Después de disfrutar del amanecer, desayunar, y empezar a platicar con los hombres que activamente hacían los preparativos para el festejo, empecé a preguntar si había en las cercanías de la cabaña algún punto especial para ver; ya sea río, cascada, cañón, o algún lugar con tintes de maravilla. En medio de algunos ires y venires de expresiones, salió a colación la vieja finca que se encontraba rumbo a Álvaro Obregón.
Mis hermanos y yo nos vimos a los ojos luego del cuestionamiento por parte de uno de ellos (“Pichi”); y decidimos entonces emprender la marcha en la camioneta hacia la finca. Era una gran oportunidad para conocer otro punto mágico encerrado en la libertad del campo y el fresco calor de tales municipios. Por nada quería perdérmelo.
Emprendimos pues, el trayecto sobre terracería y al cabo de algunas decenas de minutos llegamos al punto histórico que alguna vez funcionó como el centro principal de una finca, hace ya, tal vez, más de 50 años.
Cuando llegamos y nos bajamos; pude ambos pies sobre la tierra. Tenía frente de mí a un testigo de la historia de estos pueblos, de su gente, de su actividad económica y del estilo tan arraigado para alzar aquellos caseríos de madera y adobe con columnas en los pasillos.
Antes de cualquier fotografía, decidimos recorrer el lugar y escuchar algunas historias del mismo. Pichi había vivido ahí tal vez hasta su adolescencia, había conocido aquellas enormes y gruesas puertas de madera aún funcionales, en su esplendor y color original; había corrido jugando por esos pasillos mientras el tumulto de campesinos y trabajadores le esquivaban como si un potrillo acabara de salirse del corral. Había salido huyendo de los gritos de las mujeres que cocinaban en el interior de la casona y se había sentado en los pasillos, entre columna y columna, a esperar por sus amigos e irse a pasear después.
Las gotas de lluvia cayendo intensamente en los tejados formaban el fondo musical del réquiem melodioso de los truenos, los relámpagos de vez en cuando fotografiaban siluetas de árboles en el interior de la casa, mostrando por un instante grandes espectros formados por las ramas de los árboles y las sombras de la imaginación.
El conjunto de casas respetaba el estilo constructivo cada vez que se hacía la comparación; todo fue construido en la misma época, y así, en esa constancia de tiempo fue dejándose abandonar por motivos que tal vez el mismo tiempo procura a su paso.
Cicatrices de arcilla y humedad vestían zonas medias de varias paredes, la pintura de cal se desteñía con lentitud, las cáscaras de pintura dejaban ver las capas de mantenimiento que alguna vez estas casas tuvieron; las puertas, aún manteniendo su brusca piel de madera con heridas estéticas, mostraban fortaleza y resguardaban de manera protectora el acceso al interior de las habitaciones. Las columnas, a pesar de ser lisas, dejaban a la vista impúdica sus llagas y su falsa eternidad.
Había varios tipos de suelos, desde aquel pasillo de cemento colorido como ese que era natural, hasta aquel compuesto sólo de ladrillos acostados y colocados en armonía geométrica; aunque la zona del patio poco a poco fue cubriéndole con tierra y con hierba hasta dejar sólo un rastro la vista meticulosa y minuciosa del visitante.
La ferretería, antigua tal vez, se componía por manijas en las puertas, clavos en las paredes y ventanales oxidados labrados a mano. Ella le complementaba a la madera de manera erótica y descarada, con aquellos acabados y candados en las puertas y sus cerrojos; a las ventanas y los travesaños con herraduras colgadas y clavos que hacen recordar la crucifixión de aquel carpintero.
Ahora, ese erotismo, esa pasión, no es más que la piel arrugada de una anciana que cae por su cuerpo y aspira a provocar enamoramiento, y raramente lo consigue, pero no en el alma joven que busca las curvas y los acabados finos y limpieza en el aroma y en la piel; sino en aquel buscador de historias, aquel valuador del tiempo y de sus inevitables efectos por sobre todas las cosas, en aquel que ve en cada arruga una piel tersa de ninfa que alguna vez fue, porque así es llanamente la ley natural de la vida.
Algo que me llamó la atención, por lo menos más de lo normal que uno supondría, fue el tejado. Sí, el tiempo hizo lo suyo, pero no parecía haber sido ruin con las tejas, por lo menos no con la mayoría. Mantenían su rigurosa colocación con cautela, so pena en los extremos de caerse unas al suelo y romperse. Pero de ahí, todas parecían de aspecto normal, tal que si hubieran sido cinco, diez, veinte o más años transcurridos. ¿Por qué ahora se usa tan poco el tejado si a parte de lucir bello, es bastante resistente? Hay un ángulo que no he visto, que supongo me daría la respuesta.
Además del sistema de casas cercanas, se erguía a la orilla de ello una especie de corral, acompañada en su soledad por un “chacuaco”, horno o chimenea. Ignoro el uso que alguna vez se le asignó, pero también esto era un icono de la finca. Aún mantenía la estructura principal de su construcción, casi toda ella en ladrillos. Y el tiempo había pasado lo suficiente para que el abrazo de árboles le tendiera compañía, a diferencia de algunas casas sin techo que sólo se mantenían de pie gracias a su estructura de adobe y que se localizaban en otro punto, a otra orilla de la finca.
No pudimos entrar a las habitaciones, tan sólo fuimos espectadores del exterior y fabricamos escenas de hace varias décadas con la mente, escuchamos a lo lejos sonidos que jamás sabremos si existieron, producto de nuestra imaginación errante empeñada en refabricar con la esencia de la finca, una realidad alterna que jamás pudimos vivir…
Al terminar, de vuelta fuimos a la cabaña, a darnos un baño y seguir con el festejo de Julio; el festín ya empezaba a tomar forma, y ansiábamos inmiscuirnos en ello.
Con gusto les comparto la galería:
¿Cómo imaginas que pudo haber sido vivir en una finca así, hace unos cincuenta años?
4 comentarios:
es acaso un escarabajo de la madera?
como les llaman por alla "maquech" creo, de esos que adornan con piedras de colores.
xhaludos eduardo!
El Xhabyra:
Andaba en la arena en la cabaña, me dijeron que le denominan "cocopache" jejeje pero es algo ambiguo, ya que así mismo se les llama a unos gusanos en Oaxaca; pero de que estaba bonito, estaba. Acabo de ver unas fotos de "maquech" y la verdad coinciden de las mil maravillas!! Excelente, hoy he aprendido algo genial!
http://1.bp.blogspot.com/_dUGXdMb45YM/TM8l5HR5DTI/AAAAAAAAAgQ/iJ4pRSeKS0A/s1600/maquech1.jpg
Gracias por tu comentario XD!
Hola, quizas no te conosco y tú tampoco a mi, pero me gusta mucho tu reportaje, de la FINCA "JESUS", de los Moguel del valle de Cintalapa. excelentes fotos, excelentes comentarios finos y agudizados, me gusto mucho.
¡Gracias! :) Es algo que me apasiona hacer :)
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