Miércoles, 23 de agosto de 2017. Las
nubes anunciaban un día tranquilo, quizá una lluvia leve más tarde, pero nada
más. Las vistas abiertas desde la carretera que comunica a la carretera costera
con el municipio de Suchiate son muy limpias: sólo cielo y sembradíos a ambos
lados, y así hasta llegar al punto en el que se deja de ir de frente y se dobla
hacia la derecha, justo después de ver el letrero del Ejido Barra de Cahoacán
(Cahuacán -Chical-).
Se deja atrás la vía principal para
acercarse cada vez más a este poblado de menos de mil habitantes, y una vez
dentro, los vecinos te miran con cierta curiosidad cuando pides indicaciones
para llegar a un lugar bueno para pescar; hasta que por fin te dirigen hacia el
puente, que guarda celosamente tres o cuatro canoas sin remos listas para ser
usadas con previa entrega de los antes mencionados. La dueña de estas canoas es
una señora que tiene una pequeña tienda a escasos metros de distancia, nos
rentó una por un día entero a tan sólo 50 pesitos.
Víveres dentro, remos en mano y ganas
puestas, empezamos a remar en busca de algún punto bueno para tirar anzuelo. El
desplazamiento era tranquilo al remar, no parecía ser tan difícil al principio
y suponía un aprendizaje rápido para este novato al tiempo que observábamos
cómo se iba descubriendo ante nosotros esta cuenca y sus variopintos
escenarios.
Momentos después, luego de observar
cómo van apareciendo flores, troncos, basura, islas, y esos peces "cuatro
ojos" saltando sobre el agua, encontramos el primer punto para pescar.
Detuvimos la canoa y esperamos a que alguno picara, pero no hubo respuesta; así
que después de cierto tiempo de intentar y conseguir nada nos movimos de
locación para ver si había mejor suerte.
La respuesta estaba en la unión del
mar y el manglar, en ese punto donde el agua desemboca y choca con las olas que
trae la marea. Parecía una puerta natural, de este lado el agua tranquila y de
tono marrón; y de aquel el agua violenta de tono azul y con espuma salvaje. El
punto de choque estaba algo lejos por lo que no pudimos observarlo a detalle,
sin embargo, en ese punto donde entra el mar a medida que la marea sube vimos
potencial. Nos fijamos cerca de ahí y comenzamos a pescar, poco a poco los
peces fueron cayendo y la situación nos sonreía; por lo menos hasta que llegó
el momento de volver porque la noche se acercaba.
Y no contamos con la fuerza de la corriente cercana, esa que por capricho natural enviaba todo hacia la boca barra, inclusive a nosotros en la canoa. Nos costó zafarnos de esa corriente, los brazos quedaron exhaustos una vez que logramos retomar el camino de vuelta, pero la tranquilidad ya era mayor; aún así invertimos unas horas más para hallar en medio de una casi total oscuridad el punto desde el cual habíamos partido, hasta que lo encontramos y por fin pudimos terminar la jornada. Regresamos sin novedad aparente, sin embargo al otro día los dolores se presentaron, hasta que tomó otro par de días para que pudieran mermar; pero con todo y eso, es algo que gustosamente repetiría...
Con gusto, comparto la galería: