:: Por Corzo y el Sumidero ::

El parque de la fuente Mudejar sonrió de manera jocosa cuando bajamos de la camioneta; éramos recibidos con un calor de la fregada que incluso a la sombra de un árbol o de la propia fuente mentábamos madres en silencio. Pensé que se debía al cambio de clima entre San Cristóbal por la mañana y aquí ya en la tarde ¿Tuve razón? Vaya Dios a saber, que ni quise averiguarlo y sólo actuamos a lo que venía y nos dirigimos en breve a comer unos raspados para ver si se calmaba un poco la calentura que hervía hasta nuestros fluidos corporales.

Sí, se calmó un poco, y anduvimos entre la gente hacia el malecón para ver si el viento húmedo nos apoyaba un poco a aminorar todo esto; pero en realidad no fue así… ¿Sed? ¿Hambre? ¿Gases? ¿Fastidio? ¡Calor señores, calor! ¡Ah… Pos qué chingar! —¡Grosero! —No, que aquí somos bien alegóricos los paisanos pué’ y nadie se ofende por palabras tan jacarandosas. —‘monós ‘un tour al cañón pa’ refrescarnos chingao, a ver si el vientecito nos quita este calor de verga y así hacemos hambre pa’ cenar que ‘orita con este pinchi calor no dan ganas ni de meterse a los restaurantes, que de por sí ‘tan re llenos… —monós pué, qué picte vos… 

Y, dejando de tajo la usanza del típico lenguaje confiado y seguro, hicimos en breve una despedida temporal a la jungla asfáltica y nos “arrejuntamos” en la lancha, para salir al tour de aproximadamente tres horas (aunque allá te dicen que sólo tarda dos, pero bueno) por las entrañas del Cañón, para combatir el calor y premiarnos el viaje con la vista de los paisajes que se van apareciendo a medida que la lancha avanza; desde apreciaciones lejanas de relieves titánicas en medio de una no muy siempre presente neblina, pasando por los mantos acuíferos que rodean la lancha, hasta aquellos puntos que desde arriba se trazan hacia nosotros, sí, todos nosotros, metidos en la lancha y con chaleco puesto portando la pulsera que te evita de percances legales y te proporciona la tranquilidad basta para dejarte llevar por la degustación viajera. 

El recorrido es siempre majestuoso, pareciera que estas rodeando una isla que se ha mantenido en medio de un mar verde sin olas y que tiene pocos accesos para poder ser explorada, porque en todo momento la ves hacia arriba; excepto cuando te van explicando alguna formación curiosa dentro de las entrañas o encimita de la piel de alguna zona de este tremendo cañón. 

No es muy notorio que se note que cambie cada vez que le visitas, si a caso quizá el nivel y color del agua según el mes que vayas y según la aplicación de estrategias para poder mantener limpias las zonas del cañón. Sin embargo, los cambios radicales que pueden existir entre una visita y otra se presentan generalmente por la conjunción de los elementos visuales que te acompañan en el recorrido: Un ave o más volando en cierta parte de cañón, la neblina discreta que no permite distinguir mucho en ciertos lugares, posibilidad de ver la fauna propia del cañón viviendo en su hábitat (garzas y aves diversas, cocodrilos, monos), algunas iluminaciones por la hora de la tarde, vistas más cercanas o lejanas que las anteriores porque ahora vas en otra lancha con otro conductor; etcétera, todos esos detalles irrepetibles que valen más perpetuarse en el recuerdo porque, como dijera aquél león: “Nada ocurre dos veces de la misma forma…”. 

"Cristo Degollado" - Formación rocosa/gruta al lado del altar dentro de una cueva en el Cañón.

"Árbol de Navidad" & "El rostro Maya" en la parte de arriba.

Y así, pasando por varios puntos importantes de la cuenca hasta llegar al límite permitido: la presa Chicoasén; cuya llegada a su área restrictiva puede anticiparse al divisar en las cercanías aquel islote que parece emerger poco a poco y lentamente desde el centro de las aguas. O si no eres tan audaz de la vista, puedes guiarte de los barriles flotantes que delimitan los dominios de la presa y que rodean la estatua mastodóntica de los cuatro obreros de la CFE, llamada también como “El monumento a los constructores de la presa Chicoasén”. 

La presa “Chicoasén” (nombre original: “Presa Ing. Manuel Moreno Torres”) es una mega construcción con referencias curriculares bastante impresionantes, entre las que destacan las siguientes (por mencionar sólo algunas): 

-La central fue equipada con cinco unidades turbogeneradoras de 300 MW cada una, para una capacidad instalada total de 1,500 MW. 

-Actualmente cuenta con otras tres unidades generadoras de 300 MW cada una, con lo que la central cuenta ahora con una capacidad instalada de 2,400 MW. 

-El área total ocupada por la cuenca es de unos 7940 Km cuadrados, cuya cortina y vaso ocupan tierras de los municipios de Usumacinta y San Fernando. 

-La cortina de Chicoasén es de las más altas del mundo. Tiene una longitud de 200 m y una altura de 262 m, equivalente a cuatro y media veces la de las torres de la catedral de la Ciudad de México (que es la más alta del continente Americano y la quinta a nivel mundial). 

-Sus turbinas y generadores están alojados en una caverna excavada en la roca a 200 m de profundidad. 

-Se ubica al final del recorrido por el Parque Nacional Cañón del Sumidero. 

-Se considera como la cuarta planta de generación de energía hidroeléctrica más productiva del mundo. 

-La energía eléctrica generada por esta planta abastece 35% del consumo nacional de electricidad, así como 20% de la de Centroamérica. 

-Esta central forma parte de un complejo de cuatro plantas hidroeléctricas (Malpaso, La Angostura, Chicoasén y Peñitas, por orden de construcción), llamado Sistema Hidroeléctrico del río Grijalva. 

-En el vaso de la presa se pueden pescar las siguientes especies: mojarra negra, mojarra blanca, mojarra roja, mojarra tenhuayaca, jaiba, róbalo, bagre y pejepuerco. 

- Y por si fuera poco, se está trabajando ya en el proyecto de la presa Chicoasén II. 

Y ya de regreso, es cosa de esperar, esperar a llegar, esperar a que la lancha mantenga su velocidad mientras el silencio del guía conductor invade todo el tiempo ese tramo, porque ya no hace paradas para explicar nuevamente los puntos que ya explicó anteriormente. Y luego de unas horas, llegamos con la tarde y con la sincronización del sol que se ocultaba; apenas descendimos, empieza la lluvia. Es verdad, ya no se siente el sofocante calor de hace ratos, ahora todo está inmerso en una frescura incomparable y un exceso de agua que cae del cielo, abrupta, exagerada, como si fuera su propósito invadir de desniveles las calles y llenar un poco al mismísimo río Grijalva.







El hambre, por su parte, había hecho un excelente trabajo, en sincronía con los restaurantes más cercanos para hacernos cruzar bajo la lluvia la calle y seguir buscando dónde cenar a falta de servicio (o mejor dicho, de servicio concluido); pero lo logramos, y una vez cenado bajo el melodioso y tierno tormento de unas goteras, así, bajo la lluvia que no cedía, apenas si apreciamos poco de lo que es Chiapa de Corzo de noche, mientras empapados regresábamos a casa… 

Y fue así que al día siguiente, cerca de las 3:00 de la mañana, llegaba a Tapachula para descansar y dar por terminadas estas aventuras…

Con gusto , te comparto la galería: