regresar a casa y hacer hambre para esperar el famoso recalentado, salí a recorrer por una vertiente carretera que hace mucho no tomaba al grado de ver más allá de a donde había llegado. Llegué con mi tío en “La poderosa” —la moto— en primer lugar a Trinidad Huastepec, de donde se obtiene un gran paisaje desde el atrio de la iglesia, tan así que pareciera estar rodeado de pinturas.
Los siguientes pueblos quedaban en la ruta camino adelante, me refiero a Santa María Acaquizapan y San Juan Joluxtla, éste último ya alguna vez visitado con un poco más de atención. En resumen, estos lugares, pese a haberles dedicado poco tiempo de exploración, me mostraron vastos paisajes a su alrededor de estilo variopinto y de desniveles abruptos en el terreno; lo que en tiempo de lluvias sería una colección interminable de verdes y azules lejanos, cosa que se agradece cuando relativamente, se ha venido desde tan lejos.
Y para contrastar con la imagen que bastante tiempo ha ido familiarizándose con el concepto Oaxaqueño, pudimos encontrar más allá del camino, un puente, del que a sus cercanías y a las orillas de un río con más agua de la que he podido observar en otros mantos acuíferos por aquí, se mantenían firmes (y con algunas ramas cortadas sepa usted quién sabe por qué motivo) grandes Sabinos, primos segundos de los ahuehuetes, que nos brindaban sombra, viento y música mientras el susurro débil del agua a nuestros pies se dejaba escuchar durante su viaje buscando perderse en el “curverío” del barranco, en medio de los follajes irregulares de estos árboles que desde lejos pueden divisarse sin tanto esfuerzo.
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