Sábado 28 de diciembre, 2014. El asiento vacío y disponible en el auto me hizo abordarlo con la misma seguridad de quien piensa que no hay que desaprovechar la oportunidad (siempre que no haya inconveniente). El destino sería llegar la ciudad de Tehuacán para hacerse de algunas cosas y brevemente pasear en son de hermanos y sobrinos. “Bueno, si no es impertinente, puedo apelar entonces a que me dejen ir del lado de la ventanilla para capturar alguna escena”—Pensé yo—. A lo que con gusto me permitieron hacerlo.
No se trataba precisamente de hacer paradas intermedias, pero logré una que fue de común acuerdo, y sólo eso. Es en ese punto en la carretera ya en el lado de Puebla, antes de llegar a San Antonio Texcala. Ahí en donde se pronuncia una recta de varias decenas de metros y donde a cada lado se mantienen rastros (a la fecha del post, claro) de campos de cultivo de trigo; sí, trigo, tan seguro estoy como que arranqué una espiga de entre el matorral para identificar esa simetría en su diseño, y no conforme con ello, le despojé un grano para degustar ese campirano sabor del cereal.
Y no es que me haya detenido por el
trigo, porque en realidad supe que era trigo hasta que me adentré en el
matorral. Me detuve porque ese punto en concreto deja ver con mucha claridad al
volcán Citlaltépetl (Pico de Orizaba) en la lejanía, haciendo que su posición
central en el horizonte de esta parte de Puebla le favorezca para hacer
magníficas postales, más si se cuenta con un cielo semi despejado con nubes que
no tapen su forma sobresaliente.
Pero no toda la atención la lleva la
majestuosidad indudable del Pico de Orizaba, que está a varios kilómetros de
distancia; también en las inmediaciones del rumbo carretero que traza este
camino se pueden observar algunos cerros, barrancos, llanos y declives que resaltan por su vegetación
extrema de órganos cactáceos y el color de sus suelos, sobre todo en este tramo de Zapotitlán y San
Antonio Texcala; que no es por hacer menos a las demás zonas que también
tienen lo mismo pero por alguna razón pareciera notarse menos (quizá efecto
mismo de la orografía).
Todo es cosa de apuntar bien con la mirada para descubrir que, en efecto, los paisajes son variopintos y cada uno en
su composición llega a extremar belleza y armonía; Eso, considerando que vayas en automóvil y rápidamente deban saltar
tus ojos de uno a otro; que de no ser así e ir a pie seguramente
te detendrías en cualquiera de ellos para respirarlo con la vista y esperar el
momento oportuno (de un amanecer, un ocaso, un cielo estrellado, el
avistamiento de la vía láctea, o una tarde con cientos de nubes o decenas de aves) para dejar que
muestre el punto supremo de su estética con una de sus caras, siempre con la sapiencia de que... Si bien
seguirá siendo el mismo paisaje, no te parecerá igual al verlo por segunda
ocasión...
Con gusto, te comparto la galería:
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