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Viernes, 24 de Marzo de 2017. El reflejo
solar en forma de abanico invertido se abría y cerraba continuamente en el
cuerpo de la marea, juguetona; saludando quizá o despidiéndose, mientras la
arena ya no forcejeaba con los pies pues ahora estaba fresca, como brisa sólida
arraigada al suelo; y el Sol ya no más lastimaba al verle directamente, por fin
cedía un rato, quizá su vanidad mostrada durante del día sucumbió un poco y se dejó
ver desnudo apenas unos minutos antes de partir...
Me gustan los atardeceres, y me aterra
y emociona pensar en calcular la cantidad de diferentes atardeceres que han
existido (y que han sido vistos por alguien, si no, sería un tremendo caos):
Imagina las progresivas caras que tiene en un día, multiplicado por cada lugar
desde donde pueda ser observado, y a su vez por la manera en que cada persona
pueda interpretarlo, y nuevamente por 365 para tener un aproximado hipotético
al año, y esto por 200,000 años que es, según, el tiempo de antigüedad del Homo
Sapiens...
Y quizá obtengamos una cifra o algo y pueda escribirse sobre el
papel... Pero me da flojera hacer la operación porque hay otra variables que no
he visto aún relacionadas a este ejercicio... Mejor sigo deleitándome con estos
hermosos paisajes, porque si algo es bien sabido, es: Que el tiempo no se
detiene...
A menos, quizás, que lo atrapes en una fotografía...
Viernes, 10 de marzo de 2017. Tuvimos
que conducir una hora aproximadamente para poder llegar a ese punto de Mazatán
conocido como la Barra de San José, y una vez ahí, en la casa del señor que nos
rentó la lancha, aseguramos que llevábamos lo necesario para la travesía; pues
una vez abordo y zarpando desde un acceso que se abría por entre el mangle, no
había vuelta atrás. hubo un par de cosas que se olvidaron subir y otras más en
llevar, pero en general todo estaba ya listo. Por fin, luego de una espera de un
par de meses -quizás más- de pláticas con Hugo, entre que se concreta y no
dicho viaje, estábamos empujando la lancha hacia el interior del estuario sin
itinerario concreto, sólo con una idea en la mente: Disfrutar de la aventura.
Carlos, nuestro guía y pescador
experimentado, era el comandante de la pequeña embarcación. Nos fue enseñando y
contado historias y curiosidades a medida que abandonábamos tierra firme y nos
acercábamos a lo que localmente se le llama "la pampa", que es el
cuerpo de agua dentro de la zona de manglares que en algún momento llega a
fundirse con el mar. Y poco a poco, mientras avanzábamos hacia el centro del
manto, se vislumbraba a espaldas de la lancha el dorado del ocaso por venir;
era una magnífica hora para estar ahí (aunque quién sabe si lo era también para
iniciar la actividad de pesca, pero eso no nos preocupaba tanto porque al final
esa no era la meta) y admirar el gradual hundimiento del Sol en el horizonte.
Era como navegar en una mezcla de oro
líquido y mercurio aderezados con ópalos que formaban un espejo sin fin que no
hacía más que reflejarlo todo; era como si la tarde nos dijera: "Anden,
que al final del día siendo breve dicho momento, el espectáculo siempre se
disfruta al doble... Aquí en la tierra y allá en el cielo". Ciertamente
así era, aunque el reflejo a nuestro nivel carecía de calma, pues todo se movía
inmerso en la infinita danza eterna del agua inquieta...
Hallamos un punto dónde detenernos para
tirar los anzuelos y procurar pescar, pero más que una actividad de
recolección, era un momento puramente contemplativo donde el sonido del motor
callaba y dejaba hablar a la naturaleza en una especie de diversos mantras que
nos brindaban calma y gratitud. Carlos, por su parte, tiró unas cuantas veces
la red y obtuvo más éxito que nosotros al pescar unos ejemplares; pero como he
dicho, nuestra misión era disfrutar del viaje.
Cuando por fin el cielo de fuego y su
reflejo en el agua se despedía, las nubes del norte abrieron sus entrañas y pagaron
tributo mostrando una bella moneda de oro en cuyo interior apenas se distinguía
aquel conejo legendario. Y una vez cubiertos por la noche, con apenas la luz de
aquel hermoso astro, continuamos el camino hacia el punto más alejado en el
agua para colocar las redes por si después lográbamos hacernos con un poco más
de pesca. Ahora nos tocaba esperar algunas horas, así que nos detuvimos a
admirar el cielo nublado y apenas estrellado de esa noche; nuestras siluetas se
perdían entre las formas de los islotes que apenas eran distinguibles por la
escaza luz. Estábamos en medio del silencio, y me nació la curiosidad de gritar
a todo pulmón para ver qué tan lejos podría imaginar que llegaría el grito;
pero no lo hice. El deseo de gritar sucumbió ante la sensación de recostarme y
quedar boquiabierto admirando el lienzo de allá arriba, mientras el agua apenas
nos movía y aparentaba quedarse quieta para dar la impresión de estar en tierra
firme, pero una tierra que era como un espejo oscuro reflejando a las
anteriores siluetas vistas. Y aunque sé que no es lo mismo, pensé que tendría
cierto parecido el poder admirar de noche la bahía de Ha Long, con esos
dragones celestiales yaciendo en paz a nuestro alrededor, observando los valles
y grieta que formaron golpeteando con sus colas. Así parecía, pero en una
dimensión más pequeña, más a escala, más íntima.
Luego de las horas de espera,
recolectamos la pesca; y luego de recolectar la pesca, nos dirigimos a donde se
une el manglar con el mar, a donde se le conoce como Boca Barra, para intentar
pescar ahí. Pero la mar estaba alborotada en ese punto, y nos fue difícil cruzar,
así que volvimos a detenernos pero ahora ya en la arena; y viendo que había que
esperar a que las olas se tranquilizaran, nos recostamos en la arena al tiempo
en que veíamos la luna, hasta quedarnos dormidos cobijados por el frio de la
madrugada.
El tiempo se nos pasó, tanto que cuando despertamos supimos que el
momento para pescar ya había sido, por lo que mejor decidimos regresar a nuestro
punto de partida para así finalizar el viaje; y mientras lo hacíamos, nos
percatamos que la luna estaba ya en el lado opuesto a donde la vimos por
primera vez; aún no se había ocultado, quizá esperaba por nosotros para
alumbrarnos de regreso y así acompañarnos hasta el último momento de este gran
viaje...